• 15/04/2024 23:00

La ausencia de las relaciones exteriores en la campaña presidencial

Desde hace décadas sostengo que Panamá depende del exterior para su seguridad y prosperidad, a causa de nuestra pequeñez, del sistema vigente y de la valiosa posición geográfica

La política internacional no está en la agenda de la campaña política para las elecciones (2024). Quizás, porque el electorado mayoritario, poco interesado y con educación deficiente, no comprende nuestra verdadera situación obligando a los candidatos a ocuparse de asuntos más parroquiales, o prometiendo lo imposible frente a la superpotencia que rechaza renegociar un tratado de libre comercio.

Desde hace décadas sostengo que Panamá depende del exterior para su seguridad y prosperidad, a causa de nuestra pequeñez, del sistema vigente y de la valiosa posición geográfica que las potencias ansían controlar. Vivimos desde hace siglos del mercado internacional y de la inversión extranjera, dato de realpolitik que no debemos olvidar como tampoco nuestras alianzas acertadas si queremos avanzar evitando, no obstante, la excesiva sumisión a la superpotencia americana. Mientras, políticos insensatos defienden regímenes antidemocráticos y empobrecedores, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, ahora peón regional ruso.

Estados Unidos, nuestro primer aliado, es la contraparte de la mayor protección estratégica, el Tratado de Neutralidad del Canal tan repudiado por los opositores al régimen militar que terminó, parecen ignorarlo algunos, hace ya 34 largos años. Estar como nosotros bajo el “paraguas del Pentágono” ha impulsado a Suecia a apartarse de 200 años de neutralidad e integrar la OTAN, después de Finlandia, para defenderse del imperialismo de una Rusia expansionista que ataca a Ucrania y amenaza a toda Europa y la paz mundial. Igual que el nuevo imperialismo de la República Popular China (contra Taiwán) que disputa pequeñas islas al Japón, que quiere apropiarse de todo el mar de China Meridional ignorando los intereses de Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunei, y pretende territorios de India, Nepal, Bután, Laos, Mongolia y Birmania.

Solo hubo un cambio significativo en la política exterior panameña cuando en 2017 se establecieron relaciones diplomáticas con la República Popular China. Comenzaron con entusiasmo y con el ceño fruncido de la superpotencia del norte, pero infortunadamente han sufrido cierto estancamiento que superaremos cuando China, el único miembro del Consejo de Seguridad de la ONU renuente, acepte adherirse al Protocolo del Tratado de Neutralidad como debió hacerlo por respeto a Panamá.

En esta nueva relación quedan pendientes al menos algunas interrogantes. Seguramente los chinos saben lo que quieren. ¿Sabemos nosotros lo que queremos? ¿Conocemos la mentalidad y la historia de los chinos? ¿Hemos analizado con las armas tecnológicas e intelectuales de la prospectiva nuestro futuro y también el de China? ¿Hemos estudiado la experiencia de otros Estados, especialmente del océano Índico y del África, en donde China tiene su red de influencia con cuestionamientos sobre su costo? ¿Hemos considerado los efectos sobre nuestro país de la dinámica de la rivalidad planetaria creciente entre China y Estados Unidos? ¿Sabremos aprovechar las oportunidades de la nueva relación entre Panamá y China y evitar los inconvenientes, sin duda inevitables, que también pueden aflorar?

En los demás aspectos de la política internacional nada sustantivo ha sucedido y adolecemos de las mismas fallas. Seguimos, por ejemplo, atados al envilecido Parlacen y no estamos en los bloques internacionales a los que por naturaleza deberíamos pertenecer como la Alianza del Pacífico, la OCDE y la APEC, donde está nuestro vecino Colombia. Hasta Costa Rica nos supera en política exterior e institucionalidad. Aconsejo fortalecer la Cancillería, profesionalizar realmente el servicio exterior, y reformar el inoperante Consejo Nacional de Relaciones Exteriores.

Necesitamos un liderazgo fuerte que enfrente las exigencias de grupos de fanáticos y de individuos inescrupulosos y que termine al fin con el costoso desorden imperante. Que fije claramente las prioridades en nuestra política internacional y reconozca nuestro real peso geoestratégico semejante al de Singapur, modelo más próspero, ordenado y potencia mejor considerada.

La reciente pérdida de grado de inversión, el menor respeto por la inversión extranjera protegida también por tratados bilaterales, la mala reputación por el manejo de las finanzas públicas, el despilfarro y la corrupción entronizada, aliada del crimen organizado, amenazan seriamente nuestra prosperidad. Se añade la débil institucionalidad que advierten embajadas extranjeras en Panamá por falta de un liderazgo vigoroso, ilustrado, y de un servicio civil más profesional, actualmente demasiado político - clientelar. Cuando se resuelvan todas esas situaciones nos respetarán afuera.

La inestabilidad en el tema aparece con tres cancilleres en cuatro años, lo que debilita las relaciones personales con los homólogos extranjeros y evitó poner al fin a Panamá en el mapa del mundo. Además, se registran muy pocos encuentros presidenciales, indispensables para reforzar nuestras relaciones internacionales dependientes también de estrechos contactos entre gobernantes.

Coincido con nuestro mejor analista del tema, Alonso Illueca, cuando afirma que por “la falta de continuidad y la indefinición de los principios y valores fundamentales de nuestra política exterior, las capacidades de Panamá para incidir a nivel internacional se limitan de forma significativa”, desde hace ya varias administraciones presidenciales añado, y de nuestra miopía para comprender el valor de nuestro considerable capital geopolítico.

Es prioridad reforzar nuestras relaciones con los Estados americanos realmente democráticos y con los aliados de Europa, Asia y África. Debemos superar pronto el malestar con nuestro vecino más importante, Colombia, especialmente en el asunto de la migración de ilegales por el tapón del Darién que favorece, y por las manifestaciones inamistosas sobre nuestro país del presidente Petro y su canciller Leyva. Se añade la enemistad que nos profesa la satrapía fascista, venal, Ortega - Murillo, que controla Nicaragua.

Continúa la asimetría en la situación de la “reciprocidad” con los Estados amigos en nuestra contra, a pesar de que esa debe ser nuestra regla de oro. Símbolo ejemplar fue regalar un palacete de 10 millones de dólares para una embajada extranjera inaugurado en 2016 (administración Varela), sin contrapartida alguna.

Queda por delante un gran trabajo de cambio y de adaptación a la nueva realidad internacional dinámica, cada vez más multipolar, y de aprovechamiento de oportunidades que nos otorga nuestro verdadero peso geopolítico aparentemente ignorado por nuestros gobernantes. Tarea pendiente para aquellos que elijamos el próximo 5 de mayo.

El autor es geógrafo, historiador, diplomático
Lo Nuevo
comments powered by Disqus