• 29/12/2021 00:00

Decodificando valores: algoritmo

“[…] a quién queremos postular para influir en nuestras vidas: ¿al político escogido por el voto popular o al programador de algoritmos de una compañía privada, el cual no ha sido escogido por voto popular […]?”

El algoritmo, un concepto que la mayoría de la población no entiende, es una serie de instrucciones matemáticas, con el propósito de captar una gran cantidad de información nueva y usarla para tomar mejores y más rápidas decisiones. El algoritmo es lo más parecido hoy a la mente humana sin ser necesariamente inteligencia. Un bebé nace como una supercomputadora que no ha sido programada. El proceso de “programación” humana es largo y complicado, compuesto primeramente por las enseñanzas o códigos de nuestros padres, maestros y seres cercanos. Luego nuestras enseñanzas y experiencia nos ayudan de adultos a tomar decisiones y resolver problemas de forma inteligente creando en cada uno de nosotros una persona diferente casi imposible de “descifrar”, hasta ahora.

Las redes sociales, distribuidas en los cómodos “smartphones”, han abierto nuestras mentes a la posibilidad de ser “minadas” por estas preferencias personales. Así compañías y Gobiernos han desarrollado algoritmos para entender esta específica “mentalidad” dentro de cada individuo con el propósito de manipularnos, captando miles de nuestras decisiones, analizándolas y usándolas para su beneficio propio: por ejemplo, los anuncios personalizados de Facebook, las sugerencias de contenido de Netflix o las ofertas de la tarjeta de crédito. Todas tienen un mismo objetivo: que consumamos más, compartamos más o que tomemos ciertas decisiones, como, por ejemplo, por quién votar, según la agenda de quien paga por estos servicios. Más subscritores significa más “mercancía” y más ganancias. Y de esta forma, megacompañías de información comercializan nuestras mentes aumentando cada día más su influencia sobre nosotros hasta el punto, el cual posiblemente ya llegamos, que puedan influir en nuestra vida y destino. Tal fue el caso de Cambridge Analytica que usó datos de personas que Facebook les vendió para, supuestamente, manipular los resultados del “brexit” y la elección de Trump en 2016.

Pero no todo es negativo. Compañías e instituciones (como Moral Machine de MIT) analizan nuestra mente de forma que máquinas puedan tomar mejores decisiones. Desarrolladores de programas para el vehículo autónomo se ven ya hoy con la difícil tarea de programarlos para tomar decisiones éticas. Por ejemplo, si un vehículo se encuentra por accidente en una ruta de colisión y este puede desviarse o no, ¿cuál sería la mejor decisión? Para resolver este dilema, programadores construyen miles de situaciones hipotéticas para así poder crear los algoritmos para que estos vehículos actúen con la misma ética. El pronóstico es que estos algoritmos salvarán millones de vidas en accidentes de tránsito; pero, aun así, habrá aquellos que no sobrevivirán y esto será no por una decisión humana, sino por un algoritmo que “decidirá” su muerte. Y la gran pregunta es ¿estamos psicológicamente listos para confiar nuestras vidas a un algoritmo? ¿Y si el algoritmo se equivoca, quién es responsable?

Debemos reconocer los límites de la mente humana. Ya pasaron casi 25 años desde que una computadora venció a un humano en ajedrez y 10 desde que otra venció al campeón del concurso televisivo Jeopardy. Así es, la computadora puede “pensar” y analizar más rápidamente y mejor que cualquier humano. Aun así, estas son y serán controladas por humanos, aquellos entes egocéntricos y prejuiciosos que puede que no les importe las vidas de todos, sino aquellas dentro de su círculo social o de las ganancias de su compañía. Entonces, la pregunta no es si confiamos en los algoritmos, sino si confiamos en aquellos quienes los controlan.

Para bien y para mal, en una democracia son políticos los que más influyen en nuestras vidas. En un mundo “algorítmico” será el CEO de una compañía quien decidirá cómo un algoritmo funciona y decida quién vive y quién muere, quién gana y quién pierde. Por más incapaz que sea un dirigente, podemos confiar que seguirá siendo humano y tome decisiones basadas en su humanismo. Así debemos preguntarnos a quién queremos postular para influir en nuestras vidas: ¿al político escogido por el voto popular o al programador de algoritmos de una compañía privada, el cual no ha sido escogido por voto popular, quizás motivado por crear una ganancia o por una agenda personal?

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