La Policía Nacional aprehendió al alcalde electo de Pocrí por presunto peculado, tras una investigación relacionada con proyectos no ejecutados del Conades...
- 21/03/2021 00:00
El debate médico extramuros
El debate de ideas y artículos entre pares es algo tradicional en el día a día de la profesión médica. Las discusiones, a veces sosegadas, otras acaloradas, ocurren con frecuencia en el seno de hospitales docentes, tanto para beneficio formativo de los más jóvenes y estímulo de actualización de los más veteranos, como para elaborar protocolos de consenso en el manejo de pacientes. Este ejercicio sirve para establecer guías de atención estandarizada, basadas en la mejor evidencia disponible, que permitan brindar una medicina de calidad para provecho del enfermo y escrutar la potencial ocurrencia de error, impericia, imprudencia o negligencia que acontece tristemente en esta noble y exigente disciplina del saber. Durante la pandemia, sin embargo, el habitual forcejeo escolástico se ha protagonizado por fuera del recinto académico, con unos facultativos apostando a la complacencia y al empirismo, mientras otros apegándose fielmente a la evidencia y al racionalismo. Las sociedades científicas trataron de encauzar la situación hacia la práctica de una medicina basada en evidencia, pero sus arbitrios resultaron parcialmente infructuosos, debido tanto al zigzagueo populista del Ministerio de Salud en materia normativa como a la inoperancia ética del colegio médico.
Para colmo, el pensamiento mágico se vio fortalecido por los parlantes de varios exponentes del tercermundismo mediático local, los respaldos de “expertos” graduados en Google y algunos gremialistas, cuya única experticia es incitar a huelgas. Estas voces tuvieron eco en una sociedad que mayoritariamente prefiere la mentira confortante a la verdad áspera y cuya lectura comprensiva dista de alcanzar méritos pedagógicos. Las consecuencias adversas no se hicieron esperar. La falsa sensación de seguridad inducida por una costosa “cajita feliz” de panaceas inútiles para tratamiento ambulatorio y por engañosos cócteles veganos para refuerzo del sistema inmunitario provocó retraso en la búsqueda de atención profesional, particularmente de la población más humilde que carece de influencias y recursos para conseguir citas y camas en hospitales públicos o privados del país. Las más elevadas tasas de morbilidad y letalidad han ocurrido, de hecho, en los individuos con desventajas sociales y económicas. Por fortuna, un año después de iniciada la pandemia, empezamos a contar con las únicas inmunobombas que existen en salud pública: las vacunas. Pero, como era de esperar, han salido ahora “vacunólogos” por debajo de las piedras, cuestionando la ciencia de la inmunización sin ningún tipo de conocimiento previo. Se necesitan muchos años de estudio e investigación, nutriéndose de conceptos de microbiología, virología, inmunología, epidemiología y biología, para adquirir las credenciales en el campo de la vacunación.
Las medidas que ha tomado el Gobierno sobre la flexibilización del intervalo para la segunda dosis, la vacunación de las embarazadas basada en relación beneficio-riesgo y la aplicación de una dosis única para las personas con diagnóstico molecular previo de COVID, cuentan con sólida base científica y ofrecen maleabilidad al sistema de salud pública.
Los intervalos para dosis subsecuentes de todas las vacunas existentes actualmente para prevenir otras infecciones varían usualmente entre 6 y 12 semanas, periodo que no afecta el tiempo de latencia inmune de las células de memoria para lograr el efecto deseado de refuerzo (“booster”). La selección de 3 o 4 semanas entre las dosis en los ensayos de fase 3 se debió más a urgencias pandémicas que a consideraciones técnicas. Las autoridades ministeriales son las que deciden la logística más conveniente para cada país, dentro del marco de elasticidad que ofrece el criterio científico. Los esquemas de inmunización de muchas vacunas (HPV, Hepatitis A, neumococo, rotavirus, sarampión, varicela, BCG, fiebre amarilla), que inicialmente habían sido diseñados con mayor cantidad de dosis, fueron posteriormente modificados para favorecer la operatividad programática, sin desmejorar el beneficio preventivo.
Debemos, además, tener cuidado con la operación clandestina y bien articulada de activistas antivacunas y negacionistas anticiencias que se aprovechan de dolencias de génesis diversa para arremeter contra las inmunizaciones. Cuando se vacuna a millones de personas, es inevitable que se produzcan incidencias raras o graves de enfermedades después de la vacunación que muy probablemente iban también a suceder de manera natural. Estos eventos son estudiados con rigurosidad para asegurarse de que cualquier sospecha de reacción adversa se investigue rápidamente y poder discernir si se trata de un efecto secundario real de la vacuna o una mera coincidencia (casualidad y no causalidad). En el caso reciente de la suspensión temporal de la vacuna de AstraZeneca, por ejemplo, se sabe que miles de personas desarrollan coágulos de sangre cada año en el mundo por numerosas razones (anticoncepción, obesidad, diabetes, infección, tabaquismo, cirugía, cáncer, sedentarismo, viaje aéreo prolongado, etc.), pero tanto la EMA como la OMS han concluido que no parece existir una relación directa entre este tipo de excepcionales episodios y la vacuna en cuestión. El beneficio de vacunarse excede, con creces, el riesgo de terminar hospitalizado o morir por COVID.
Después que salgamos de esta terrible crisis habría que reformar una plétora de actividades en el ámbito educativo, científico, económico, mediático y político para que alcancemos una mejor normalidad de la que teníamos antes del 2020, combatir la enorme desigualdad social y quedemos bien preparados para afrontar los inevitables retos futuros que se avecinan, incluyendo la emergencia de nuevas pandemias. En guerra avisada, menor cuota de víctimas…