• 19/10/2013 02:00

¡Otra cumbre más!

Con la pompa y circunstancia que ha rodeado estos espectáculos anuales, se inauguró la XXIII edición de la Cumbre Iberoamericana. Notabl...

Con la pompa y circunstancia que ha rodeado estos espectáculos anuales, se inauguró la XXIII edición de la Cumbre Iberoamericana. Notables en esta reunión fueron ausencias de varios jefes de Estado. Por primera vez no asistió el rey Juan Carlos de España. No acudieron las presidentas Dilma Rousseff, de Brasil y Cristina Fernández, de Argentina; tampoco los presidentes de Chile, Sebastián Piñera y de Uruguay, José Mujica. Nicolás Maduro, de Venezuela; Rafael Correa, del Ecuador; y Raúl Castro, de Cuba, también se restaron.

Ausencias justificadas fueron la de Cristina Fernández, separada del cargo, por enfermedad y la del rey, convaleciente de una reciente operación e impedido de viajar. Las otras merecen algunos comentarios. Al faltar la presidenta del Brasil, la primera economía de América Latina y, también Argentina, Chile y Uruguay, no se contó con el Mercosur. El único miembro presente, a nivel de jefe de Estado, fue Paraguay que, por cierto, está apenas reincorporándose como miembro pleno, condición que le fue suspendida, por la destitución del presidente Lugo por un golpe de Estado parlamentario. También es llamativo que de los países del bloque del ALBA, solo estén representados por sus presidentes Bolivia y Nicaragua; pero no sus principales líderes: Venezuela y Cuba.

¿Qué se podía esperar de esta cumbre que, como todos los años, tiene un costo en aumento y que a Panamá le costará muy por encima de los diez millones de balboas? Con objetividad, aparte de que sus promotores, convencidos de que repetirlas anualmente era una pérdida de tiempo y dinero, decidieran espaciarlas para que se celebren cada dos años, en términos prácticos, casi nada. Desde luego, se volvió a hablar de la hermandad iberoamericana y con frases almibaradas de quiméricos anhelos, cuyos ecos apenas si resonarán después de la ceremonia de clausura.

Cuando fueron creadas las cumbres iberoamericanas, entre sus propósitos más relevantes y dignos de recordar, se prometió que no serían réplica de tantos otros encuentros que solo sirven para aumentar el calendario del reunionismo internacional. Se dijo también que tendría una estructura burocrática mínima y que, y esto era lo más importante, solo se aprobarían y emprenderían iniciativas que pudieran convertirse en proyectos concretos y financiables. Después de veintitrés cumbres poco hay para acreditar de esos propósitos.

A Enrique Iglesias, el expresidente del BID, se le escogió para el pomposo cargo de secretario general iberoamericano, asumiendo que por sus antecedentes podría ser el motor que dinamizara las cumbres, pero sus esfuerzos tampoco cristalizaron en realizaciones tangibles y medibles. Tal vez, su única aportación trascendente es haber tomado la iniciativa de contratar al expresidente Ricardo Lagos, de Chile, para que hiciera un diagnóstico del estado del proceso de las cumbres iberoamericana y presentara recomendaciones para renovarlas o, casi, se podría decir, resucitarlas.

Tres decisiones concretas son previsibles: la primera, espaciar las cumbres para que se celebren cada dos años, a partir de la del 2014, que hospedará México; la segunda, revisar la distribución de las contribuciones, a solicitud de España que, hasta ahora, ha llevado el mayor peso de su financiación; y, la tercera, la ratificación o la sustitución de Iglesias, al frente de la Secretaría General Iberoamericana. Aparte de lo anterior, con seguridad habrá un comunicado final, de generalidades y buenos propósitos; pero nada más.

El reunionismo internacional se ha convertido en un mal crónico, que tras bastidores se comenta y se acepta que es costoso e improductivo; pero a esos comentarios no se les da forma en propuestas específicas para reducirlo. Ningún país se atreve a plantearlo abiertamente. En la OEA, hace un par de décadas, Panamá intentó que las sesiones de su Asamblea General fueran bienales, pero la iniciativa no prosperó. Pero bueno sería rescatar la idea y volver a proponerla, para la OEA y en general. Los muchos millones que se derrochan en reuniones intrascendentes estarían mejor empleados en atender necesidades más urgentes y básicas de nuestros sectores más pobres.

PRECANDIDATO PRESIDENCIAL INDEPENDIENTE.

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