• 17/03/2024 00:00

Distorsión en los precios de alimentos

Muchos cuestionan el precio de los alimentos expresando que pagan mucho cada vez que van al supermercado y que todos los meses suben y no bajan. La realidad es que nuestra comida es barata porque sus costos reales están “externalizados”. ¡Sí!, suben muchas veces por desastres naturales, malas cosechas, especulación con las materias primas, desbalances en la producción de maíz y caña de azúcar para biocombustibles, falta de investigación en agricultura, caída del valor del dólar estadounidense o simplemente codicia. Pero la verdad es que todavía pagamos relativamente menos de lo que deberíamos pagar si todos los elementos fueran contabilizados.

Veamos algunos ejemplos, empezando por los costos humanos. Solamente habría que cruzar el Puente de las Américas para percatarse de las condiciones paupérrimas en que viven nuestros productores del campo. Si a ellos se les pagara por lo que hacen, tendríamos que pagar más por la comida. Y eso es así en todas partes del mundo. Cuando estudiaba en Wisconsin en los años 70, las fábricas solían contratar estudiantes durante el verano con salarios muy por debajo de los que pagaban a trabajadores regulares. Igualmente ocurre ahora en plantas procesadoras que utilizan mujeres para empacar alimentos y trabajaban sin descanso durante meses para poder enviar dinero a sus hijos y familias en su país de origen. Recientemente el presidente de una gran empresa cárnica estadounidense señaló en una entrevista que si aumentaba los salarios en $300 por mes, podría contratar gente local y no tener que lidiar con mano de obra inmigrante. Pero que entonces tendría que aumentar el precio de su carne 50 centavos por libra. Y ese precio, afirmó, le quitaría competitividad y sacaría del mercado.

Veamos ahora los costos ambientales. Aquí en Panamá, más de $400 millones de nuestros impuestos se destinan cada año a subsidios para la producción industrial de alimentos. Sin embargo, se requiere dinero fiscal adicional para limpiar el desorden creado por ese sistema: agua potable contaminada, suelo infértil, zonas muertas en los océanos y miseria general en las áreas circundantes. Cada vez que pasamos con el auto por zonas donde operan estas granjas industriales de cerdos o pollo tenemos que cerrar las ventanas por el olor repugnante (costo externalizado) que se desprende de estas actividades.

Existen también los costos de seguridad alimentaria, una de las víctimas del sistema alimentario actual dedicado al bajo costo. Las empresas ahorran dinero al tomar atajos en la supervisión y pasar por alto las violaciones de seguridad. Según estimaciones a nivel global, los patógenos alimentarios causan en los países occidentales más de 130 millones de enfermedades, 370 mil hospitalizaciones y 7 mil muertes por año. Algunos expertos locales dicen que los alimentos insalubres cuestan a los panameños $330 millones en atención médica y salarios perdidos. Un brote de salmonella o E. coli puede generar más de $100 mil por afectado solo en costos de atención médica y arruinar vidas para siempre. A esta cantidad hay que añadir los costos millonarios que suponen para los productores de alimentos las retiradas de productos, la pérdida continua de ventas, los juicios legales y la ruina de su reputación. A pesar de la evidencia de que los consumidores están dispuestos a pagar más para garantizar alimentos seguros, los grandes productores perciben esos pocos centavos como barreras competitivas.

Y finalmente tenemos los costos de atención médica. Y aquí hay que destacar la obesidad, la diabetes 2 y la hipertensión como enfermedades crónicas (costos externalizados) resultantes de un sistema alimentario barato. Los alimentos más baratos o comida chatarra tienen un alto contenido calórico y un bajo valor nutricional. La comida es barata, altamente procesada, es súper adictiva y la gente come más. Las empresas utilizan un marketing agresivo para comercializar masivamente sus productos y promover para que sean consumidos en cualquier momento, en cualquier lugar y en cantidades muy grandes, todo lo cual promueve una sobrealimentación biológicamente irresistible. En Panamá los costos de la obesidad y sus consiguientes enfermedades en la atención de salud y la pérdida de productividad se acercan a los $1,600 millones al año, cinco veces más que el costo de los alimentos inseguros. Exactas o no, estas cifras proporcionan amplia evidencia de la necesidad de alinear la política agropecuaria con la política sanitaria. Para poner solo un ejemplo: las guías alimentarias recomiendan comer más frutas y verduras, y reducir el consumo de sodas. Pero el costo indexado de frutas y verduras ha aumentado alrededor de un 40% desde principios de los años 1980, mientras que el de las sodas ha disminuido alrededor de un 20%.

En consecuencia, el alto costo externalizado de nuestro actual sistema alimentario es una buena razón para repensar sobre los precios de los alimentos y trabajar hacia políticas que promuevan mejor la salud, la seguridad y el bienestar humano.

El autor es empresario
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