• 05/11/2025 00:00

España, espejo cultural de las Américas

En los pueblos hispanoamericanos, nuestra identificación con España, no como tierra extraña y distante sino como una comunidad hermana hispanoparlante, con tradiciones, costumbres, intereses y destinos históricos comunes, hace que nosotros los latinoamericanos tengamos un fuerte sentimiento de adhesión a nuestra hispanidad compartida.

Si bien nuestros países tienen una fecunda variedad de personalidades, desde el europeísmo argentino hasta la riqueza multiétnica y multicultural de Panamá, no por eso deja de florecer en nuestra América aquel designio de unidad que encontramos en nuestras diversas expresiones de nacionalidad.

Así vemos que en un sublime pasaje escrito por ese insigne autor uruguayo José Enrique Rodo (ver “En la armonía, disonancias”) él nos advierte que “las divisiones convienen” para que esa armonía “no anule toda peculiaridad individual, toda diferencia”.

El placer de las contradicciones, entre un tico y un panameño; o entre un colombiano y un venezolano nos enriquecen, pues sin alguna discordia nuestras relaciones serían monótonas y tristes, terminando en fastidio y entonces nos pelearíamos de puro fastidiados.

Por eso, nuestra América, nacida de España, transfigura su hispanidad y la convierte en orgullo hispanoamericano, muy reverenciado tras independizarnos de la Madre Patria, de esa España con su gran originalidad castiza aun latente en nuestros pechos después del transcurso de varios siglos y su mezcla con otras nacionalidades.

Como Bolívar, en la trágica expiación de su grandeza, con la cual pudo despertar ese dolor de patria en sus compatriotas contemporáneos, que eventualmente nos trajo nuestra independencia de España, hoy tras una larga sucesión de generaciones podemos gozar de estabilidad y soberanía, no obstante con la equivalencia de fuerzas que nos elevan sobre la mera necesidad de convivir emancipados y libres.

Con esa conquista bolivariana tanto de bienes positivos como de bienes morales e intelectuales hoy tenemos en nuestra hispanidad una superioridad espiritual, muy digna de admiración e imitación en ambas orillas del mar Atlántico y demás partes del planeta tierra.

El reflejo de esa imagen española, destello de luz con potencial emancipador y nacionalizador, nos legó un continente repleto de países hispanos con sus propias características pero con la convergencia necesaria de unidad hispanoamericana intentada infructuosamente por Bolívar.

Ese poder creador de nacionalidades, talento imperativo de España en nuestra América, forjó amplias estructuras nacionales en un vasto sistema de la incorporación de estas tierras indígenas a una España mayor, capaz de perfeccionamiento y unión.

Así nos es posible hablar de muchas patrias hispanoamericanas con la alentadora afirmación que todas tienen una conciencia clara y firme de la unidad de sus destinos, solidaridad que radica tanto en su pasado como en su futuro, muy consciente de su identidad común.

Las condiciones ineludibles de esta realidad, sometidas al influjo de otros valores, hacen de la América española un espejismo peculiar de la cultura, tradiciones y matrices de España, con sus variantes en cada país hispanoamericano.

En todo esto, la espiritualidad de la cultura tanto española como autóctona, con la cual expresamos nuestro arte, creencias, valores, rituales y prácticas; o sea, todos esos aspectos no materiales que nos relacionan con lo trascendente reflejan lo mejor y lo peor de España en su hispanización de América. Se dice que el espíritu americano se expresó con menos conciencia propia y con más riqueza artística, caracterizado por la contribución de nuevas ideas en las artes. Fue así con la salvedad que también conquisto su libertad y logró la creación de múltiples naciones.

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