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- 01/12/2020 00:00
'Al trabajo sin más dilación…'
El presidente de la República ha convocado a todos los panameños a conversar. El anuncio trae consigo un deseo de lograr que pongamos a un lado nuestros intereses políticos, gremiales o personales y que nos sentemos rápidamente a diseñar el país que necesitamos construir para evitar que la espiral de violencia e insatisfacción que aflora en otros países de la región, nos llegue a Panamá. Lamentablemente, ya hay quienes han salido a criticar este llamado al Pacto del Bicentenario, sin siquiera darse el beneficio de poder participar para aportar. Es difícil comprender este tipo de actitudes. ¿Será porque hay sectores de nuestra sociedad que prefieran mantener el “statu quo”? ¿O será porque le temen a la construcción de un nuevo contrato social? ¿O será porque no queremos arriesgar el tener que enfrentar una nueva forma de gobernanza que sea más inclusiva, más participativa y equitativa? Para entender la génesis de esta manera de pensar habría que analizar el ADN de los panameños.
A manera de inventario, pongamos en el tapete el sentir de lo que somos y de cómo nos comportamos en el Panamá de hoy. A riesgo de recibir una andanada de críticas, enumero algunas, sin orden de importancia: somos un país básicamente inculto, con serios problemas de educación formal, pero además, de dar malos ejemplos en el hogar. No nos gustan las reglas y cada panameño realmente piensa que tiene el derecho de hacer lo que le da la santa gana. No respetamos las leyes y el juegavivo se ha convertido en el común de los denominadores. Básicamente, somos un país de insurrectos.
Hay quienes no quieren pagar sus impuestos. La evasión fiscal es probablemente uno de los grandes generadores de pobreza y por ende, de la desigualdad que carcome a nuestra querida Panamá. Y, a pesar de que, como ciudadanos, sabemos que es nuestro deber tributar ordenadamente, muchos evaden esa responsabilidad, a sabiendas de que esa acción no es correcta. Se venden empresas, se transfieren bienes y se inventan todo tipo de maromas para no pagar. Lo más grave es que las autoridades o miran para el otro lado o lo que es peor, lo toleran.
Aquí, abusamos del poder. En nuestro país probablemente hay más taxis per cápita que en Nueva York o cualquier otra gran ciudad. Esta es una ciudad amarilla. Los cupos son un negocio y, a pesar de que lo sabemos, nadie hace nada para detener esta práctica irresponsable. Lo mismo sucede con las libretas de la lotería. Las reparten entre los amigos de los diputados o de la gente que tiene acceso al poder.
Y qué decir de los permisos de construcción. El poder económico sencillamente compra, como en una abarrotería, al que tenga el poder de decisión y de paso, violentamos las normas de zonificación y de urbanismo del país y sin siquiera pensar a quiénes afectan. Se construyen obran donde no se debe ni se puede, pero a nadie le importa. Pero los ciudadanos que se la aguanten.
Diariamente, vemos los camiones de reparto bloqueando las calles y avenidas de la ciudad, obstaculizando el tráfico de los vehículos y afectando las aceras, intersecciones o cualquier espacio prohibido, bajo el pretexto de que están haciendo su trabajo. Lo mismo ocurre con la marabunta de taxis amarillos y buses. Se detienen donde les da la gana, sin importar a quiénes afectan con su accionar.
Nos quejamos por todo. Somos un país de criticones. ¡Ah!, pero solo cuando estamos cerca del poder o con amigos en el Gobierno de turno, lo dejamos de hacer. Fuera de la papa, vociferamos, gritamos y nos quejamos por todo.
Así somos los panameños, tanto esos que dicen representar a los cuatro gatos de la llamada sociedad civil, o a los miembros de algún partido político o de asociaciones, sindicatos o gremios empresariales.
En Panamá, tenemos tantos comisionados en la Policía que, según las estadísticas, hay de sobra para comandar un ejército como el de Brasil. Pero, a sabiendas de que nos cuestan una fortuna, todos los presidentes de turno lo siguen permitiendo. Por otro lado, a pesar de contar con una numerosa cantidad de policías, no los vemos en las calles ni tampoco vemos que realmente estén comprometidos para “proteger y servir”. La delincuencia y la inseguridad siguen rampantes, sin que nadie las pueda contener.
Sabemos que tenemos un serio problema en el sector de la salud. Estas falencias han salido a relucir con mucha más fuerza ahora que nos cayó esta terrible pandemia. En términos generales, la burocracia estatal es inmensa, poco eficaz e improductiva. Este es el país del papeleo y de los trámites. Para todo hay que subir y bajar escaleras.
Y qué decir de la corrupción. Este cáncer ya hizo metástasis en nuestra sociedad. Y lo sabemos. Estamos muy conscientes de ella. Es el tema de todos los días. Lo comentamos en WhatsApp, lo conversamos en los cafetines y en cualquier lugar donde se junten más de dos panameños. Muy triste. Y lo que es peor, a pesar de que sabemos que es un acto deleznable, solo acusamos y señalamos a los enemigos y muy pocas veces a los amigos, copartidarios o compinches, a sabiendas de que es un delito y una acción indebida. Como bien dijo alguien en alguna ocasión: “a los enemigos, palo parejo, pero a los amigos, lo que quieran”.
Y así hacemos con la justicia y las leyes. Parecieran estar escritas en papel higiénico. Nos limpiamos con ellas y a nadie parece importarle. Desde lo más alto del poder, han utilizado a los funcionarios que están llamados a impartir la Ley para perseguir a los enemigos politicos y adversarios; pero también a los competidores en el ámbito comercial y empresarial. Nos hacemos daño y todo el mundo lo sabe, pero no hacemos nada para detener esta ola gigantesca de malas vibraciones y de actitudes mezquinas que están dañando a nuestra bella Panamá.
Sé que podríamos enumerar muchas más, pero el espacio no nos lo permite. También sé que los panameños tenemos grandes cualidades, aptitudes, destrezas y muchas cosas buenas. Pero bien lo dijo el general: “Díganme lo malo, que lo bueno ya lo sé”.
El presidente Laurentino Cortizo habló alto y claro. El llamado y la convocatoria son para todos los panameños a participar en este Pacto del Bicentenario. Ha llegado el momento de actuar con prontitud y entereza para pensar en los demás, en ese Panamá de los más necesitados. Para ello tendremos que trabajar para aportar nuevas ideas y dejar a un lado el deporte nacional de criticar. Llegó el momento de construir un nuevo Panamá, ese con políticas públicas diseñadas para el beneficio de las grandes mayorías y no para el bien de los pocos, como pasa hoy. No hay tiempo que perder. La masa de insatisfechos está muy cerca en esta región y la olla de presión está a punto de estallar. Hagamos eco de ese maravilloso estribillo que dice: “adelante la pica y la pala, al trabajo sin más dilación”.