• 03/05/2023 06:47

Debemos reformar el Estado desde una nueva constitución

Debemos aspirar a tener un Estado cuyo diseño favorezca y garantice eficiencia del gasto público con transparencia y participación y enterrar en el pasado el actual Estado piñata, o Estado patrimonialista

Del maestro Pedro Rivera tomamos la idea de que “para acabar con el clientelismo lo primero que hay que acabar es con el Estado empleador y dar el salto a las formas primarias de la Economía”. El aumento porcentual de la planilla estatal en los últimos años es muestra de que inconsciente o conscientemente hemos tomado el camino opuesto, el de fortalecer la idea de un Estado empleador, el cuál como bien apunta “el poeta”, es la raíz que sustenta al Estado clientelar; ese sobre el cuál hablamos tanto, pero poco hacemos para desmantelarlo. Si queremos otorgarle al problema un fundamento histórico podemos añadir que la economía de enclave se encuentra enquistada en la psiquis social panameña desde la época colonial.

Estableciendo que el problema tiene raíces profundas, siempre he pensado que una de las tareas de mi generación es la de simplificar acciones concretas que puedan iniciar un proceso de reforma del Estado panameño para adecuarlo a las demandas de una nueva ciudadanía, dentro de un mundo que ha cambiado varias veces y sigue cambiando, mientras que la estructura del Estado se aleja de su propósito originario, lo que San Agustín denominó el bien común.

No se trata de acabar con el pasado de un día a otro como muchos “revolucionarios” plantean, pero tampoco de seguir los pasos del gatopardismo, o imaginarse cambios que nunca se llegan a concretar. La idea sería la de empezar a poner las bases para la transformación sistemática de la realidad actual.

El Pesimismo del latín pessimum, "lo peor", se ha convertido en una corriente de pensamiento negativista que poco a poco ha ganado adeptos en Panamá,

dentro de esta corriente ubico aquellos que han decidido de antemano que las cosas no pueden cambiar, y nunca lo harán, sin siquiera plantearse una estrategia aplicada con sabiduría como diría el legendario Sun Tzu.

Es realista pensar que el Estado moderno como ente creado por el hombre debe estar conformado según la mayor escala posible de valores de convivencia, ser adaptable a cambios y estar en permanente desarrollo.

El Estado moderno es probablemente una de las creaciones más determinantes en la historia de la humanidad; la imagen de un mundo en su ausencia solo es común en películas post apocalípticas, distópicas, utópicas, como aparece en Mad Max, la Matriz, Divergente o la Purga, en esta última, el Estado, como lo concebimos hoy, desaparece un día cada año y como resultado se desatan olas de desmedida violencia en las principales ciudades.

El Estado se encuentra tan presente en la vida de las personas que es posible pasarlo por alto, como las conchas marítimas llamadas percebes, que se adhieren a los lomos de las ballenas desde que son larvas y ahí viven el transcurso de su existencia sin siquiera preguntarse quién es huésped con el cuál convergen en relación simbiótica.

Nuestro caso es similar desde cierto punto de vista, ya que llegamos al mundo e inmediatamente nos relacionamos con el Estado en que nacemos, relación que determinará en gran manera nuestro futuro.

Si el Estado es tan determinante para nuestro futuro y el de nuestras generaciones, debemos proponernos conocer algo sobre su origen y entender en cierta forma su funcionamiento, sus fines y el propósito que debe regir su existencia, con el fin de reformarlo y convertirlo en un Estado eficiente. Eficiente en la persecución del bién común.

Es más fácil pensar que las cosas nunca van a cambiar, o que las raíces de los problemas son tan profundos que tomaría demasiado esfuerzo, mejor concentrémonos en el futbol, que nos preocupe más si gana o pierde el Real Madrid y de paso fortalezcamos nuestra individualidad, abandonando la idea de la solidaridad y de la construcción social de una nueva realidad.

El Estado moderno es la forma como organizamos nuestra vida en sociedad, surge a finales de la edad media, señalando los inicios de la era moderna, comprende una población dentro de determinado territorio con un gobierno que lo administra con plena soberanía. El Estado debe ser el producto de la consciencia colectiva social y política de una sociedad en determinado momento de la historia. Hoy nos encontramos en una era pos pandémica con una sociedad completamente distinta a la de los años setentas u ochentas, una ciudadanía a la que podríamos rebautizar como tecnociudadanía, interconectada en redes y navegando a diario en un mar de información impensable hace veinticinco años.

Una de las principales características de las nuevas generaciones es el pragmatismo. Se trata de no invertir todo el tiempo y la energía buscando solo la explicación de los problemas, sino también en buscar las soluciones, y ponerlas en práctica “de una”, no de forma apresurada, pero si con convicción.

Lo común es leer a diario explicaciones muy interesantes sobre los problemas sociales del Estado y sus raíces, pero no estamos acostumbrados a buscar soluciones pragmáticas, mucho menos desde lo colectivo.

A estas alturas de la lectura posiblemente la lógica nos indica que como individuos debemos darle al Estado panameño la forma, valores y configuración que nos conviene a todos los ciudadanos, sin embargo, ocurre lo contrario, es el Estado es el que ejerce una notoria influencia en la configuración de la identidad de los individuos que lo conforman.

Como apuntan Vieyra y Hernández “Desde la perspectiva de Max Weber la importancia de la unión del Estado y el capitalismo radica en que ambos confluyen para generar una imagen del mundo en el individuo, que hace que éste oriente su acción de una manera sin precedentes en otra etapa histórica.” (Vieyra y Hernández, 2012).

Si se toman en cuenta las contribuciones de Jürgen Habermas se podría comprender que la forma en que se materializa la relación del individuo con el Estado es a través de la adopción de roles. Con el rol de cliente de la burocracia, cada individuo paga a través de sus impuestos por los servicios públicos, o sea, es un cliente gubernamental; con el rol de ciudadano adquiere derechos de participación en todos aquellos aspectos que sean de interés público; esto es, se considera a sí mismo como perteneciente al Estado (Habermas, 2005).

Luego de apuntar estas cosas podemos plantear una perspectiva moderna desde un punto donde es el ciudadano del que le de forma al Estado. El Democracy Index de The Economist (índice de Democracia de la revista The Economist), sitúa a Uruguay y Costa Rica como las principales democracias en América Latina, ambos son países con poca población (entre cuatro y cinco millones de habitantes), y ambos tienen un PIB per cápita alto y crecientes niveles de desarrollo humano; Panamá tiene las mismas características y no solo podemos, debemos aspirar a convertirnos en una de las principales democracias de América Latina en los próximos años, ese es un legado que debemos dejar a las futuras generaciones.

Si tuviésemos conceptualizar de forma muy general el tipo de Estado que tenemos hoy lo definiríamos como un Estado - Piñata ya que tiene un diseño institucional que permite e incluso favorece que sea percibido y utilizado por diversos sectores como una piñata a la cual asaltar cada cinco años.

Los panameños tenemos la capacidad para ponernos de acuerdo, sin ideologías, sin sesgos, con los intereses personales a un lado para otorgarle una nueva definición identitaria al Estado panameño y en su relación con los ciudadanos ya que en esa relación Estado- ciudadanía, yacen los fundamentos de una nueva y moderna democracia participativa.

Debemos aspirar a tener un Estado cuyo diseño favorezca y garantice eficiencia en la inversión y el gasto público, con transparencia y participación ciudadana real y enterrar en el pasado el actual Estado -piñata, o Estado patrimonialista, que se ha alejado por completo del ideal de su existencia, la búsqueda del bien común.

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