• 17/02/2017 01:03

Juventud, ética y educación

Toda generación ha de ser fiel a los desafíos y necesidades que su época le ha impuesto. 

Toda generación ha de ser fiel a los desafíos y necesidades que su época le ha impuesto. Estamos viviendo en un mundo marcado profundamente por desigualdades sociales lacerantes y problemas que amenazan seriamente nuestra propia existencia como especie. Muchos pensadores sociales de gran prestigio, definen este momento histórico --crucial de nuestro planeta-- como consecuencia evidente de una verdadera crisis de civilización o de humanidad sin precedentes. Cada vez también somos más los que consideramos –sin que esto suponga una visión fatalista o escéptica-- que el actual modelo de desarrollo prevaleciente en el mundo y en nuestro país es, en términos éticos, como proyecto humano, injusto e insostenible.

Crisis financieras, amenazas de conflictos nucleares, crisis climática, imposición de conceptos abusivos sobre propiedad intelectual sobre organismos vivos, daños irreparables a grandes ecosistemas, como las fugas de gas en Bhopal en 1984, el desastre de Chernobyl o el hundimiento de la plataforma petrolera Deepwater Horizon en el Golfo de México y un énfasis en la privatización y comercialización exagerada de toda forma de expresión humana y social, vienen configurando un planeta cuyos necesarios y vitales equilibrios sociales, ecológicos y físicos, se encuentran en peligro eminente. Naturalmente que nuestro país, como cualquier otro, no está exento de sufrir las consecuencias que estas disfunciones o eventos antropogénicos, tienen y tendrán sobre toda la vida en la Tierra.

Por eso una de las principales preocupaciones que la educación nacional debe considerar y encarar, es la de lograr que las nuevas generaciones, se formen en la renuncia a cualquier práctica que suponga una profesionalidad aséptica, es decir, aquella que desvinculada de los problemas de sus semejantes y de los males sociales construidos por décadas en nuestras sociedades, coliga su ideal de felicidad suprema, al estrecho universo de lo material y del lucro y consumo desmedido. La riqueza de los seres humanos no puede ser medida únicamente en términos de cuánto se posee o se acumula individualmente. Si así fuese, hoy no experimentaríamos ninguna seducción ni encontraríamos valor alguno, en la tragedia griega, en la filosofía china o en la maravillosa cosmovisión de nuestras culturas precolombinas.

Resulta indudable que vivimos en un mundo de muchas exigencias y de alta competitividad, donde el conocimiento y saber humanos cambian radical y vertiginosamente. Hoy más que en ninguna época, no es suficiente sostener el símbolo de la instrucción o la credencial, para alcanzar una vida de éxito y prosperidad profesional, personal y social. Por eso es preciso que se asuma la educación como un proceso ininterrumpido e inacabado, que solo puede cesar con la muerte. De modo que en el mundo actual, tan exigente como complejo, tan competitivo como injusto, ya no es suficiente ostentar credenciales mínimas, para confiar que con ello, algún éxito nos estará aguardando.

Tampoco sirve de mucho a la sociedad, la existencia de profesionales más entregados al credencialismo vacío y estéril, que con mucha frecuencia se halla en algunos círculos, más afines al narcisismo y a la vanidad, que a la academia; cuando los que realmente importan y necesitamos, son aquellos que sólo conciben el saber y el conocimiento, desde su extraordinaria utilidad y provecho para sí mismo y para el resto de la sociedad. Éstos últimos son los que en definitiva, se convierten en abanderados de los mejores valores y ética de sus profesiones y renuevan su compromiso con el legado que nos dejara la Ilustración del siglo XVIII: el escepticismo, la razón, la búsqueda de la verdad, la objetividad.

De allí que se debe estar siempre prestos a la actualización constante y al perfeccionamiento profesional, derivado en gran medida, al marcado carácter provisional que vienen adquiriendo los conocimientos actuales. Ello obliga además, a dotarse de una vasta cultura general, a reconocer y respetar, sin soberbia alguna, el valor de otros saberes, como el campesino e indígena, conscientes que una parte importante de la medicina y agricultura modernas, se ha aprovechado del conocimiento milenario que estos grupos humanos han legado. Aún queda mucho por aprender de ellos, si consideramos que de las 250 000 especies vegetales superiores que existen en el planeta, menos del 8 % se usan por sus propiedades medicinales.

Hoy ciertamente amplios sectores de la juventud panameña, viven atrapados en un mundo donde se acumulan los desencantos, se hiperboliza el presente y se disipan, cuáles globos de metano, las pocas utopías existentes. Ellos están urgidos de referencias y referentes válidos, salidos principalmente de sus propias filas. Por ello es necesario y urgente promover y respaldar propuestas y creatividades culturales emancipadoras, para que ese mundo que a ratos, parece marcado por un trágico destino prenatal, empiece a ser un rasgo de un momento histórico, amplia e irreversiblemente superado.

INGENIERO AGRÓNOMO.

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