El Canciller Javier Martínez-Acha indicó que Bolivia tiene que tomar una decisión sobre la petición de Méndez, quien goza de protección temporal

Habría que imaginarse la belleza bucólica del cerro erguido detrás de los límites de la ciudad y más allá del arrabal, que era motivo de inspiración de poetas, quienes dedicaron versos y textos para rendir culto a su chorrito de agua que surtía a la población. Durante todo el siglo XX, la enorme roca se fue poblando de vegetación y en ella se asentaron árboles hasta convertir su espigado espinazo en un bosque elevado y vigilante de la urbe.
Esas condiciones naturales se fueron enriqueciendo y paralelamente el cerro Ancón se volvió un símbolo de un sentimiento nacionalista que acogió a la sociedad del país en sus luchas cargadas de protesta, de convicción soberana y de un deseo de fortalecer una identidad propia. Todo esto dio un sentido al lugar en que nacían aquellas iniciativas que conducían hacia la independencia plena y que fortalecerían los valores culturales.
Desde hace un tiempo, tales indicadores se empiezan a perder, pese a que el cerro es huésped de más de mil visitantes por mes, según las estadísticas. Hay un básico problema de capacidad de carga, porque las cifras de los que entran a recorrer sus instalaciones silvestres exceden la posibilidad de recuperación de las condiciones óptimas del lugar. Pero, ese no es el único problema: además de desechos esparcidos por sus caminos, hay desagradables visitas.
Las imágenes de las redes sociales y algunos noticieros hablan de una invasión de menesterosos. Se han apropiado de los espacios boscosos y allí han establecido albergues ocasionales, campamentos improvisados donde el ambiente es invadido por el humo de las fogatas y de las candelas que queman cables, llantas y todo lo que permita extraer el metal que se vende en las recicladoras cercanas.
Esta gente ha llevado su pobreza al área protegida y se ha adueñado no solo de los espacios; atacan a los animales silvestres del lugar para comérselos y depredan la riqueza biológica del área. Allí moran unas 68 especies de fauna, anidan y surcan aves migratorias que dan un carácter especial a las 40.4 hectáreas del parque y ponen en peligro la vistosidad de alrededor de 200 tipos de plantas.
En los alrededores del perímetro del sitio protegido existen viviendas, oficinas y organizaciones que se han hecho víctimas de los facinerosos que merodean. Hay reportes de hurtos en vehículos, en la vecindad y hasta amenazas y agresiones físicas. Vivir próximo al cerro Ancón se convierte en un riesgo para las familias. Es una terrible circunstancia que llena de temores y suspicacias tanto a los residentes como a los visitantes.
Una primera medida fue asumida por el Ministerio de Ambiente y el Municipio de Panamá, a través de la Junta Comunal de Ancón: se organizó una jornada de limpieza que produjo más de un centenar de bolsas de desechos. El recorrido de funcionarios y voluntarios permitió tener un vistazo de la situación: ropa interior colgada de los árboles, preservativos, restos de comida, esqueletos de animales, excrementos y letrinas improvisadas; todo un conjunto de despojos que infectan este ámbito.
Hay que dar una atención que no puede ser de un solo ente. Se trata de una pieza natural que es como una joya de la vida capitalina, pues el paisaje que se contempla desde su cima no tiene parangón. Hay que limpiar este cerro de todo lo que lo daña; extraer a los indigentes allí asilados; racionalizar las visitas según las capacidades; sistematizar la información sobre su flora y su fauna para informar a los visitantes; dar mantenimiento.
Un programa de mejoras racionales permitiría cumplir aquí con los objetivos plasmados en la norma que le dio vida a esta área protegida. Así, la bandera en su cúspide podrá ondear satisfecha, pero, además, será el mejor tributo a aquellos literatos que alabaron la calidez de sus arroyos y su intensa vegetación que se yergue sobre la ciudad como un rasgo de identificación de la sociedad panameña.