• 13/05/2025 00:00

La anarquía en que vivimos

No estamos bien. Vivimos un país convulso que, en lugar de fomentar la unidad de los panameños, está aliado a la división popular, causada en muchos casos por mala comunicación que tienen los gobernantes y la permanente intransigencia de determinados grupos. El visitante a Panamá en estos días percibe que estamos ante una especie de anarquía, manifestada como un desorden social, falta de normas y reglas y la presencia de conflictos.

Esto es lo que ha vivido el país las últimas semanas. Protestas de los trabajadores de la construcción, huelga de educadores y médicos, cierres de estudiantes universitarios que se suman a las constantes quejas que se manifiestan en muchas comunidades exigiendo agua, reparación de calles, mejores servicios de salud, clamando por puestos de trabajo y pidiendo más seguridad ante el aumento de la ola de crímenes.

Algunos de los que protestan más violentamente ni siquiera saben por qué lo hacen. Siguen consignas de un pequeño grupo que sí sabe hacia dónde va: la destrucción de la poca convivencia social que nos queda. Así lograron el acceso al poder en Chile, Perú y Colombia, después de promover protestas violentas que hicieron que la izquierda accediera al poder en algunos casos por primera vez en su historia. Indudablemente, para esos no hay reglas y menos normas sociales que les impidan cerrar un país sin una causa válida, sin proponer salida alguna. Viven del enfrentamiento y la confrontación.

Simultáneamente, tenemos enfrente otra gran realidad. El país carece de los líderes que le hagan sentir que tenemos un gobierno con el cual podemos dialogar y promover la convivencia social. Que se esmere en dar el ejemplo. Que sea el promotor del entendimiento social que el momento exige. Que, en vez de imponer su mandato, gobierne para todos, para lograr el respeto que pareciera desaparecer con el transcurso del poco tiempo que tienen de estar en el poder.

Más bien, las actuaciones de quienes hoy dirigen los destinos de la Nación promueven el enfrentamiento, descalificando permanentemente a sus opositores. En vez de alentar la paz y la armonía, la dificultan con sus regulares acciones fuera de tono. Todo esto no promueve la vía para lograr la paz social que las actuales circunstancias exigen.

Días atrás, durante la comparecencia del ministro de Relaciones Exteriores en la Asamblea, pudimos apreciar el cinismo como aceptan el tremendo nepotismo que ha existido en la designación de embajadores y cónsules. No sienten vergüenza alguna en violar las normas existentes que impiden esa odiosa práctica que la Antai sí le aplica con severidad a la Unachi, a los corregimientos y alcaldías. Igual ocurre con el absurdo aumento de los magistrados de la Corte y con el vergonzoso escándalo de las planillas de la Asamblea Nacional, que de seguro existen en otras instancias oficiales.

Para los gobernantes pareciera que tampoco hay leyes ni normas que les apliquen. Eso, por igual, es anarquía. La misma que a diario le atribuyen al Suntracs, a los maestros y a los estudiantes que cierran la Transítsmica y que tienen paralizada la ciudad y el interior.

Por eso es que estamos estancados, quizás cavando más el pozo de la desigualdad social.

Es el momento de decidir qué queremos. Seguimos dándole paliativos al cáncer social que nos consume o adoptamos la decisión de extirparlo de raíz. Nuestra paciente, que es la Patria, ya no aguanta más remiendos.

¿Habrá voluntad para lograrlo? Es urgente hacer los correctivos necesarios. ¿Podrá lograrlo el presidente Mulino y su equipo de gobierno?

El país no puede esperar más.

*El autor es analista político
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