• 29/09/2023 00:00

Corrupción ¿La retórica o la cruda realidad?

Es común escuchar discursos trillados y monótonos en donde políticos de todas las corrientes prometen que van a acabar o erradicar la corrupción, pero me temo que no hay nada más demagógico que esa aseveración

De las palabras más mencionadas en los últimos tiempos.

En la actualidad todos nos referimos a ella como el más grande de los problemas y automáticamente nuestra mente la asocia a la política y los políticos.

Pero, ¿qué es la corrupción realmente? Según la RAE la corrupción es la “acción y efecto de corromper”. Por lo que nos lleva a definir el término corromper, que según esta Real Academia significa “echar a perder, depravar, dañar, pudrir”.

Según mi análisis, la corrupción es ese conjunto de oscuras acciones que forman parte de lo profundo de nuestro ser como especie humana y la cual muy probablemente responde a nuestro instinto de supervivencia.

Es decir, todos tenemos probabilidad de ser “corruptos” en algún momento de nuestra vida, más aún cuando se está enfrentando una situación particular muy difícil. Es, en algunos casos, entendible, pero en otros casos, reprochables ¿Qué convenientes no? En la práctica, mediáticamente hablando, apenas escuchamos corrupción pensamos en política y desvío de fondos públicos, pero no analizamos que el significado mismo va mucho más allá.

En países europeos en donde, para muchos incautos, se ha “alcanzado un nivel sociocultural elevado” existen niveles de corrupción más degradantes que los que vemos en Latinoamérica, muchas políticas liberales han legalizado actividades que aquí aún se consideran ilegales, pero que no dejan de corromper, tal es el caso de la legalización de todo tipo de drogas. Por un lado, acaba la corrupción alrededor del narcotráfico, pero, por otro lado, se abre un compás a la degradación y a la corrupción de los cuerpos y la psiquis de quienes pueden acceder a todo ese tipo de sustancias sin control alguno. Es decir, la corrupción es como la energía, no se destruye, se transforma. Pero he allí donde está nuestro doble estándar como sociedad, catalogamos severamente algunas acciones como corruptas, pero otras simplemente nos parecen normales y progresistas. A mi juicio, la clave para aminorar su impacto está en descubrir ¿En qué pudiéramos canalizar la suma de todos nuestros bajos instintos? Para de ese modo construir una sociedad más “pura”, ya que no existe cura para este mal, más eso no implica que no pueda existir tratamiento.

Las personas corruptas se hacen en su mayoría por las carencias que tuvieron, es un mecanismo, que bien orquestado, llevan a cabo para poder sobrevivir dentro del sistema que los oprimía hasta el momento en que obtuvieron un escalón de poder o que descubrieron una salida de escape a sus problemas. Las personas con mayor nivel de remordimiento de conciencia y/o tal vez un elevado nivel de formación en valores, son quizás las que más resistan ante las posibilidades de corromper o corromperse, pero no significa que dejen de saber que del lado de la corrupción también tienen posibilidad de manejarse.

La corrupción surge como un mecanismo que busca responder a las necesidades que parecen no poder solucionarse en el tiempo que uno quiere y en las condiciones estándares que el sistema/leyes te permiten. Estas necesidades pueden ser inherentes al ser humano, como pueden ser necesidades creadas por el hombre mismo debido a las presiones sociales del entorno en el que vive.

Como dato histórico, la corrupción ha sido una de las varias razones por las que han caído prácticamente todos los imperios que la humanidad ha conocido. Tal es el caso de la caída del Imperio Romano de Occidente hacia el año 476 d.C., en donde los altos niveles de decadencia sociocultural influyeron severamente en su descenso.

La corrupción es, además, subjetiva y relativa a la realidad legal y al estilo de vida de cada región geográfica. Porque debemos entender que por más inapropiado que sea una conducta, si no está tipificada en la ley como una falta, es probable que la sociedad mire hacia otro lado y no vea los indicios de corrupción que hay en dicha conducta, indistintamente de que haya corrupción, solo por el hecho de que no contemple una violación a la ley en ese lugar. Es decir, que tenemos un concepto de corrupción conveniente y ajustado a la definición de moral que tiene cada individuo y cada pueblo.

Por lo tanto, es iluso pensar que la corrupción va a desaparecer. La corrupción podrá diversificarse, colocarse otro rostro y encausar nuevas víctimas, pero jamás desaparecerá.

A través de estas letras, a lo que insto es a redireccionar nuestra lucha como sociedad, sobre todo en este tiempo electoral. No podemos encasillarnos en la retórica del “no a la corrupción”, sino sumar esfuerzos para enfocarnos en luchar y exigir que se reduzcan los nichos de la corrupción. Y esto se logra eliminando la burocracia, automatizando procesos, con certeza del castigo y, sobre todo, reduciendo el tamaño del estado mismo.

Quien haya probado los beneficios de la corrupción siempre será corrupto bajo las condiciones actuales, pero si cambiamos esas condiciones y le coartamos las posibilidades de corromper/se podríamos enfocarnos en otras causas que descuidamos por enfocarnos en un problema que ni por sí solo, ni con buenas intenciones, va a desaparecer. O sea, la retórica del no a la corrupción siempre será una pérdida de tiempo, la corrupción siempre va a existir. Debemos decirle no a la burocracia, no al aumento del tamaño del estado, no a controles, normas y leyes absurdas.

Es común escuchar discursos trillados y monótonos en donde políticos de todas las corrientes prometen que van a acabar o erradicar la corrupción, pero me temo que no hay nada más demagógico que esa aseveración. La corrupción jamás desaparecerá, la corrupción se diversificará. Quizás la corrupción tipificada en la ley sea la que desaparezca, en algunos casos y por algún tiempo, pero lamentablemente siempre estaremos merodeados por su sombra.

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