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- 06/12/2020 00:00
Donde ciencia y política se juntan
Por mucho tiempo, donde fuera que un científico y un político se juntaran, había conflictos. Esta condición irreconciliable, pero saludable ya no prevalece. Ahora los científicos y los políticos bailan juntos, avanzan agarrado de mano y se intercambian cumplidos. Un espectáculo lamentable.
¿Qué provocó este terrible desenlace? Es evidente que antes los científicos y los políticos se ocupaban de sus propios asuntos. Eran diferentes naturalezas y diferentes intereses. Ninguno admiraba ni entendía las actividades del otro. La ciencia era una pequeña empresa; los científicos apenas ganaban un salario, eran pobres, frugales y orgullosos. No se les ocurría pedirle dinero a un político y tampoco estos le habrían dado nada. Y así, la ciencia prosperó y hoy vivimos y disfrutamos de los grandes descubrimientos realizados durante esa época, cuando la suma total gastada en la ciencia era menos de lo que ahora se pide para comprar un respirador. Cuando E = mc2 fue propuesta como un arma de guerra, en lugar de una simple teoría de la relatividad, fue cuando los políticos comenzaron a prestar mayor interés en la ciencia y las nuevas investigaciones.
La bomba atómica indudablemente cambió todo, incluido el bienestar de los científicos. Y en menos de medio siglo, la ciencia se convirtió en un gran negocio. Para desarrollar las dos bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki se gastaron $2 mil millones, y desde entonces se han gastado miles de millones de millones de dólares para mantenernos seguros y no tener que volverlas a usar nunca más. Los institutos de ciencias surgieron como moho después de lluvia y el dinero despilfarrado en laboratorios y universidades en gigante. Los sueldos asignados a científicos aumentaron considerablemente y se ofrece todo tipo de privilegios y beneficios. Los Gobiernos ahora gastan millones de millones de dólares anualmente en investigación y desarrollo, de los cuales más del 70 % es para fines militares.
Pero el dinero, por lo visto, no lo es todo. Los políticos tienen ahora otra mentalidad y se sientan juntos con los científicos en la misma mesa, dan consejos a presidentes, se otorgan premios y medallas recíprocamente, y asesoran sobre la guerra y la paz, agricultura y educación, presupuestos y economía mundial, salud y felicidad, virus y pandemias, y hasta en temas de vida o muerte. Es decir, la ciencia es ahora importante.
Y en el camino, la ciencia se ha corrompido y los científicos han perdido su independencia. En la evolución de la ciencia, hay muchos ejemplos que sentaron las bases para futuros avances del conocimiento científico, pero es deseable trazar una línea en algún lugar, porque hoy, más que nunca, es importante reconocer la diferencia entre ciencia y política. Podemos dar por sentado que los subsidios que los políticos aportan a la ciencia no son precisamente en el campo de las ciencias básicas y que cuando los políticos deciden regalar dinero, siempre pretenden algo a cambio y no necesariamente es conocimiento puro lo que esperan. Los científicos, muy conscientes de esta realidad, han tenido que reinventarse y estar dispuestos a hacer lo que sea, casi que soñando a diario para que les suceda igual que a Einstein, cuando entregó aquel documento en la oficina de patente en Alemania y que, sin saberlo, se convirtió en un arma de guerra.
Así que, cuando los científicos estudian con dinero de un político las diversas ramas de la ciencia pura, como fusión y fisión, oxidación y reducción, y átomos y moléculas, y sus actividades, están subvencionadas por el presupuesto de un Gobierno, deben entender que siempre hay un objetivo práctico, preferiblemente militar, que tienen en mente. Y por supuesto, se alienta la investigación de los océanos, porque proporcionará información pertinente en la construcción de submarinos y portaviones. Y se motiva la investigación de la atmósfera superior para tener conocimientos para la propulsión de cohetes. Y se fomenta el diseño y la creación de nuevas tecnologías, porque se consideran indispensables para una amplia gama de ventajas estratégicas. Incluso con la pandemia de COVID-19, los estudios para el desarrollo de una nueva vacuna se piensan en función de los intereses nacionales, los programas militares y los aparatos de defensa.
La relación entre la ciencia y la política no es saludable y cada día empeora más. A la larga, requieren mucha más honestidad, franqueza y de un pensamiento desinteresado del que la comunidad científica o los políticos han estado dispuestos a dedicar. Que la ciencia necesita cierto apoyo de los Gobiernos, eso es cierto. Pero igualmente no es menos cierto que utilizar fondos de los Gobiernos para convertir la ciencia en un instrumento político es una degradación que la humanidad no está lista para entender y mucho menos aceptar.