Una deuda que supera los $70 millones reclaman a las autoridades del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), los productores de arroz de la región...
Panamá atraviesa uno de los momentos más desafiantes de su historia reciente. A menos de un año del nuevo gobierno, las grietas estructurales acumuladas por décadas de corrupción, clientelismo y desidia institucional han emergido con fuerza. El país está fracturado no solo económicamente, sino social y emocionalmente.
El presidente Mulino recibió un país endeudado hasta el límite, con la Caja de Seguro Social (CSS) al borde del colapso, una economía aún con secuelas de la pandemia, y un sistema político carcomido por la desconfianza. A eso se le suma una oposición fragmentada, entre la izquierda radical que busca dinamitar todo desde la calle, y sectores independientes que han optado por criticar sin matices, muchas veces desde la inexperiencia o el cálculo electoral.
En este contexto, el reto de gobernar no solo es administrar, sino reconstruir. La reciente aprobación de la Ley de la CSS —aunque imperfecta— fue un acto valiente. No se había logrado en años y era más fácil postergar que enfrentar. Este tipo de decisiones requieren liderazgo, no populismo. Y sobre todo, requieren respaldo institucional y ciudadano, no fuego cruzado.
Pero, mientras tanto, temas estructurales siguen esperando: el acceso al agua potable, con el proyecto de Río Indio como una urgencia nacional; la redefinición de una política minera que equilibre desarrollo económico con protección ambiental, y la necesidad imperiosa de atraer inversión, generar empleo y reducir la desigualdad galopante.
La solución al agua no solo es vital para las comunidades, sino también para el corazón económico del país: el Canal de Panamá. Sin seguridad hídrica, peligra nuestra principal fuente de ingresos y de orgullo nacional. No hay tiempo para cálculos políticos ni para debates ideológicos estériles. Este es un tema de supervivencia nacional.
A la par, el turismo sigue siendo un gigante dormido. Panamá tiene todo para convertirse en un destino de clase mundial: biodiversidad, historia, conectividad, cultura. Con una estrategia clara y sostenible, podríamos generar miles de empleos desde Bocas hasta Darién, impulsando el desarrollo inclusivo de nuestras regiones. Pero se necesita estabilidad, seguridad jurídica, visión a largo plazo... y menos confrontación.
El país no puede avanzar con un liderazgo político y sindical que antepone agendas personales o ideológicas al bien común. Un expresidente exiliado que agita redes sociales desde una embajada extranjera, líderes sindicales que todo lo bloquean, o figuras que se presentan como “independientes” pero actúan con la misma rigidez que los extremos, solo agravan la fragilidad institucional y ahuyentan la inversión.
Un llamado también debe ir directo a los tres órganos del Estado: es urgente que den el ejemplo en austeridad, control del gasto y eficiencia. La ciudadanía no tolerará más despilfarro, privilegios injustificados ni aparatos públicos sobredimensionados en tiempos de dificultad. El Estado debe estar al servicio del país, no de intereses internos.
En contraste, vale reconocer el papel que juega el sector privado responsable. En particular, la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá ha sido consistente en su visión equilibrada y su compromiso con el país. Sus mensajes objetivos, serenos, firmes y propositivos aportan a la estabilidad institucional y son ejemplo de liderazgo cívico en tiempos convulsos.
Panamá necesita madurez. Y eso aplica a todos: gobierno, oposición, independientes, empresarios, medios y sociedad civil. Las prioridades están claras —empleo, salud, educación, agua, institucionalidad— pero no se resolverán mientras sigamos atrapados en peleas estériles y narrativas simplistas.
Gobernar en tiempos de tormenta exige decisiones difíciles, pero también apoyo inteligente. No se trata de aplaudir todo, pero sí de reconocer avances, señalar errores con respeto y proponer soluciones reales.
Si queremos salvar al país del caos, no podemos seguir alimentando el fuego de la división. Panamá necesita un nuevo pacto: uno donde se respete la diferencia, pero se priorice el bien común. Donde se escuchen las críticas, pero también se valoren los pasos firmes. Donde la política deje de ser un juego de egos y vuelva a ser un instrumento de transformación.
Hoy no se trata de banderas partidarias. Se trata del país.
Panamá necesita más puentes y menos trincheras.
Porque allá afuera hay tormenta... y adentro, aún podemos evitar el naufragio.
Con buena visión, voluntad y unidad, estos desafíos pueden convertirse en grandes oportunidades. Este pueblo noble, trabajador y resiliente merece un mejor país. Y juntos, aún estamos a tiempo de construirlo.