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- 06/03/2021 00:00
Del interior
Corría el mes de marzo del 2020. Los panameños no teníamos idea de qué iba a significar la pandemia, y no con eso quiero decir que ahora la tengamos clara. Un Gobierno que se había estrenado menos de un año antes, finalmente aceptaba que tenía conocimiento de que el virus había estado entre nosotros desde antes de carnavales, y que los contagios eran inminentes. Por algún motivo, decidieron callar esa información.
Surgía el “Equipo Panamá”, e iniciaban las ruedas de prensa, que, por varios meses, se convocarían diariamente para que pudiéramos saber cómo avanzaba el virus. En medio de la incertidumbre, se acariciaba la posibilidad de que el Gobierno guiara los rumbos del país por la mejor senda, logrando que la ciudadanía padeciera lo menos posible. En esos aciagos momentos, ver al presidente contar algún chiste, o tratar que el tono de las ruedas de prensa fuese más coloquial que técnico, era percibido como una manera de transmitirle calma a un pueblo asustado. Su discurso parecía salir del interior, campechano y apacible, aunque nunca directo.
Surgió la idea de ver la pandemia como un campo de batalla, y no faltaron las arengas, y los llamados a combatir quedándonos en casa, siendo soldados que de manos caídas podíamos vencer al enemigo, sin necesidad de empuñar ninguna arma. Por supuesto que los discursos esperanzadores tuvieron efecto al inicio, y confieso que hasta puse la Bandera Nacional en la entrada de mi casa. Esa bandera simbolizaba que me sentía parte de la lucha común. Significaba que veía acercarse el combate contra la enfermedad, y contra lo desconocido, pero que estaba dispuesto a colaborar, hombro con hombro, pero a más de dos metros de distancia para evitar que nuestro país se hundiera. El sentimiento patriótico me inundó, y creí por un momento que todos sentíamos eso, y que lo sentíamos de nuestro interior.
Después las arengas se volvieron autobombo, y desde ese punto, todo se fue al sur.
Pero aún tengo la bandera en la entrada. Nunca hemos dejado de luchar.
Fue amargo cuando notamos que nuestros líderes enfocaban sus esfuerzos hacia otros objetivos, muy alejados de combatir la pandemia. Lo triste pasó a ser absurdo, y lo absurdo llegó a ser escandaloso en una interminable vorágine de escándalos y corrupción con la que altos funcionarios eran captados “infraganti” haciendo uso de sus investiduras para ordeñar las muchas tetas que le encontraron a la pandemia.
Una molestia que se iba transformando en ira calentó mis ideas, y en el punto más convulso de mi pensar, incluso consideré bajar la Bandera que había colocado meses antes. Y justo en ese momento surgió en mi interior un concepto esclarecedor.
Refresqué mi cabeza, y comprendí que la Bandera significaba mi resolución de hacer las cosas bien por mi país, y que eso no depende del actuar de los corruptos, sino de la fortaleza de mi convicción por actuar correctamente. Hay que honrar la Patria todos los días, dando nuestro esfuerzo y así aportaremos nuestro grano de arena en la playa de la reactivación del país. Cada uno, granito a granito la podemos cimentar.
Es cierto que el desánimo ataca cuando vemos a la clase política, que de clase no tiene nada, pelearse los dineros del Estado para tomarlos como suyos, aumentando sus cuentas bancarias, para luego exigirle al Pueblo esforzarse más, al tiempo que ellos no se quitan ningún privilegio, en una contradicción leonina.
No es una condición nueva la que describimos. Es un obrar negativo que se ha enquistado en los políticos, quienes no conocen más que sus apetitos, mismos que son incapaces de satisfacer de maneras legítimas, evidenciando una incapacidad productiva que saben que poseen, y que resulta en la imperiosa necesidad de perpetuarse en sus curules, donde tuercen las leyes tan solo para hacer legales sus ilegalidades.
“Malditos aquellos que con sus palabras defienden al Pueblo y con sus hechos lo traicionan”.
Panamá tiene que despertar, y pronto. El letargo de la inacción, y la decadencia de la sociedad nos está transformando en entes primitivos, incapaces de pensar, porque no sabemos leer ni escribir, y dispuestos a ensuciarnos con las ofertas de los políticos criollos. La letrina en la que han convertido a las entidades gubernamentales evidencia una sobrepoblación de alimañas que tienen que ser eliminadas para dar paso a buenos funcionarios, si queremos que el país surja.
Hay que detener a todos los inmorales que están involucrados en la política, pues son ellos el verdadero virus que acaba países. Sin una oposición real, ni unida, sin partidos que den muestras de cambio real en sus prácticas, todo lo que digan los que defienden a unos o a otros no son más que falacias.
Y así, un ciudadano del interior cree que aporta algo, señalando temas tan evidentes como montañas, escribiendo sobre cosas que nadie quiere leer, y por eso precisamente es que deben importarnos a todos.
Dios nos guíe.