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- 01/12/2022 00:00
En el Día del Educador
Recuerdo que siendo estudiante de la primaria, en la escuela Miguel Alba de Soná, mis amigos y yo escuchábamos sobre la existencia de un lugar donde eran llevados los “mal portados” para ser castigados severamente por sus actuaciones. Según las versiones que corrían por los pasillos del colegio, a los infractores se les amarraba en una silla y se le apagaba la luz para hacerlo sufrir a costa de sus miedos. También recuerdo que éramos estudiantes de entre segundo y tercer grado, una edad en la cual la imaginación vuela a años luz y se teje toda suerte de leyendas.
A la famosa sala de torturas le llamamos el “cuarto oscuro” y era una especie de salón que quedaba al lado de la Dirección. Durante los recreos, evitábamos pasar cerca de dicho cuarto, a no ser que fuera en estampida para evitar ser atrapados por alguna fuerza magnética que nos colocara dentro del salón. Incluso, algunos maestros utilizaban la sugestión del cuarto oscuro para lograr la “paz” dentro del aula. Todavía recuerdo la frase de muchos de estos maestros: “o se portan bien o van para el cuarto oscuro”. Era la época en que los maestros repartían reglazos y castigaban con una autoridad propia de un dictador. Pero también era la época en que los padres de familia delegaban esta función de castigo a los maestros. Uno de nuestros mayores miedos era que el día de la entrega de boletines, nuestros maestros pusieran querella de nuestra actitud a nuestros padres, ya que el castigo posterior era inimaginable.
Muchas madres buscaban la tutela de maestras rígidas, porque esto les garantizaba la disciplina de sus acudidos. Era la época de la famosa pedagogía “la escuela con sangre entra”. Jalones de oreja, reglazos, castigos bajo el sol, limpieza de pasillos y el aula, “borradorazos”, etc. Nadie podía cuestionar la autoridad de un maestro ni de chiste. En cierta ocasión, un compañero y yo fuimos sorprendidos en el pasillo en pleno forcejeo por nuestra maestra en uno de esos juegos donde siempre hay perseguidores y perseguidos. Por más que intentamos explicarle a nuestra maestra que solo se trataba de un juego, nuestra conducta “inaceptable” en un recreo, nos salió costando dos reglazos a cada uno y quedarnos de pie en cada esquina en el resto de la jornada ante la mirada burlesca de nuestros compañeros que se deleitaban con cada castigado. Curiosamente, frente a estas metodologías correctivas, nadie de nuestra generación sucumbió. Tampoco recuerdo a alguno de mis compañeros, hoy día profesionales, referirse con rencor a alguno de nuestros maestros; todo lo contrario, nuestros educadores eran una especie de héroes para nosotros, personas dignas de imitar con su ejemplo. Nos hablaban de ciencias y matemáticas, pero también de valores. Dedicaban horas de anécdotas de sus vidas cuando eran jóvenes en las cuales el final siempre era una enseñanza positiva para ser mejores. Nuestra generación, que es catalogada como el “baby boom”, jamás escuchó de algún escándalo en el que se viera envuelto un maestro, o por lo menos yo nunca los escuché. Estos maestros nuestros, dominaban el arte del equilibrio entre el castigo y la premiación. Nos reprochaban malas conductas como el hacer trampa en los exámenes o el abuso contra los más débiles, pero también resaltaban nuestras cualidades. No existía ningún estudiante que no recibiera una premiación por algo bueno hecho por este.
Con el pasar del tiempo, la educación se masificó en el sentido de que, para algunos, obtener un trabajo de educador era la salida más fácil para resolver su forma de vida. La compuerta se abrió para todo el que quería enseñar Ciencias, Matemáticas, Física, Religión, Geografía, etc. Se abrió para algunos capaces, pero para muchos incapaces.
La oportunidad se dio para gente que no ama lo que hace y detesta dar clases. Lo único que le motiva es el aumento de salarios, pero para nada la renovación. Se abrió para seudoeducadores que no brindan el mejor ejemplo a su comunidad y que han perjudicado la imagen del maestro protagonizando escándalos sexuales con sus estudiantes. Este título en verdad les queda grande a muchos que han politizado la educación con el perjuicio para muchos jóvenes de escasos recursos. Sin embargo, este escrito está hecho para honrar a muchos héroes anónimos, llamados maestros, que tienen vocación en lo que hacen y son capaces de muchos sacrificios para llevar la luz de la sabiduría a los lugares más recónditos de nuestro país. A todos ellos, porque lo merecen: Feliz Día del Maestro.