Las cifras no mienten. El número de mujeres víctimas de femicidio, de intento de femicidio, de denuncias por maltrato físico y acoso sexual no disminuyen. Las más escandalosas, dato publicado por La Estrella de Panamá, señala un registro de casi dos mil violaciones carnales en lo que va del año y a lo que habría que añadir los miles de embarazos de niñas menores de 14 años, que constituye desde el punto de vista jurídico una violación carnal por la edad de la víctima.

Todas estas cifras de violencia, salvo las de femicidio debido al hallazgo de un cuerpo, no demuestran exactamente la realidad, puesto que en muchos casos las mujeres evaden presentarse a poner la denuncia. Por ejemplo, en los casos de maltrato temen ser agredidas nuevamente por acudir a la justicia o en los casos de violación carnal por el temor a ser cuestionadas sobre detalles del delito, insinuando que fue el vestido o el lugar donde estaba lo que provocó ser la víctima de esta salvajada.

Además, sobre estos delitos existe todavía un elemento social que muchas víctimas asumen al haber sufrido este tipo de violencia, el que atenta contra lo más íntimo; es un delito que deja secuelas grandísimas en las mujeres y que puede tener, además, repercusiones en su salud por haber podido adquirir una enfermedad de transmisión sexual o haber quedado embarazada.

Para atender estos delitos Panamá cuenta con buenas leyes, las que se han ido mejorando con los años, pero cuya aplicación ha sido difícil, como la tipificación de la violencia intrafamiliar y contra la mujer y la importantísima tipificación del delito de femicidio, iniciativa propiciada por la doctora Haydée Méndez y el apoyo del grupo Fundagénero y de la entonces procuradora Ana Belfon.

La reciente eliminación del ineficiente Ministerio de la Mujer, entidad creada dos años antes de las elecciones de 2024 con intenciones politiqueras a favor de la candidatura presidencial del oficialismo y al que siguió, en este gobierno, un año sin ningún impacto.

Con enorme sorpresa algunas mujeres, incluidas las que han ocupado cargos políticos han señalado que la eliminación de esta institución inoperante ha supuesto un retraso de 70 años para las mujeres. Estas declaraciones me dejaron perpleja, bastaría una somera revisión de los avances, en materia legislativa y de protección de las mujeres, alcanzados después de diferentes gobiernos terminada la dictadura.

En la actualidad se vive un feminismo desfasado, se sigue hablando de patriarcado y de detalles un tanto esotéricos y trasnochados que no servirán para atender la realidad que vivimos en Panamá.

Siguen existiendo casos obvios de discriminación para trabajadoras y profesionales, que todavía son tratadas sin tener en cuenta su mayor preparación académica; realizan un trabajo eficiente, que no se traduce en mejores salarios y oportunidades, como ascensos ni privilegios de los cuales sí gozan los hombres, desempeñando la misma tarea.

Más de una vez he escuchado de boca de empresarios que la mayoría de las personas que trabajan en sus empresas son mujeres, pues son más puntuales, responsables, honestas y leales. Ninguno me ha podido responder si esos atributos se han traducido en mejores remuneraciones, así como el cumplimiento eficaz de la legislación vigente en materia de la licencia de maternidad y el habilitar un espacio para que las madres que lo deseen puedan amamantar a sus hijos en los primeros meses de vida.

A ver si tenemos claro que el feminismo militante esta enfocado, desde hace algunos años en casi todo el mundo, en denunciar la disparidad existente en el acceso al poder político, económico, social y, sí, también al religioso.

Hay que desmontar los patrones que siguen vigentes en materia de responsabilidad, empezando por la familia y el cuidado de los niños y adultos mayores, que no debería ser solo responsabilidad nuestra, más faltan las políticas públicas pertinentes, como la creación de guarderías, la atención a los niños después de clases, atención al paciente en casa y las residencias para los que no pueden valerse de ellos mismos. Las mujeres salen al amanecer y deben dejar preparado todo lo necesario para que los niños vayan a la escuela así como lo que se comerá en casa después de su jornada, sin que en esta rutina laboral reciba la colaboración de su pareja, compañero o esposo.

Los movimientos feministas en Panamá se vincularon desde el inicio de la república para conseguir igualdad de derecho, empezando con educación y obtener el voto, como una exigencia fundamental de nuestros derechos ciudadanos y humanos; es allí donde la lucha se plantea sin lloriqueos y lamentos y ahí están esas mujeres valientes que desafiaron a una sociedad conservadora y machista. Después de conseguir el voto y la condición de ciudadanas plenas, dejaron la tarea pendiente de todas las leyes que hoy garantizan nuestros derechos.

La reciente discusión sobre el tema de la paridad en las listas electorales tiene que solucionarse mediante la ley electoral, pero también en la actitud firme de las mujeres políticas para protestar y exigir que sus representantes en la Comisión Nacional de Reformas Electorales dejen a un lado las excusas de que no hay mujeres que quieran ser candidatas... la solución es tan sencilla como esta, búsquenla porque las hay.

El número de mujeres que hoy están en la Asamblea, algunas de las cuales han tenido una mayor vocería deben poder ponerse de acuerdo, más allá de los partidos, de las llamadas independencias políticas y favorecer ese poder fundamental que es el político, de una manera valiente.

Amigas y compañeras, que sigan las marchas, aunque yo ya no pueda acompañarlas físicamente; que sigan los reclamos, pero especialmente entendamos: solo el poder ejercido con conciencia democrática y feminista logrará hacer realidad todo lo que anhelamos y esperamos.

La autora es exlegisladora de la República de Panamá
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