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- 12/07/2025 23:00
Espíritu de cuerpo: ¿Un valor perdido en la Asamblea?

En los últimos años, la Asamblea de Diputados ha ido perdiendo algo fundamental: su espíritu de cuerpo. Ese sentido de unidad y lealtad que debería mantener cohesionados a quienes integran este primer órgano del Estado se ha ido diluyendo entre enfrentamientos públicos, conflictos internos y pugnas que solo dañan su imagen y su función.
La Asamblea, más que un espacio para el diálogo y la construcción de leyes que beneficien a la sociedad, parece haberse convertido en un escenario donde priman las luchas de poder, los intereses particulares y las maniobras para desplazar a representantes populares en favor de supuestos independientes o personajes ligados a élites económicas y sociales. Esta práctica no solo erosiona la confianza ciudadana, sino que pone en duda la legitimidad misma del cuerpo legislativo.
Peor aún, muchos diputados caen en la trampa de querer mostrarse como los “más puros” o “mejores” que sus adversarios, destruyendo a otros con la esperanza de ganar el favor público. Pero esa estrategia es un grave error: la ciudadanía no premia la división ni el conflicto constante, sino la capacidad de trabajar juntos por un bien común.
Desprestigiar a la Asamblea se ha convertido en un negocio fácil y noticioso, pero ¿a quién beneficia realmente? ¿Quién gana con las disputas internas y la paralización? Los beneficios que algunos buscan, ya sea en viáticos, nombramientos o privilegios, quedan a menudo en un segundo plano frente al daño institucional que generan.
No es solo la Asamblea la que sufre de estas fisuras; en los otros poderes del Estado también existen tensiones, pero nadie se autodestruye públicamente al nivel que lo hace el órgano legislativo. Y esa autodestrucción solo beneficia a quienes están fuera o a intereses particulares, no al país ni a sus ciudadanos.
El espíritu de cuerpo es más que una expresión: es el motor que impulsa a un grupo a superar desafíos, a trabajar con solidaridad y compromiso. Su ausencia es una señal clara de que la Asamblea debe reinventarse, recuperar el orgullo de ser representantes del pueblo y la responsabilidad que ello implica.
Si no se produce un cambio radical, la Asamblea está condenada a seguir siendo un símbolo de división y fracaso, perdiendo cada día más la confianza de quienes la eligieron. No podemos permitir al órgano encargado de legislar y defender el interés público se convierta en un espectáculo de rivalidades y ambiciones personales. La reconstrucción del espíritu de cuerpo no es solo necesaria, es urgente. Porque el futuro del país depende, en gran medida, de la capacidad de sus representantes para dejar atrás el egoísmo y unirse por el bien común.