• 24/05/2025 01:00

Jaque mate al ‘jogo’ brasileño

Análisis de cómo la Canarinha perdió su alma en el ajedrez táctico europeo. Durante décadas, la selección brasileña fue sinónimo de arte con balón. El llamado Jogo Bonito no era solo un estilo de juego: era una filosofía, una identidad nacional. Mientras las selecciones europeas basaban su éxito en la disciplina táctica, el rigor defensivo y la ejecución metódica, Brasil se permitía el lujo de bailar sobre el césped. En ese contraste entre la alegría sudamericana y el cálculo europeo se tejieron algunas de las páginas más memorables del fútbol mundial.

Sin embargo, algo cambió. El estilo que una vez hizo temblar a ingleses, italianos y alemanes comenzó a apagarse, como una samba silenciada en medio de una sinfonía austera. Y no fue de un día para otro.

El viraje invisible: del arte a la obediencia táctica

Tradicionalmente, Brasil jugaba al ataque con un desprecio casi romántico por la defensa. La consigna tácita era simple: si el rival marcaba uno, nosotros marcaremos dos. La figura del arquero era casi decorativa, porque la confianza recaía en un ataque letal, protagonizado por generaciones de genios como Pelé, Garrincha, Romário, Rivaldo o Ronaldinho.

Pero el fútbol moderno no perdona las nostalgias. A medida que los clubes europeos empezaron a contratar y formar a la mayoría de las estrellas brasileñas, el estilo europeo comenzó a permear la sangre del scratch. El juego se volvió más táctico, más rígido, más mecánico. La chispa se fue diluyendo entre sesiones de pressing, transiciones rápidas y líneas de cuatro.

Hoy, la mayoría de los convocados a la selección militan en Europa. Formados, modelados y moldeados en academias que priorizan la eficiencia sobre la estética, la intensidad sobre la inspiración. El producto final: una selección brasileña reconocible por la camiseta, pero irreconocible por el alma.

2014: La herida que no cierra

La caída no fue solo simbólica. En 2014, en su propia casa, Brasil sufrió el golpe más devastador a su orgullo futbolístico. Alemania le propinó un knockout brutal en las semifinales del Mundial, con un histórico y humillante 7-1 en Belo Horizonte. Aquel día no solo se perdió un partido: se fracturó la confianza de un país que siempre creyó que su ataque era suficiente escudo. Quedó claro que Brasil no sabe jugar al catenaccio, que su mejor defensa siempre fue el ataque.

Ese día fue más que una derrota: fue una declaración de que el Jogo Bonito ya no era suficiente frente a la maquinaria táctica europea. La Canarinha quedó desfigurada y, desde entonces, el intento por reconstruirla ha sido torpe, contradictorio y cada vez más alejado de sus raíces.

¿Una trampa involuntaria?

No queremos caer en teorías conspirativas, pero resulta inevitable preguntarse si Brasil cayó en una celada silenciosa. ¿Cómo pasó de ser el equipo que todos temían al que hoy muchos vencen con planificación y orden?

El colofón de este proceso llega con una decisión simbólica: la contratación del italiano Carlo Ancelotti como próximo seleccionador. Un entrenador ganador, sí. Experimentado, sin duda. Pero un símbolo viviente del fútbol europeo más pragmático. Un entrenador que, en lugar de revivir el alma brasileña, puede terminar de sellar su ataúd.

Es como si el país que inventó la poesía con balón aceptara, resignado, que para sobrevivir en este fútbol moderno debe dejar de ser Brasil.

Adiós al linaje glorioso

¿Dónde están hoy los herederos de Feola, Moreira, Zagalo, Telé? ¿Quién revive los valores de Sócrates, Zico o Rivelino? ¿Qué pasó con la irreverencia de Garrincha o la magia de Ronaldinho? El relevo generacional no solo debe darse en piernas jóvenes, sino en ideas valientes. Y esa valentía parece estar extinta en el fútbol brasileño actual.

El fútbol mundial ha cambiado, es cierto. Pero otras selecciones, como Argentina, han sabido adaptarse sin perder completamente su esencia. En cambio, Brasil parece haber entregado la suya en bandeja de plata.

En el tablero del fútbol internacional, la Canarinha está atrapada entre torres europeas, alfiles disciplinados y caballos veloces. Y en este juego, el rey no es Pelé, sino un sistema que ya no entiende la samba. “Jaque mate”.

*El autor es licenciado en
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