Las huelgas de trabajadores han constituido un arma eficaz para la clase obrera y de algunos gremios profesionales; como un instrumento poderoso para conseguir mejores condiciones de trabajo, aumentos salariales y reconocimiento de derechos. A lo largo de la historia tenemos ejemplos que el uso de este instrumento también incluyó violencia contra los trabajadores, perdidas de vida y daños no contemplados previamente por quienes las organizaban.

Como caso emblemático, la huelga de trabajadoras en la fábrica de ropa en Nueva York, que costó la vida a 129 costureras que recibían salarios ínfimos, trabajaban horarios agotadores y carecían de protección a sus derechos fundamentales, no solo como obreras sino también como seres humanos. Esta huelga dio origen a la celebración del Día Internacional de la Mujer, que se conmemora en el mundo, menos en Estados Unidos, por razones políticas mezquinas, como si ignorar esta tragedia pudiera borrar el horror de esta.

Sin embargo, la utilización de la huelga como un instrumento político ha producido, en ocasiones en el ámbito educativo, consecuencias más allá de los simples reclamos de maestros y profesores, al legarnos un sistema educativo maltrecho. Nuestro sistema de educación pública fue a lo largo de los primeros 60 años de la república el gran nivelador social, pues permitió a jóvenes egresados de las escuelas oficiales tener acceso a universidades panameñas e internacionales.

Es imperdonable escuchar a maestros y profesores expresarse de manera incoherente, utilizando insultos y amenazas, sin lograr dar argumentos para estos paros, limitándose a repetir consignas obsoletas que produce un enorme rechazo en la sociedad. “Enseñar, puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”, expresó un sabio latinoamericano hace más de 150 años.

La escuela pública debe ser la fragua de jóvenes con la mejor educación posible y si nos fuera dado soñar deberíamos aspirar, como en otros países civilizados, a que la escuela privada fuera solo para casos excepcionales, porque la instrucción pública se le equipara o la supera.

No se trata de acabar con la iniciativa privada, más bien de garantizar a la inmensa mayoría de niños y jóvenes, un instrumento que les permita obtener acceso a estudios superiores y poder decir con orgullo el nombre de la escuela en la que se han graduado. Como ha ocurrido con los egresados del Instituto Nacional, Fermín Naudeau, Félix Olivares, Normal de Santiago, Pedro Pablo Sánchez, Ángel María Herrera, José Daniel Crespo y Abel Bravo, por destacar algunas.

Los ciudadanos, que pagamos con nuestros impuestos el salario de maestros y profesores, estamos llamados a exigir una rendición de cuentas sobre el trabajo de los docentes y exigir una evaluación anual del desempeño de sus tareas. No hay derecho para justificar que todos los años, especialmente de las escuelas primarias, pasen de grado, muchos sin haber adquirido las mínimas destrezas en español, matemática, escritura y lectura.

El magisterio requiere vocación de servicio, permanente renovación de conocimientos, sobre todo en el mundo contemporáneo y una disposición especial para tratar por igual a todos los alumnos.

El año escolar en Panamá se ha ido reduciendo, no solamente en días lectivos sino en horas de escolaridad, a lo que se suma las innumerables celebraciones folklóricas, étnicas, cívicas, a las que debemos añadir seminarios y reuniones de maestros y profesores en días y horarios escolares.

El sistema no da para más. El país no podrá ofrecer mejores oportunidades de trabajo, de calidad de vida, de cultura y de valores en medio de este caos que no se arreglará con entrega de computadoras, si no logramos sembrar en la mente y el corazón de nuestros estudiantes el gusto por la lectura, la curiosidad científica y las habilidades sociales que requiere la vida en comunidad

Este deterioro no es solo un problema del Gobierno, es de todos, los padres de familia y, debe serlo también, de toda la sociedad. De seguir así tendremos altas tasas de informalidad laboral, empleos mal remunerados y un país que se está hundiendo en la ignorancia, en el desprecio por el valor de la inteligencia y la pérdida de confianza en la democracia, que debe garantizar igualdad de oportunidades para todos.

*La autora es exdiputada de la República de Panamá
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