• 13/05/2009 02:00

Sacerdocio, celibato y sexualidad

La vida sexual activa del afamado padre Alberto y del presidente Fernando Lugo de Paraguay han sido sobredimensionadas y convertidas lam...

La vida sexual activa del afamado padre Alberto y del presidente Fernando Lugo de Paraguay han sido sobredimensionadas y convertidas lamentablemente en “escándalos” por la propia Iglesia Católica, pues se suponía que con la ordenación sacerdotal ellos habían renunciado a su sexualidad para entregar sus vidas al Reino, al no poder cumplir con dicha obligación, merecen según esa lógica ser castigados y reprochados públicamente por sus superiores. Nada más alejado del Evangelio y de cualquier atisbo de humanismo.

Somos seres sexuales, la sexualidad es parte constitutiva de nuestra naturaleza, no podemos arrancarla de nosotros, no podríamos darle la espalda sin deshumanizarnos y es por ello que exigirle a un hombre que niegue permanentemente el ejercicio de su sexualidad, aunque sea con una mujer a la que ama, es más que injusto. Ni Jesucristo le exigió semejante cosa a sus apóstoles e incluso el apóstol Pedro, la “roca” de la iglesia, no era célibe, sino que tenía mujer y seguramente la amaba como hombre de Dios que era.

Si bien es cierto, los casos del presidente Lugo y del padre Alberto son distintos, la condena mediática que les han hecho los sectores más conservadores del clero no tiene justificación; ellos son de carne y hueso y probablemente hayan fallado desde el punto de vista de la moral cristiana al sostener relaciones sexuales sin estar casados (en el caso particular de Lugo, tendrá que responder —en cada caso— por su paternidad tal como lo mande la Constitución y la Ley paraguayas), pero lo peor de todo es que la iglesia misma los puso en ese dilema, pues ellos no querían ser expulsados del sacerdocio.

La iglesia fundada por el propio Jesús demostró que el sacerdocio y la vida familiar y de pareja no eran incompatibles. No es mi intención entrar aquí en disputas teológicas o confesionales, sino tratar de poner esto en su justa dimensión y recordar las palabras de Jesucristo, defendiendo a la mujer adúltera ante la condena de los escribas y fariseos: “El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra el primero. Ellos, que le oyeron, fueron saliéndose uno a uno, comenzando por los más ancianos, y quedó El solo y la mujer en medio” (San Juan 8: 7-9), a veces se nos olvida esta escena y empezamos a condenar a media humanidad, ¡cómo nos parecemos a los fariseos!

-El autor es abogado.rudacob_02@hotmail.com

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