Resulta imposible opinar de manera certera cuando no se conoce la raíz de un problema. Centralizar la autoridad resulta una suerte del juego infantil del “telefonito”, en el cual una línea de niños jugaba a transmitir un mensaje, una palabra, desde el primero hasta el último, con resultados de lo más cómicos, pues rara vez el mensaje final coincidía con el inicial.

De igual manera, pero sin el solaz resultado, sucede cuando el gobierno insiste en manejar asuntos que aquejan regiones alejadas del país desde la capital. En el caso específico de la crisis del agua en Azuero, si volvemos a la metáfora del juego de telefonito, el mensaje que envía Azuero es “el agua está mal y es urgente resolver”. El mensaje que recibe el gabinete gubernamental, luego de haber pasado por varios escritorios y bocas parece ser “el pueblo puede esperar y no hay urgencia en resolver”.

Lo que estamos viviendo en Azuero, y específicamente en Chitré, es una catástrofe. Es un desastre comparable con la crisis que generaría una guerra o un terremoto. No exagero.

La ciudadanía despertó hace semanas a la certeza de que el secreto a voces de más de 50 años era una triste realidad: nos están envenenando, y con la anuencia de las autoridades.

Si se debe reconocer algo positivo de la actual gestión es que no negaron el asunto. Como ciudadanos coherentes, sabemos que no son los causantes de la tragedia, pero es un asunto que les compete, pues para eso fueron elegidos.

Bajo la premisa de que “eso es un mal de décadas” que tanto repitió el ministro, no se puede aceptar la postergación de un actuar inmediato, que es lo que requerimos en Azuero. Por supuesto que queremos ver que los criminales que, so pretexto de dar trabajo, nos envenenan con malas prácticas constructivas y pésimas gestiones productivas, al igual que los funcionarios que por omisión o por ignorancia avalaron el crimen, paguen sus crímenes, que no son menos que tentativa de genocidio. Eso es un delito de lesa humanidad, pues atentan contra la vida y salud de más de aproximadamente 230.000 azuerenses que de manera cotidiana, o con alguna regularidad, consumen el agua del río La Villa.

No soy médico, pero ahora que comprendo que hemos estado bebiendo veneno, no puedo sino notar una correlación con la altísima incidencia de cáncer en la región con el consumo del agua.

Reitero, como en tiempos de guerra, lo primero que se debe restablecer a la población afectada es el suministro de agua confiable y sana, pues no hay salud sin eso. Escuchar a ministros y directores decir a cientos de kilómetros del epicentro del problema que “debemos tener paciencia” es un insulto. Existen tecnologías que filtran aguas en peores condiciones y con estructuras móviles que pueden gestionarse a través del apoyo internacional con Estados amigos. Un filtro de ozono para las plantas potabilizadoras es una medida necesaria e importante, pero sirve de poco ante los contaminantes químicos que posee el río donde está ubicada la toma de agua.

Como ingeniero civil, y más aún por sentido común, de poco o nada sirve la inversión en las viejas plantas si no se reubica la toma de agua cruda aguas arriba, donde la contaminación es menor. Eso, de la mano de una gestión de protección real de la cuenca y del cauce del río nos asegurará la provisión de agua para la población.

No puedo dejar de mencionar que esto ha sucedido no solamente por causa de los malos empresarios, sino por la complicidad de funcionarios y autoridades que han permitido que el veneno se disponga de manera indiscriminada en lo que es la fuente de vida de una región. ¿Acaso no tienen familia?

Los planes de mitigación toman tiempo. Eso es así. Pero la sed es diaria. Hay gente consumiendo lo que sale de la llave, pues no tienen la capacidad de comprarla o buscarla donde se ofrezca. El agua no le llegó nunca a un porcentaje alto de la población. Solo fueron mentiras mediáticas de funcionarios para hacerse ver bien.

Al presidente, imagínese que después de un día de trabajo al sol usted llega a su casa, cansado y con sed. Imagine que no tiene chenchén, pues la situación está difícil, así que comprar un galoncito de agua no es una opción. Se dispone entonces a ir a beber de la única llave que tiene en su humilde morada, como ha hecho siempre, y escucha en la radio a un ministro decir “no puedes tomar el agua que llega a tu casa, pero ten paciencia”. Creo que es un buen ejemplo para que entienda el grado de desconexión que existe entre altos funcionarios y ciudadanos.

La historia termina de la única manera que puede hacerlo: la sed no espera, así que usted se sacia con lo que tiene, igual que siempre lo hizo.

La paciencia no quita la sed. Invertir en sistemas obsoletos es botar el dinero de todos. Hagan su trabajo, pues es impostergable.

Dios nos guíe.

*El autor es ingeniero civil, empresario, contratista y escritor
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