• 24/08/2018 02:01

He resistido

‘[...] paso difícil después de aceptar que ya no es parte de la vida terrenal, pero que con su llama latente pervive entre nosotros. Estamos lejos de alcanzar este peldaño. Gracias, hijo. He resistido los dos primeros años'

Este 26 de agosto se cumplen dos años de la inesperada y prematura partida de Carlos Augusto Herrera Guardia, con apenas 47 años cumplidos, pero todavía la justicia no se asoma con su espada neutral en la penumbra de esta desquiciada paradoja para saldar adeudos, atollada dentro de la imperfección del sistema legal que agoniza con síndrome de inmunodeficiencia de la corrupción galopante. Este indeleble padecimiento ha cabalgado al lado de la miseria que no coincide con la indigencia, pero que se bifurca entre la miseria material remarcada en la pobreza del que existe en condiciones indignas frente a las necesidades básicas; de la miseria moral y esclava de los vicios que van unidas a la dañina miseria espiritual en ayuno de valores, mientras se regodea en este mar de tosquedad en donde pululan los intereses materiales; los acuerdos indignos y las maldades latentes. Lo primero como falta de bondad que se perpetra en el infortunio apartado de legalidad u honestidad y que está oculto, en apariencia inactiva y mimetizado con la maldad solapada que es innato en el inconsciente.

Ha persistido el dolor lacerante por lo agudo y punzante para convertirse en la agonía moral junto con mil preguntas sin respuestas y en constante evasión de los que repellan consuelos con una mezcla de ignorancia y fanatismo, en la indisoluble confusión al medidor racional de la vida finita e individual, frente a los misterios del orden y secuencia de los que nacen y mueren. Lo cierto es que ahora aparece una lucecita fincada en la inmortalidad del alma que para nosotros es la resurrección, previo al juicio final que para san Agustín, el alma proviene de Dios y para Sócrates en el ‘Fedón', se refiere a términos contrarios, originados en los apuestos, donde la vida promueve la muerte y la muerte suscita vida, en ese constante proceso cíclico que lo podemos enclaustrar en la reencarnación alejada de nuestro dogma. Kant con sus postulados de la razón práctica, postula la libertad, la inmortalidad y existencia de Dios.

En este calvario atosigado a falta de respuestas, apelamos a la justicia divina en una dimensión universal plateada en valores, amistad, amor, solidaridad o Justicia, común en todas las culturas. Para los antiguos egipcios existía la reencarnación con la deidad denominada ‘Maat', encargada de erradicar el mal al imponer el bien. La justicia compensa la necesidad de vivir en sociedad en busca de la armonía que promueve el equilibrio y ante esta justicia material limitada, se debe promover la justicia divina sustentada en la fe y convicción de la existencia de Dios al contrarrestar las debilidades e insuficiencia, pues nada puede devolver una vida cercenada que en el politeísmo hindú se subsumen en la ley kármica que establece la verdadera justicia, aunque para los filósofos, la justicia divina es una invención humana basada en la consecuencia lógica de ese orden espiritual superior sin sentido racional. En otro sentido se habla en diana de una vida eterna después de la muerte física.

Este espinoso lapso para los no interesados es con el paso del tiempo que borra todo vestigio de existencia frente a las trágicas novedades que se suceden sin ninguna explicación científica o teológica, lo que muy poco puede restañar las heridas morales que en la inconsciencia mundana se combina con los números de lotería para ganar o lamentar la imprevisión de no apostar, pero al retrotraemos a la inmortalidad del alma, lo que encaja en base en todas las derivaciones comentadas someramente. No esperen que la justicia divina se asiente en aquellos que no tiene conciencia moral, porque se tragan la ignominia de sus actos poblados en la ignorancia. La maldad que obnubila el entendimiento y promueve el cómodo traslado de culpa que lo exime en esa conciencia vacía por el daño perpetrado.

Tenemos el otro paso para los agnados, sobre materialización del ser que se ilumina con el nacimiento que transcurre durante la vida finita y sujeta a la improvisación de la existencia terrenal, que luego del descarne se debe transferir a la idealización de quien existió, con el recalco en el recuerdo de las cosas buenas que los distinguió y de ese modo, siguen al lado de los que amaron y honran al resaltar la memoria. Este es el paso difícil después de aceptar que ya no es parte de la vida terrenal, pero que con su llama latente pervive entre nosotros. Estamos lejos de alcanzar este peldaño. Gracias, hijo. He resistido los dos primeros años.

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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