• 17/11/2023 00:00

Hace falta lechuga

[...] cualquiera con acceso al internet puede sugestionar y torcer la voluntad de ejércitos de creyentes [...]

La mente humana es misteriosa. Posee procedimientos increíblemente complicados. También se rige por patrones definidos, casi de manera automática.

Una mente educada no conoce los límites. Siendo educada, es curiosa. Al ser curiosa, utilizará los conocimientos adquiridos por medio de la educación, y generará posibles soluciones para aquellas cosas que obstruyan su encuentro con el resultado deseado. La mente humana construye puentes para salvar los accidentes intelectuales entre preguntas y respuestas.

Sucede todo lo contrario con una mente ignorante. Una mente ignorante es una mente humana, pero mutilada. Al estar mutilada, es fácil de controlar.

Para la mente ignorante, todo resulta incomprensible. Seguirá el camino trillado de siglos, por tortuoso y lento que sea, ya que “es más seguro”. Jamás se aventurará a cuestionar algo que las figuras influyentes aseguren.

En el pasado, las figuras influyentes eran reyes, generales, faraones, caudillos. En resumen, gente con poder.

En la actualidad, cualquiera con acceso al internet puede sugestionar y torcer la voluntad de ejércitos de creyentes, extasiados por el contenido vacío que les muestre en redes sociales bajo la falsa premisa de “esto es ser exitoso”. Vivimos en la época de los aparatos inteligentes, y de la gente bruta.

¿Cómo llegamos a este punto en la historia? Se le atribuye a Einstein, aunque no me consta, la frase que reza “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas”. Si bien fue ese genio quien vaticinó el futuro, o quien haya sido, lo vio venir con un detalle escalofriante.

La población vive de rodillas ante su nuevo dios: los medios de comunicación masivos.

Es un dios caprichoso y contradictorio. Antes de buscar la unidad de sus fieles, los enfrenta, mientras hoy dice una cosa, y mañana dirá otra, completamente contraria a la de hoy.

Por absurdo que parezca el dogma de su fe, muchos son sus creyentes. De manera curiosa, existe un paralelismo entre los practicantes de la fe al nuevo dios, y la población ignorante. Entre más ignorante el ciudadano, más fanático de su creencia.

Como todos los falsos dioses, que hoy abundan, no es otra cosa que un títere. Es una creación con materiales baratos, pero llamativos, con la que aquellos que mueven sus hilos, controlan a una población sin conocimientos, sin creatividad, sin valor y primitiva.

El propósito del nuevo dios es entretener a las mentes ignorantes, haciéndoles mirar hacia la dirección contraria de donde están sucediendo las cosas importantes, que afectan a todos. Mientras los que controlan al títere regalan países, el nuevo dios nos dice: “Hey miren acá, no habrá arbolitos de navidad, porque las vías están cerradas”.

Mientras las arcas de los estados son vandalizadas, el nuevo dios pregona: “¡Extra! ¡Urgente! ¡Hace falta lechuga!”. Al momento, ejércitos de feligreses, muchos con sobrepeso, corren en pánico a comprar lechugas raquíticas a precios estratosféricos, y que muy probablemente dejen perder en una refrigeradora, pues el nuevo dios advirtió que se acabarían.

Nos arrean como a pollos. Y nosotros lo permitimos.

El nuevo dios no es una creación reciente. Ha sido exactamente el mismo desde hace décadas. Si bien ha sido presentado vestido de diferentes colores, por dentro es igual. Y las manos que mueven sus hilos son siempre de las mismas familias.

Pueblos ignorantes, constituyen el grueso de su feligresía, pues sin educación, las mentes son fáciles de engañar. El enemigo del progreso es la corrupción. Pero es precisamente la corrupción la que financia y fundamenta al nuevo dios.

Si el nuevo dios recibe un salario, hace el trabajo que le ordene su empleador. Simple. Y así vemos a los ministros del dogma predicar de manera fervorosa las más tontas mentiras. “Es que el problema es el pueblo, con su lucha de clases”. Vaya falacia.

El problema es la corrupción. El problema es que se han robado tanto dinero, que no hay medicinas para los enfermos, pero sí hay salarios para botellas. El problema es que en vez de invertir en carreteras y en vías de comunicación, se pagan coimas. El problema es que, en vez de construir escuelas, se hacen leyes para crear nuevos corregimientos. El problema es que, en vez de castigar a los malos, se les premia y se les permite presumir lo malhabido. El problema es que se le llama progreso al decidir por todos, en beneficio de unos cuantos.

Una frase que sí pude verificar que dijo Einstein es: “La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”. Nuevamente, siendo el genio que era, sin duda pudo ver en lo que nos estábamos convirtiendo.

Ahora le pregunto, amigo lector, ¿sus decisiones políticas le han traído progreso a su comunidad, a su entorno, y a su país? Según indicadores internacionales, la corrupción galopa sin restricción acá.

Los niños infelices de hoy, y de mañana, son el resultado de las malas decisiones que tomamos como sociedad. Usemos la cabeza a la hora de elegir, y abrámosle el paso a gente nueva y capaz, no a los servidores de lo mismo. Usted y yo sabemos quienes son. ¿Hace falta lechuga?

Dios nos guíe.

Gerente de Construcción
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