• 26/08/2021 00:00

Una disculpa pública, acción y misterio

“Esta novela está al inicio de una carrera literaria que promete ofrecernos otros momentos de solaz y exploración”

Raisa Calderón Del Real sitúa el inicio de su obra en el mes de características relacionadas con lo oscuro, lo sobrenatural, lo premonitorio. Sus adjetivos sugieren detalles, paradojas, carnaval, máscaras bajo las cuales se cometen crímenes. En esta novela, Una disculpa pública, la autora ha creado un personaje característico de la novela policial: investigador nato y por convicción, al mejor estilo del inspector Jules Maigret de Georges Simenon (Bélgica), o de Hercules Poirot de Agatha Christie (Inglaterra), quien despliega sus dotes de astucia, inteligencia, perseverancia. Es físicamente atractivo, sano y fuerte. Su conducta es ejemplar, clara, directa, incorruptible, cuyas cavilaciones sobre el o los posibles asesinos dejan al descubierto claves sobre el ser humano en general en el Panamá de hoy.

Esta obra es, a la vez, una denuncia contra todos los males que en estos tiempos acosan a los ciudadanos de este país, escenario de la novela: la corrupción, la desidia, el robo descarado de los fondos públicos, el descuido en la salud y la educación, la pobreza.

En este entorno, el fiscal Arrué ha soñado desde niño con ser investigador de crímenes y se vale de su posición como fiscal para cumplir este cometido. En esta bien urdida trama, nuestro héroe policial se propone descubrir un asesino en serie que deducimos se trata de un individuo, hombre o mujer, que aparentemente se toma la justicia por su propia mano. A este personaje y a los otros que le acompañan en la investigación los perfila la autora mediante la voz de un narrador omnisciente o de los monólogos interiores de los personajes que muestran culpa, soledad, fatalidad, incomunicación, traición, doblez y silencio. Por otro lado, también hay fuertes convicciones y ética en las acciones de nuestro héroe y sus colaboradores. A través de la búsqueda del homicida, está la exploración del alma humana en general.

Esta obra es una mirada a la sórdida inmundicia moral y al ansia de progresar en la vida, no importa cómo sea, tejidas en una trama interesante y con buen ritmo hasta el final abierto que nos deja llenos de dudas, cabos sueltos que muy bien podían ser el propósito de la autora de crear una serie, una saga con el inspector Eduardo Arrué Hamasaki, “de poco hablar y mucha acción”, como nos dice su creadora, al mejor seguimiento del patrón de las grandes series policiacas, características del género policial cultivado por James Ellroy (EE. UU.), Walter Mosley (EE. UU.), Patricia Highsmith (EE. UU.) y los dos ya mencionados autores del género policiaco y de la novela de crímenes.

Arrué, que en el desarrollo de sus investigaciones se muestra caviloso, meditabundo en ocasiones y en otras deja ver momentos de gran lucidez y hasta enfado y frustración, es un gran observador, interroga a sus sospechosos tratando de descubrir el vínculo entre tres crímenes, aparentemente por suicidio, de igual número de personajes públicos que habían cometido delitos de corrupción, uso indebido de fondos públicos, desidia y mala práctica médica. El detalle que deja ver la conexión entre los tres asesinatos es “una disculpa pública”, cuyo texto es hallado al lado de los cadáveres de las víctimas. Este detalle, y la mirada de terror congelada en sus rostros al momento de morir, agregan intriga y misterio. A pesar de su gran olfato, su sensitiva humanidad y su experiencia, el fiscal tiene dificultades para descubrir al asesino en serie y esta búsqueda del culpable le apoya un equipo clásico:

Cepeda, el imprescindible personaje, complemento del protagonista;

Liz Michelle Ceballos, el mejor delineado personaje femenino, audaz, directa, en intensa búsqueda de la verdad y la exposición de la misma sin ambages. Ella se enfrenta al monstruo de mil cabezas de los medios de comunicación al servicio de intereses privados. Una de esas cabezas es una mujer, Quica Amores, cuyo carácter demuestra que la corrupción también tiene cara femenina.

Personajes todos esbozados con leve sagacidad sicológica y cuyo proceder subraya y sustenta el perfil de su jefe y del hecho investigado.

Su estilo es directo sin muchas florituras literarias, aunque encontramos algún detalle literario como un presagio o “foreshadowing” (prolepsis) en la página 50:

“La cruceta de la justicia movió los hilos de tu destino -le dijo a lo que quedaba de Ramírez”.

Y algunos momentos casi poéticos, como “… el corazón de aquel sitio que en marzo olía a marañón…”.

En toda la obra, prima el lenguaje sencillo, cotidiano, coloquial con que conversa el inspector con todos aquellos que tienen alguna relación con las víctimas y que permite al lector hacerse parte de la búsqueda del criminal, utilizando las pistas y la evidencia que la autora deja caer estratégicamente.

Esta novela está al inicio de una carrera literaria que promete ofrecernos otros momentos de solaz y exploración. Raisa se adentra en ella con magníficas muestras de talento y conocimiento del oficio escritural. No me queda más que desearle muchos éxitos y satisfacciones personales y profesionales. Siga abriendo brechas, no hay un sendero a seguir a pie juntillas en esto de la literatura creativa, pero cuando leemos descubrimos si el escritor realmente ha creado algo bueno. Y esta obra lo es.

Educadora, traductora.
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