• 06/11/2018 01:02

Pederastia: entre la fe y la confianza (I)

Un tema sacude al mundo, pero Panamá lo trata de ocultar: la crisis en la Iglesia católica por los abusos sexuales

Un tema sacude al mundo, pero Panamá lo trata de ocultar: la crisis en la Iglesia católica por los abusos sexuales de muchos de sus sacerdotes contra miles de niños y jóvenes en todo el orbe.

Parece adecuado emplazar el asunto en contexto histórico, social y ético y en sus implicaciones morales y religiosas, porque presenciamos un momento decisivo de la historia.

El sexo eclesiástico medieval

En el Medioevo, el poder eclesiástico alcanzó su cumbre. El celibato fue adoptado en la Edad Media por razones prácticas. Antes de su instauración, los obispos, arzobispos y cardenales solían ser duques, condes y marqueses, cuyas propiedades y señoríos, al morir, eran reclamados tanto por la Iglesia como por los herederos naturales. Con el celibato, la herencia se resolvía a favor de la Iglesia, la cual se adueñó de posesiones muy superiores en extensión y riqueza a las de cualquier príncipe europeo. Inocencio III fue el más poderoso gobernante eclesiástico de la historia; ante quien los reyes se inclinaban, pues eran ‘primus inter pares' con respecto a la nobleza, pero ante el papa, eran obedientes vasallos. Si osaban rebelarse, o se declaraba alguna cruzada contra ellos o se les excomulgaba para despojarlos de todo, y no faltaba nunca algún noble dispuesto a ello que luego se repartiera con la Iglesia tierras y botín.

Así, el celibato solo tuvo efectos administrativos, reflejados en el aumento del poder temporal del papa y demás autoridades eclesiásticas. El clero, especialmente el alto, solía entretenerse con la barraganía, y dejaba hijos naturales por doquier. Los barones de la Iglesia se exhibían con sus amantes y encumbraban a sus hijos en altas posiciones, igual que nobles seculares. Muchos cristianos, para contraponerse a ello sin encolerizar a la jerarquía, formaban órdenes monacales, algunas de las cuales, como la de Cluny, tuvieron una influencia moralizante. Pero al final, la vida ‘licenciosa' se imponía e incluso invadía los claustros, en los que eran frecuentes casos de lesbianismo y sodomía, según antiguos documentos.

Sexualidad sacerdotal en el Renacimiento y la Edad Moderna

Las simas de la vida licenciosa de los jerarcas eclesiásticos afectaron su autoridad en el Renacimiento. No resulta raro que, conocedores de tal situación, fueran monjes como Calvino o Lutero los que propusieran reformas regeneradoras. Julio II, el papa guerrero, trató de reapuntalar el menguante poder temporal de la Iglesia, pero la independencia del papado solo se mantenía como fiel en la balanza de las disputas entre los emergentes Estados nacionales. Esto hacía que el poder eclesiástico se aliara con el real, y que los reyes compitieran por demostrar quién era más ‘cristiano': el rey de España era (y es) el ‘católico'; el de Francia, el ‘cristianísimo', y el de Inglaterra era (y es, aunque sin el papa desde Enrique VIII) el ‘defensor de la fe'. Obispos y cardenales eran ministros de Estado, y la vida de un príncipe de la Iglesia no difería de la de un seglar.

Mientras, el celibato perdía las ventajas que lo motivaron. Un alto clérigo vivía en la Corte igual de parásito que los nobles, cuya existencia como tales dependía del rey. Así que mantuvieron sus costumbres sexuales, a la vez que las órdenes monacales iban disminuyendo en extensión e influencia.

Un cambio trascendental: el siglo XIX

Con la conquista de Italia por Napoleón, el poder temporal del papa desapareció. Pero el emperador reconocía la presencia de la Iglesia en la cultura de Europa, así que le ofreció un concordato que puso a los curas a sueldo del tesoro público a cambio de que renunciaran a la política. El papa aceptó y empezó a desarrollar la noción de que la obediencia y castidad reflejaban principios morales, y que la autoridad de la Iglesia debía, sin intereses terrenales, orientarse hacia allá. Con la caída de Napoleón, el sistema Metternich no restituyó al papado su antiguo poder. En cambio, las órdenes abrían escuelas y colegios, con frecuencia muy exclusivos. El cura ya lo era más del pueblo en que vivía y con el que desarrollaba una relación directa. La gente empezó a ver en el párroco un agente de la autoridad moral y del conocimiento espiritual. Era una relación basada en la confianza en un poder proveniente ‘de Dios'. El Estado decimonónico reconocía a la Iglesia una función social, por lo que la exoneró de impuestos y le otorgó tierras y ayudas diversas. La Iglesia, por su parte, recogía a menesterosos, viudas, discapacitados; educaba y custodiaba niños, fundaba hospitales y casas de ayuda. Parecía que el sistema funcionaba bien, pero se basaba en dos pilares: la fe en Dios y la confianza de la gente, y resulta que las contradicciones mundiales desde la segunda mitad del decimonono, han resquebrajado esos pilares hasta la crisis de hoy.

Fe e Iglesia en el capitalismo

Famosas son las historias sobre cómo la alta jerarquía de la Iglesia, aliada con el Estado, ya fuere liberal capitalista, autocrático o totalitario, rara vez se ponía del lado de los pobres, salvo por caridad. Pero una nueva doctrina, el comunismo, puso en jaque tanto las contradicciones como sus paliativos, al denunciar las primeras y acusar a los segundos de no ir a la raíz del problema, que era esencialmente económico. Marx y sus seguidores consideraban a la Iglesia como un bálsamo con que la gente aliviaba la desigualdad, pero sin liberarse de ella. Ello debía pasar, según los marxistas, por desvincularse de la fe en un Dios creado para acomodar a los opresores y favorecer la opresión, y en reconocer en las propias capacidades humanas los principios de la convivencia y la dignidad. Preconizaban, así, el fin de las castas sacerdotales, que requieren que haya fe para sobrevivir. La lucha de la Iglesia contra tales ideas no escatimó alianzas ni siquiera con dictadores, y es bueno que cuando se busquen las razones de la debilidad actual de la Iglesia no se ubiquen solo en escándalos sexuales, sino, entre otras cosas, por el rol de su jerarquía en favor de dictaduras.

Pero tampoco las tácticas antieclesiásticas del estalinismo tuvieron éxito. Según describe el propio marxismo, factores superestructurales, como la fe, están arraigados en la cultura. Dios es un fenómeno cultural, y mientras se mantenga allí, existirá. Las represiones suelen fortalecer los rasgos culturales. Por eso, muchas culturas las han sobrevivido. Luego, no es la represión de la religión, sino la desaparición de las contradicciones que le dan origen y sustento, y la educación emancipadora de cadenas culturales, lo que puede generar la confianza en las propias fuerzas humanas.

ESPECIALISTA EN LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLA.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus