Con el relanzamiento de la lotería fiscal, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) prevé a corto plazo aumentar en un 7 % a 10 % la recaudación sobre...

El cuento es un género narrativo cuyos méritos se basan en la concisión anecdótica y formal, así como en la relativa brevedad del texto, además del interés que pueda suscitar lo que se relata. Al igual que la novela, relata una historia —sólo que con mucha mayor brevedad— en la que suele haber personajes, si bien pocos, tal vez incluso uno solo, que entran en conflicto con el mundo o consigo mismos.
Desde la primera línea, el lector debe quedar prendado de lo que ocurre, aunque a veces lo principal no esté en un primer plano, sino subyacente, apenas sugerido. El autor cuenta la historia (una sola, no varias) teniendo presente que debe centrarse en un tema único y relevante. Trabaja sus materiales en profundidad, no de manera horizontal —otra diferencia clave con la novela—, con el meticuloso cuidado de un orfebre.
Así, cada palabra es importante, cada descripción, cada sugerencia. No debe sobrar ni faltar nada, y el desenlace puede ser fulminante, sorpresivo, a veces revelador. Cuando esto ocurre —también hay, por supuesto, cuentos de final abierto—, ocurre una epifanía; es decir, una toma de conciencia, singular revelación. Escribir cuentos supone la necesidad de narrar una “tajada de vida” (nunca una vida completa) en la existencia de alguien; un momento, una situación, los contrapuntos de un sentimiento. No hay tiempo ni espacio suficientes para explayarse: la síntesis y la elipsis son los recursos dominantes, así como la existencia de un conflicto.
En un cuento puede haber diálogo, monólogo, descripción o exposición de ideas, o bien una adecuada combinación de dos o más de estos recursos, pero siempre dentro del marco de una narración, ya que es indispensable que algo ocurra; lo cual implica siempre movimiento, acción, que puede ser externa o interiorizada en el personaje.
En cuanto a sus dimensiones, hay minicuentos de pocas líneas, de un solo párrafo o de una página; cuentos cortos o de mediana extensión: y los hay más largos (nunca más de 30 o 40 páginas, lo cual ya los haría larguísimos). Cabe señalar, por otra parte, que existen cuentos líricos, realistas, fantásticos, metafísicos, oníricos, psicológicos, eróticos, de horror, de crítica sociopolítica, de ciencia ficción, o bien metaficcionales, entre otros.
En términos generales, algunos cuentos pueden ser considerados como de personaje, otros como de situación o atmósfera, y otros más como de acción, dependiendo del énfasis que se le dé a cada aspecto, o a la porción de espacio gráfico que ocupen en la página impresa. Pero en todos los buenos cuentos predomina la impresión en el lector —y antes, en su autor— de que su escritura era necesaria, acaso indispensable. No es una metáfora afirmar que sentimos —lectores y autores— que algo en nosotros se transforma, que después del cuento ya no somos los mismos.
En toda historia que se cuenta en este difícil, pero fascinante género, la elección del narrador en cuanto al punto de vista desde el que se narra, del tono, de la atmósfera, así como el uso de técnicas adecuadas, permiten que el cuento tenga un halo especial, un encanto difícil de precisar, una suerte de sutil seducción en el ánimo del lector.
Por otra parte, podría decirse que el buen cuentista es un mago que mantiene la atención del espectador (del lector) de principio a fin, con sus trucos bien manejados por un oficio experimentado y un ingenio singular. En algunos casos de excepción, este manejo de las técnicas narrativas puede ser tan ágil e imperceptible, que como resultado del proceso creador el cuentista al final deslumbra al lector. Decía ese gran cuentista argentino que fue Julio Cortázar: El cuento es “... Una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia”.
Sobre el origen y naturaleza del cuento y sus implicaciones ha dicho uno de sus exégetas más conspicuos, el escritor y crítico literario argentino Enrique Anderson Imbert, en uno de los mejores libros escritos sobre el tema, Teoría y técnica del cuento (1979): “El cuento, gracias a su brevedad, permite que el cuentista, libre de interferencias e interrupciones, domine durante menos de una hora el arte de producir un efecto único... El cuento responde a un designio preestablecido, y cada palabra prefigura el diseño total”.
Por su parte, el escritor peruano Mario Vargas Llosa ha señalado en su libro Viaje a la ficción: El mundo de Juan Carlos Onetti (2008): “De ese abismo entre la verdad de nuestras vidas vividas y aquella que somos capaces de fantasear y vivir como mentira, brota ese otro rasgo esencial de lo humano que es la inconformidad, la insatisfacción, la rebeldía, la temeridad de desacatar la vida tal como es y la voluntad de transformarla”. En el Panamá actual, el cuento es, sin duda, un género sobresaliente en calidad, cantidad y variedad. Recomiendo la lectura de al menos un libro de cada uno de los siguientes autores destacados: Cheri Lewis G; Carlos Oriel Wynter Melo; Giovanna Benedetti; Pedro Crenes Castro; Ela Urriola; Eduardo Jaspe Lescure; Nicolle Alzamora Candanedo; Gonzalo Menéndez González; Consuelo Tomás Fitzgerald y Félix Armando Quirós Tejeira. De este último, recomiendo altamente su quinta colección de cuentos, recién publicada en Panamá, titulada La noche del corazón, una obra maestra de versatilidad artística y fulgurante imaginación.