• 25/02/2017 01:03

Reflexiones sobre juventud y el valor de la educación

En todas las épocas la juventud panameña ha tenido que encarar muchos retos

A la juventud le ha correspondido vivir en un mundo de profundos contrastes y de lacerantes exclusiones e inequidades. El proceso de globalización neoliberal iniciado a mediados de los años 80 y los impresionantes cambios científicos y tecnológicos alcanzados por el género humano en las últimas décadas, lejos de reducir las diferencias y las desigualdades abismales prevalecientes en el mundo de hoy, las han acentuado hasta un punto que resulta ya insostenible e insoportable.

Más de mil millones de hambrientos viven entre nosotros y cerca de 10 millones de niños mueren anualmente, antes de cumplir los cinco años de edad por causa de enfermedades previsibles o curables, cuando se asegura que se producen suficientes alimentos para cubrir las necesidades del doble de la población mundial actual; cuando el rescate del sistema financiero internacional costó en tan sólo dos años, la suma de 17 trillones de dólares; cuando el gasto en cosméticos y alimentos para mascotas supera en el mundo industrializado los 50,000 millones y cuando hoy se despilfarran en armamentos a nivel global 1.5 billones de dólares, representando casi un incremento del 50% con relación al gasto del año 2000.

Así de injusto, desigual y estrafalario es el hogar universal que se ha venido construyendo, contrario a cualquier proyecto verdaderamente ético y humano.

Estas realidades que siguen identificando al mundo de comienzos del siglo XXI tienen también su expresión concreta en países como el nuestro. Aquí la pobreza y las desigualdades sociales han venido siendo construidas por un sector minoritario de la población, que se resiste a compartir la riqueza producida por todos. Por eso la importancia decisiva que tiene la educación en la formación de ciudadanos y profesionales capaces de participar activamente en la transformación de un modelo de economía y sociedad, que se sustente en los más altos valores del espíritu humano, y no en la avaricia, el egoísmo y la insolidaridad.

Asimismo, nuestra juventud, sobre todo la juventud estudiosa, no puede restarse del debate inevitable sobre la creciente mercantilización del saber y el conocimiento humanos y sobre las nuevas finalidades y prioridades que se le quieren imponer a la educación, en el marco de una tendencia general de supeditarla exclusivamente a las exigencias del mercado laboral, que en un exceso de simplificación, privilegia la rentabilidad del capital y desdeña toda formación humanística, ética y social de los individuos. La educación ha de seguir siendo un derecho humano fundamental e inalienable, que en nuestro país debería responder primariamente, a las necesidades de los más excluidos, silenciados o discriminados y al cultivo de los valores y virtudes más elevados del ser humano y no a convertirse en un mero apéndice del proceso de producción mercantil o en un negocio capitalista más.

En todas las épocas la juventud panameña ha tenido que encarar muchos retos. Sin embargo, la de hoy tiene exigencias y desafíos no conocidos por ninguna que las precedieron. Ahora no sólo es preciso fortalecer el interés por el estudio constante y permanente —tarea principal de un estudiante— sino luchar y vencer aquellas concepciones de la cultura hegemónica, que valorizan lo efímero, lo superficial, el hedonismo y que consideran que los valores fundamentales de todo ser humano descansan en su afán desmedido por el dinero, el lucro y la ganancia.

De ella se espera que los éxitos en cualquier ámbito de la vida profesional y personal no los mida exclusivamente por la cantidad de bienes materiales que pueda acumular; cuando los mismos han de depender, principalmente, de los aportes que a lo largo de sus vidas hagan en beneficio de toda la colectividad. Sólo así y únicamente así, cobrará sentido y significado la verdadera razón de existir de la especie humana.

INGENIERO AGRÓNOMO.

Aquí la pobreza y las desigualdades sociales han venido siendo construidas, por un sector minoritario de la población, que se resiste a compartir la riqueza producida por todos.

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