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La elección de la nueva junta directiva de la Asamblea Nacional, encabezada por el honorable diputado Jorge Luis Herrera, de la provincia de Coclé, como presidente; Eduardo Vásquez, de Panamá Oeste, como primer vicepresidente, y Eliécer Castrellón Barrios, de Chiriquí, como segundo vicepresidente, fue mucho más que una simple votación. Fue una lección para quienes subestimaron la capacidad de diálogo, la voluntad de construir consensos y el peso que aún tiene la política bien entendida, la que se ejerce desde el compromiso y no desde la constante confrontación.
Esta nueva junta directiva marca el inicio de un periodo legislativo complejo, exigente, y con una serie de compromisos ineludibles que todos los diputados debemos asumir con responsabilidad. Nuestro deber es dar respuesta a los desafíos sociales y económicos que enfrenta el país.
La conformación de esta directiva fue el resultado de un proceso profundamente político. En un escenario de imposición y nuevas correlaciones de fuerza, los integrantes de la bancada de la coalición Vamos, de la cual formo parte, comprendimos que solo a través del diálogo, del respeto mutuo y de la búsqueda de puntos en común, podríamos avanzar. Esta no fue una alianza de intereses personales, sino un ejercicio de madurez democrática que nos permite mirar con seriedad los grandes retos nacionales: aprobación de leyes urgentes, la modificación de otras, la reforma institucional, conformación de comisiones, entre muchos otros temas.
Algunos aún desestiman el resultado de esta elección. Lo hacen desde la decepción de no haber logrado sus propios objetivos, y aunque seguramente argumentarán distintas razones para desacreditar este proceso, lo cierto es que, en las actuales circunstancias del país, no caben ni el egoísmo político ni la nostalgia por mayorías perdidas. El país hoy necesita de todos. Aquí hubo un solo ganador, Panamá.
La Asamblea Nacional está integrada por 71 panameños y panameñas elegidos por el voto directo de la ciudadanía. Cada uno representa un rostro, una esperanza, una comunidad. Todos, sin excepción, estamos llamados a legislar pensando en el país. Podemos tener diferencias, claro, las tenemos, pero eso no significa que debamos convertir el disenso en confrontación permanente. La democracia se nutre del respeto, incluso frente a lo que no se comparte.
Pese al retraso en el inicio del acto de instalación y a la intención de algunos sectores de obstaculizar el proceso, la institucionalidad prevaleció. Ese, sin duda, fue el verdadero triunfo. Porque si algo necesita hoy Panamá es que sus instituciones funcionen, que cada órgano del Estado cumpla su rol con independencia y que el debate público esté guiado por el interés general y no por la agenda particular de nadie.
Lo ocurrido en esta elección interna de la Asamblea no fue solo un procedimiento parlamentario. Fue una señal de que, a pesar de las dificultades, aún podemos llegar a acuerdos y en los tiempos que vivimos, eso ya es, en sí mismo, una esperanza.
Panamá necesita de todos sus hijos y solo entre todos podremos sacarlo adelante.