• 06/03/2020 04:00

Cultura moderna y pluralismo religioso

“Decíamos ayer. . . ” que la cultura moderna —de la cual participamos, aunque solo sea “por ósmosis”— nos ha ayudado a salir de las mentalidades estrechas, de los “pensamientos únicos”, de las doctrinas indiscutibles o socialmente obligatorias, del colonialismo ideológico, de las religiones oficiales o impuestas a la fuerza.

“Decíamos ayer...” que la cultura moderna —de la cual participamos, aunque solo sea “por ósmosis”— nos ha ayudado a salir de las mentalidades estrechas, de los “pensamientos únicos”, de las doctrinas indiscutibles o socialmente obligatorias, del colonialismo ideológico, de las religiones oficiales o impuestas a la fuerza. Como personas modernas que somos, no aceptamos tener que pasar todos obligadamente por el mismo rasero: mental, ideológico, sexual, filosófico, teológico... incluso religioso. Y sabemos que, en nuestras sociedades, de hecho, ha ido creciendo la pluralidad, en detrimento de la homogeneidad, de la uniformidad, o del uniformismo. Esta pluralidad es un hecho, está ahí, y no se puede negar. Otra cosa es cómo entenderla, y cómo manejarnos, personal o socialmente, ante ella.

Ciertamente, hay pluralidades que no dan problema; por ejemplo, los gustos sobre los colores. Ya lo dice el refrán: “de colores no hay nada escrito”. No es verdad, porque hay ríos de tinta escritos sobre los colores; pero entendemos el refrán: que haya pluralidad de colores y de gustos sobre ellos, no es nada malo, ni debe molestar a nadie; favorece la libertad y la creatividad personal y colectiva, y da gozo a los ojos.

Pero hay pluralidades incómodas. Por ejemplo, la pluralidad ideológica, social o política, sobre cuya problematicidad leemos todos días en la crónica política de la actualidad; sin esa pluralidad, el mundo podría ser como una balsa de aceite. Otro ejemplo, más reciente: el de la pluralidad de experiencias y de opciones sexuales; parece que ya buena parte de la sociedad va aceptando el “hecho de su pluralidad”, pero todavía no acepta su legitimidad: niega que sea legítimo hablar de diversas sexualidades, o de diversas concepciones de la misma o —mucho menos— de opciones sexuales plurales...

Lo dicho: es relativamente fácil reconocer el “hecho de la pluralidad”, según el campo en que se dé; lo difícil es llegar a tener en una visión interior, un esquema mental, una comprensión del “hecho” de la diversidad, que nos permita habérnoslas con él de un modo sereno, inteligente, respetuoso y respetuoso con la verdad. Eso exactamente es el pluralismo. Y por hacer honor al título, me ceñiré estrictamente al pluralismo “religioso” que necesitamos ante la pluralidad de religiones.

¿”Pluralidad de religiones”, ha dicho usted? —musitará algún lector—. “Que yo sepa religiones solo hay una, solo una que merezca ese nombre por el hecho de ser, efectivamente, “la” religión verdadera”.

Y hay que comprender a ese lector (un gran colectivo lector). Yo al menos lo comprendo, porque creo que yo también fui educado como él/ella. A mí me enseñaron que religión-religión, lo que se dice religión, solo había una. Más: “solo podía haber una”. ¿Por qué? Sencillo: porque solo hay “un solo Dios verdadero”, ¿cómo va a haber varias religiones? Sería una contradicción, con el agravante de que sería Dios mismo el que se contradeciría, enseñando a unos pueblos una cosa y a otros otra... Im-po-si-ble. No hay pluralidad de religiones. Ni aunque parezca un “hecho”. No lo es; es solo apariencia.

Pero, entonces, ¿cómo vamos a habérnoslas con el hecho constatable de esa pluralidad religiosa? Pues no queda de otra: habrá que negar esa pluralidad: no hay una real pluralidad de religiones, porque solo hay una, y las demás no lo son. O bien: habrá que negar la legitimidad de esa pluralidad factual de religiones, cuya realidad no se puede negar. Esas otras religiones, o esas “religiones otras”, no serán religiones verdaderas, ni legítimas... sino invenciones humanas (o “diabólicas”, como se le dijo a algún pueblo indígena en alguno de nuestros países americanos). Por tanto, hay que desconsiderar esas religiones: hacer caso omiso, como si no existieran, y no caer en la tentación de perder mi fe...

Por tanto, no hay que preocuparse por entender, comprender, categorizar la pluralidad religiosa, que no existe. No hay pluralidad legítima y real, y por tanto, no hay siquiera para qué hablar de pluralismo... ¿Continuamos entonces con este artículo, o no merece la pena?

Probablemente, no pocos de los lectores habrán tenido en este momento un sentimiento ambivalente. Por una parte, eso es lo que se les enseñó en su más tierna infancia... y quizá durante buena parte de su vida lo creyeron y vivieron con toda sinceridad, y sin ningún conflicto. Esa fue la fe de sus padres, de la que guardan tan grato y vivo recuerdo. Todavía hoy este recuerdo hace vibrar en nuestro corazón sentimientos muy hondos. Muchos de nosotros/as hemos vivido media vida en esa religión que cree que solo ella es “la” religión verdadera. (¡Qué suerte la nuestra –nos decían–: los demás, pobres, vivirían dando crédito a supersticiones, creencias, inventos humanos, pero no a la religión verdadera!).

Pero –y esta es la otra cara de ese sentimiento ambivalente– muchos de esos lectores sienten que ya no pueden seguir con aquella fe de sus mayores. Yo ya no puedo mirar por encima del hombro a las demás religiones. No recuerdo cuándo fue el momento del quiebre, pero he cambiado. Ya no me atrevo a decir –ni siquiera a pensar–, que todos los que no están en mi religión... viven de supersticiones, de meras creencias, inventos humanos –mucho menos “diabólicos”–. Entonces, sí, admiro a mis padres, y acaricio en mi corazón aquellos recuerdos tan íntimos sobre su fe, que fue la mía, pero me siento mal, porque yo ya no puedo pensar que no haya una “pluralidad legítima de religiones”... Quiero respetar a tantos hombres y mujeres que han buscado a Dios a lo largo de los siglos, que me merecen tanto respeto y veneración como mis propios padres. Quiero reconocer que hay religiones (en plural), y que no son “una verdadera y las demás falsas”, sino que todas ellas son respuestas humanas diferentes, tal vez igualmente válidas, al Gran Misterio ante el que nos encontramos todos los humanos.

Como ven, hasta aquí, solo he presentado la dificultad: ¿es posible adoptar una actitud positiva y acogedora ante el hecho de la pluralidad religiosa (que eso es el pluralismo religioso), o lo correcto sería sencillamente seguir todos la única religión verdadera?

Amable lector: ¿qué piensa usted en el silencio de su lectura? ¿También a usted le enseñaron lo que a mí? ¿Le pasa a usted que tampoco se atreve a asumir hoy lo que le dijeron cuando era niño/a? Permítame una indiscreción: ¿todavía oye usted en nuestra sociedad a personas (incluso cualificadas) que se expresan en tono “exclusivista” (exclusivamente una es la religión verdadera)? Dígame: a estas alturas de los tiempos, ¿todavía nadie le ha presentado una posición serena, razonable, y sobre todo que le convenza a usted, sobre este tema del pluralismo religioso? ¿Qué tal una pequeña exploración del tema?

Lo dije: hay mucha tela que cortar en esto del pluralismo religioso, y créanme que es bien interesante, y que hace pensar –y repensarse–. Si quieren, me acompañan otro día. Gracias por su amable atención.

Teólogo
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