El titular David y Goliat viene a nuestra mente recordando que, a partir del descubrimiento de América, el pequeño país de Panamá ha tenido que hacer frente a quitasueños provocados por naciones muy poderosas, hasta 1821 el Reino de España; en el siglo XVII, la colonia de William Paterson en Darién. En 1821 nos independizamos de España y nos unimos a la Gran Colombia que no sobrevivió a la muerte de su creador Simón Bolívar. Surgió la República colombiana que sin pensarlo dos veces se anexó el istmo de Panamá. A fines del mismo siglo XIX, por el año 1880 apareció el conde Ferdinand de Lesseps soñando construir un canal interoceánico en el istmo de Panamá, intentona fracasada. De hecho, nuestro país perteneció a la República de Colombia hasta que logramos la independencia el 3 de noviembre de 1903; en medio de la tormenta política de ese año nuestro recién nacido país heredó la maldición de cargar con el Tratado Hay-Bunau-Varilla, documento que ningún panameño firmó. Así que por buena o mala suerte caímos de la sartén al fuego; quince años antes los franceses habían iniciado y fracasado excavando los cortes primarios del canal interoceánico. A instancias del gran negociador monsieur Bon Varilla, el gobierno estadounidense de Theodore Roosevelt compró los restos del extinto canal. Jugaron con el naipe del diablo y con monsieur Bon Varilla que, muerto de risa, a nombre del conde de Lesseps, por $40 millones les vendió el despojo galo.

Según el lector lo mire, este tramo de nuestro relato tiene un sabor agrio o dulce. En efecto, entre 1904 y 1914 los estadounidenses construyeron el canal interoceánico, lo administraron, disfrutaron y manejaron a su antojo por más de 80 años que se cumplieron al mediodía del 31 de diciembre de 1999, fecha en que gracias al Tratado Torrijos-Carter nuestra nación recuperó el derecho de soberanía sobre todo el territorio nacional incluyendo el Canal de Panamá. Alcanzamos por fin la victoria, lucha de patriotas, de mártires, ingenio, sagacidad y mucho corazón, la gesta nacionalista que nuestro pueblo, con crucifijo y escapulario adoptó como la religión de todos los panameños.

Goliat no era yanqui, un gigante guerrero que hace 2.000 años nació en el pueblo de Gat, en la guerra sin fin de filisteos contra Yahveh el paladín del ejército era Goliat. Cuando su línea de batalla topó al ejército de Saúl, en son de burla el gigante ofreció luchar cuerpo a cuerpo contra un judío, el ganador definiría cuál ejército sería esclavo del otro, tan desigual combate era muerte segura. Sin embargo, un joven pastor decidió dar la cara. Enfrentando a su temible enemigo, David lanzó un juramento y le dijo, “¡En nombre de Yahveh acepto el reto!”. Iniciado el desigual combate, David giró su honda lanzando una certera piedra a la frente del adversario, que cayó a tierra. Con inusitada rapidez, David se adelantó y con la misma espada de Goliat le cortó la cabeza (Samuel 17:26, 41-53). Este relato bíblico ensalza la fe, la valentía y el heroísmo contra la maldad, el odio, el abuso del poderoso frente al desvalido.

Admiramos y respetamos a la poderosa nación del norte que ofrece amistad al tiempo que nos reta y humilla. No tenemos miedo, nos protege el escudo invencible de la sin-razón por haber sobrevivido tres siglos increíbles acompañados por el espíritu de nuestros héroes y la unidad de corazón del pueblo panameño. Gloriosus un pugna vinceremus. Fin

*El autor es empresario
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