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- 17/04/2024 10:30
Ciencia y educación superior ante el cambio de Gobierno
La educación nacional es un proceso integral, que demanda de una atención plena y permanente, a todos sus niveles. La educación (especialmente la educación superior) no es solo el único verdadero y efectivo mecanismo de movilidad social y de progreso individual basado en el esfuerzo personal, en el mérito y en la apropiación y uso productivo del conocimiento. También es la piedra angular del avance social, del crecimiento evolutivo y mejoramiento cualitativo y cuantitativo moderno, tanto en el resto del mundo como en nuestro país. La investigación científica y el desarrollo tecnológico, procesos íntimamente ligados a lo anterior, expanden las fronteras de ese conocimiento y lo aplican creativamente a la solución de las continuas necesidades de nuestro avance social y económico.
Por diversas razones, en nuestro Panamá de hoy, los resultados de los enferzos estatales en ambos terrenos (educativo y científico) han resultado en gran medida, ineficaces. El entorno educativo (salvo contadas y honrosas excepciones) vive un vergonzoso estancamiento y las mediciones externas así lo demuestran. Por otro lado, luego de casi treinta años y de una línea más o menos sostenida de apoyos limitados en el terreno científico, la ciencia panameña sigue en ese estado de “aurea mediocritas”, como dijera el poeta clásico romano Horacio, intrascendente y desligada de los grandes problemas del desarrollo nacional, a pesar del talento y de la buena voluntad de nuestros académicos.
Y es así porque, como bien dijera el estratega político gringo James Carville: “It’s the economy, stupid”. Al final, es la economía, nuestro modelo económico, fatalistamente resignado a roles periféricos, subsirvientes, que condiciona no solo este mar de inequidades y barbaridades en el que vivimos, sino hasta nuestras propias posibilidades de desarrollarnos en forma correcta, de cara al futuro. En donde la gente sale sobrando y el país debe bajar la cabeza cada vez que nos exigen deformar nuestra institucionalidad o entregar nuestros recursos, según los dictados de Davos y de Washington.
Las universidades públicas pueden y deben gestar nuevas ofertas actualizadas y ligadas al mercado de trabajo en una economía tan particular como la nuestra, pero perfeccionando y mejorando las ofertas actuales, también, pues ambas son necesarias. Panamá no puede ni debe renunciar a nuestro derecho a formar profesionales integrales y ciudadanos con capacidad de pensar críticamente, en aras de titular empleados con habilidades muy limitadas y de vida media profesional muy corta y fácilmente reemplazables por máquinas o programas computacionales en el futuro mediato e incluso, inmediato.
En el terreno científico-tecnológico, andamos muy a la zaga. Hace más de 30 años, Latinoamérica se puso como meta el alcanzar el 1% del PIB invertido anualmente en ciencia. Hoy, nuestra inversión nacional da vergüenza, pues no alcanza ni la décima parte de esa meta, ya obsoleta. Nuestra ciencia sigue centrada en ámbitos temáticos limitados, los cuales, para efectos de la vida nacional, sigue siendo un factor irrelevante, desvinculado de la concreción real de cambios importantes en la esfera socio-productiva y de la implementación real de políticas públicas efectivas y sostenidas en el tiempo.
Desde la creación del organismo nacional de ciencia y tecnología a inicios de los años 90 del pasado siglo, ha habido modestos avances institucionales, se han creado tres o cuatro centros de investigación y se han formado cientos de doctores académicos en el extranjero, pero sigue desvinculada del desarrollo económico, está prácticamente ausente del interior del país, el fenómeno de robo de cerebros (migración de talento formado con recursos del país) se ha venido acentuando y la ciencia no ha sido factor determinante de ningún cambio nacional significativo hasta ahora, tampoco. La responsabilidad de la politiquería criolla y la negligencia miope de ciertos grupos de interés (que han manejado la administración de la ciencia nacional, tras bambalinas y por décadas), no están ausentes detrás de toda esta mediocridad, sino al revés.
La ciencia sigue siendo una actividad periférica en Panamá, en donde la comunidad científica (y su ente estatal orientador) se ha negado a ver el problema real de su irrelevancia (su rol decorativo en un modelo económico centrado en el lucro) y es testigo pasivo y mudo ante los vaivenes de nuestra convulsa sociedad. Para la burocracia (incluyendo a la científica), es más cómodo administrar la mediocridad, guardar silencio y cobrar tranquilamente el cheque. Y, después de treinta años, lo peor es que sigue creyendo y repitiendo resignadamente las letanías cacofónicas que le marcan las IFI´s, porque como dice el refrán; “el que paga la orquesta, manda en el baile”. En este mundo nuestro de hoy, hay que ser ingenuo para creer que los que se nos acercan con préstamos o nos imponen reformas hechas desde afuera, no lo hacen velando por sus propios intereses en detrimento de los nuestros. Ya es hora de que pensemos y actuemos distinto, con inteligencia, independencia, dignidad y visión.
Por ello, es fundamental que el nuevo gobierno establezca a una política de verdaderas Alianzas con las Universidades Públicas o sea, gobernar con ciencia, junto a los especialistas que abundan en ellas y que aportarían conocimiento panameño pertinente, sin necesidad de seguir botando dinero contratando charlatanes disfrazados de consultores y asesores extranjeros, corrupta práctica impuesta desde las mismas IFI´s. Este cuadro ha sido un déficit atávico, cuyas consecuencias ha pagado y pagará la Nación entera, por décadas y generaciones. El país demanda que nuestros nuevos gobernantes aprendan a gobernar con la ciencia y la educación superior al lado, hablándoles de cerca en sus orejas y que comiencen a prestar atención. Si quieren, en verdad, cambiar este país para mejor.