• 01/10/2021 00:00

Cinco años de dolor

“El 26 de agosto se cumplieron cinco años del deceso de mi amado Carlos Augusto Herrera Guardia, con la extensión del dolor implacable por su prematura partida”

Qué puedo decir al apagarse este mes de agosto con el estigma demoledor que arrastra la extinción de la vida de mi hijo en ese ocaso barroco, que, a cinco años, se siente el indisoluble resquemor al rescoldo de ese agonizante dolor infinito que me acompañará hasta la tumba y que, mientras, seguiremos en la busca de respuesta. Algún santo dijo que al final se sabría la veracidad oculta, pero aún no existen más que los trazos que vislumbren la revelación de los sospechosos culpables de la maldad intelectual o material.

Claro que han empezado a sucumbir los pilares del mal que, en su estallido, pueden aportar luces, como la de aquel extendido descarnado que, sin mayores destellos y trasnochado en su arcaísmo, murió con el ocaso sin mayores espasmos o tal vez al soberbio al que se le trancaron las puertas del servilismo y, en esta encrucijada maldiciente, le fallaron los presupuestos de la impunidad, hasta obligarlo a renunciar de aquel reinado que pareció eterno.

Con actos propios, como eso de mandar mensajero, para exculpar conductas serviles para acomodar los pasos que excluyan a los responsables, pero que, embriagado en el poder de torcer la justicia, dio las coses que terminaron por darle paso al Amparo de Garantías, contundente que lo arrincona y por ello trata de dar una torpe excusa de la ausencia de una mala intención y entonces viene el anuncio de la renuncia de cincuenta años de oprobio, con el otro intento de retirase con aplausos de la torcida vida de burlas, trampas o engaños, al abusar del poder de la Ley.

Ya han sonado las trompetas con el anuncio de las razones por la extraña renuncia maquillada, se dice del conciliábulo para alcanzar beneficios o a lo mejor en presagio de la tormenta que se puede avecinar frente al rigor de la Ley, claro que no podemos creer en la certeza de la verdadera aplicación del estatuto de darle a cada cual lo que corresponde, de acuerdo con lo expuesto en las reglas de la dignidad humana.

El 26 de agosto se cumplieron cinco años del deceso de mi amado Carlos Augusto Herrera Guardia, con la extensión del dolor implacable por su prematura partida. Debido a mi formación jurídica, traté de reconstruir el extraño suceso y por ello me trasladé a esa isla en San Blas en pos de las confusas averiguaciones complicadas por el oriundo personero, cuya comunicación cuesta tanto como las horas en lancha para llegar a su oficina. Dudo que su formación intelectual se encuentre a tono con las investigaciones penales que debe llevar el Ministerio Público. Hubo muy poca comunicación con el indígena a cargo de la investigación penal, lo que se complicó con las tartamudas gestiones de la policía de la sección de Senafront acodada en otra isla y encargadas del sector.

Otro inconveniente, resultó que el Ministerio Público de San Blas depende del Ministerio Público en la Fiscalía Regional de Colón y parecía que ese trabajo itinerante tenía su sede en la ciudad de Colón, lo que nos hizo viajar durante toda la maltrecha investigación con un sinsabor, al no encontrar el celular en el lugar en que sucumbió mi hijo y el CPU de su computadora, que tampoco apareció y que estaban sus restos dentro del carro en el que se transportó hasta el puerto de embarque aquel aciago día y que fue registrado sin saber si dicho origen respondía a las pesquisas. Por eso todo se convirtió en nada y así se cerró la torpe investigación, pero algún día conoceremos esa verdad de lo ocurrido, ahora sujeta a la divinidad que sabe el momento preciso para develar lo oculto. Carlos Augusto Herrera Guardia se volvió un soplo en aquella isla casi desierta junto al tiempo que barre las huellas de aquellos cansados pasos.

Ahora lloro ante sus restos en la cripta, tan mudos como los trazos que aparecieron transcritos en ese levantamiento o las declaraciones del otro indígena que alquiló el cuarto y que estuvo con él mientras se consumó el trato para ocupar el rústico que sirvió de antesala antes de su partida.

Pronto crecerán los niños, y tal vez Dios permita extender la vida para que nos volvamos a comunicar y así prohijar el amor suspendido de este abuelo.

Abogado
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