• 06/06/2015 02:00

La zorra que hizo revivir valores humanos

La parsimonia y la confianza con que salía de la alambrada de ciclón ese animalito de DS me despertaron en ese momento la virtud del perdón

Es la segunda vez que me encuentro tan cerca con esta subespecie de marsupial que los panameños llamamos ‘zorra'. Estoy seguro de que se trata de la misma zarigüeya a la que le perdoné la vida hace tres años allá en la barriada de Cerro Viento, cuando la sorprendí en la lavandería de mi casa comiéndose los trozos de papaya que le dispensaba a los sinsontes salvajes de la barriada.

Aquella madrugada bajé el tenebroso cañón del rifle, teniéndola a dos metros de distancia saliendo de la cerca que protegía de los gatos a los nidos de los sinsontes. La parsimonia y la confianza con que salía de la alambrada de ciclón ese animalito de DS me despertaron en ese momento la virtud del perdón. El perdón para ese animal que antes de desprender su rabo prensil del alambre volteó su cabeza horrible y me miró con sus ojos cargados de tristeza, aún encandilados por la potente linterna de mano.

Ahora, acá en La Pintada, en la comunidad de Piedras Blancas, me vuelvo a encontrar, sostengo yo, con la misma zorra y esta vez por la desaparición de dos pollas ponedoras en un año. Mi vecino Félix Ortega me prometió cazarla con una lanza que tiene hecha con una larga vara de teca y en la punta un filoso pedazo de acero bien amolado y puntiagudo.

A lo que me dijo Félix: ‘Mire, las zorras cazan después de las dos de la mañana, entre dos y tres de la mañana. Yo la voy a esperar en su gallinero y ojalá que se trepe en el palo de mango donde duermen las mayoría de las gallinas, yo le ‘chiflo'... ‘pa” que vea cómo la atravieso con este chuzo por la barriga'. Ante tanta confianza de mi vecino Félix, acepté que eliminara la zorra y me dije para mis adentros dos gallinas ponedoras son cuatro huevos diarios, por lo que le recalqué al vecino: ‘Vamos a ver si usted así como ronca duerme'.

Como no conciliaba el sueño, bajé para hacerle compañía al vecino y no habían pasado cinco minutos, después de las dos de la mañana, cuando el codo de Félix me advertía que la zorra había llegado, trepándose ágilmente en el palo de mango. Cuando la alumbraron, se quedó quietecita, esperando lo peor, ya la lanza iba punta arriba y la detuve, porque sentí entre lástima y amor por ese bicho; más bien mucho amor, como el que le tengo a los perros de la calle. Me estará cayendo la bola de años encima, pero esta zorra ha hecho que cuente con dos virtudes: el amor y el perdón hacia los animales silvestres. Sobre todo porque los humanos estamos ocupando todos sus espacios.

ESCRITOR COSTUMBRISTA.

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