• 28/11/2021 00:00

Herederos de los istmeños de 1821

“Para quienes hemos recibido en herencia esta nación independiente llamada Panamá, hoy, dos veces centenaria, no hay excusa válida para no estar a la altura de aquel memorable legado: esa Patria […]”

Con el pasar del tiempo y las generaciones, Justo Arosemena (1817 - 1896), de ser “el panameño más relevante del siglo 19”, ha escalado a ser, a no dudarlo, el panameño por antonomasia. En otras palabras, si hubiese que resumir en una persona sus pensamientos y ejecutorias, lo que mejor describe al panameño, el nombre de Justo Arosemena sería el escogido.

Las conmemoraciones del Bicentenario de su natalicio nos dejaron claras muestras de la magnitud de su figura y el espectro inmenso de su legado.

Habría entonces, como natural interés, que intentar conocer un poco de la formación de esa personalidad preclara, ¿cómo se formó?, ¿qué la inspiró?, para imaginar la construcción de quien tuvo los más nobles ideales de panameñidad.

Aquí es donde encontramos, como centro neurálgico de la formación de Arosemena, las inspiraciones al amor patrio de la fuente primaria, el hogar, de sus padres Mariano Arosemena y Dolores Quesada. Queda muy claro, para los estudiosos, que la devoción por la Patria la aprendió allí primero, en la familia.

Su padre, Mariano, fue firmante de la Proclamación de Independencia, a la edad de 27 años y dueño de una notable formación política, decencia y valores morales que influyeron en Justo desde niño.

Los biógrafos de Justo Arosemena señalan que son los propios recuerdos de Justo Arosemena los que nos llevan a su infancia y a la indeleble impresión que sobre él causó aquel cuadro que bajo la inscripción de “Memoria al 28 de Noviembre de 1821” ocupaba un lugar central en su casa.

De Mariano Arosemena se dijo que “profesó el más intenso americanismo de tal manera que para él la América republicana era toda una, solidaria por sus afecciones”, “liberal mucho antes de la independencia del Istmo…, escritor infatigable, nervioso y persuasivo desde que crujió la prensa en Panamá; enemigo de todas las dictaduras y de los Gobiernos fuertes que se han levantado en el mundo de Colón; conocedor como pocos de la política en Hispanoamérica”.

Empieza a dibujarse que la formación del panameño más emblemático, el que mejor definió nuestros dotes como nación, se tejieron con la argamasa de los ideales que dieron lustre al movimiento independentista de 1821.

La gesta para darle al Istmo una república, con sus valores, como fuente de gobierno y romper con los lazos monárquicos, es fundamentalmente la demostración de que, en este territorio, que hoy conocemos como República de Panamá, se había decantado una vibrante nación con todas sus características.

Los doscientos años que celebramos de la Independencia del Istmo de Panamá del reino español, marcan también la decisión -voluntaria e idealista- de adhesión a los sueños de Simón Bolívar de unión para las naciones americanas y, sin duda alguna, a los principios democráticos de autonomía y gobierno.

Bien dice Justo Arosemena, al interpretar aquellos acontecimientos de 1821 que vivió de muy niño, pero, que marcaron su vida: “Quede pues para nosotros solos la gloria de nuestra emancipación; quede la de habernos unido a Colombia, cuyo esplendor nos deslumbró, y cuyo derecho sobre el Istmo era ninguno”.

Aquellos ideales de libertad, independencia y autonomía que alumbraron el movimiento independentista, valga decir, nacido en el interior del país, fueron fuente de inspiración para las generaciones de panameños que luego les correspondió lidiar con el desmembramiento de la Nueva Granada y la Gran Colombia. Por ende, las generaciones que varias veces intentaron darle al Istmo independencia plena, hasta materializarla el 3 de Noviembre de 1903, para diseñar nuestro propio destino.

El alma de las naciones es un compuesto dinámico que se constituye de la viva participación de los que fueron, los que son y los que serán. Alto deber tenemos los panameños de hoy en investigar, conocer y valorar los ideales de los istmeños que, con coraje y decisión, soñaron la Patria que hoy tenemos.

Para quienes hemos recibido en herencia esta nación independiente llamada Panamá, hoy, dos veces centenaria, no hay excusa válida para no estar a la altura de aquel memorable legado: esa Patria que, desde los ideales de los próceres de 1821, se ha ido forjando, con dificultades y retos, a veces, ingentes, pero que palpita en cada uno de los corazones de quienes hemos nacido en esta tierra y de quienes la han adoptado como suya, de esta tierra que separó a las Américas para unir al mundo y, ojalá, cumplir con su auténtica función para bienestar de los istmeños y progreso de la humanidad.

Abogado, presidente del Grupo Editorial El Siglo - La Estrella de Panamá, GESE.
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