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Soy Berta. Mis parientes dicen que soy necia, pero que mis necedades son juiciosas.
Pienso que los panameños convivimos con problemas a los que damos la espalda hasta que nos arrollan. Por pereza, incapacidad o temor, postergamos resolver lo que nos parece distante y poco urgente. ¡Esa es nuestra cultura! Saltamos la vida de viernes a viernes, enfocados en completar para los gastos escolares de nuestros hijos o para comprar las cervecitas frías que nos distraen un rato de los problemas.
Un ejemplo de esa postergación es el programa de la Caja de Seguro Social llamado IVM —Invalidez, Vejez y Muerte—. Atiende las jubilaciones de quienes cotizan para ello en la institución. Es importante aclarar que es un asunto completamente separado de otros programas como el de administración o el de enfermedad/maternidad.
Lamentablemente, los especialistas explican el tema con tecnicismos para entenderse entre ellos. No le hablan con sencillez al pueblo. Por eso resumiré para usted el problema de forma simple: cada año el programa IVM cuesta $2,300 millones y solo recibe $1,200 millones. Queda mocho por $1,100 millones y ya se nos quedó sin manteca el chanchito que tenía las reservas para enfrentar unas cuentas que no dan más, en un país donde los jubilados ayudan a sus hijos y nietos.
Seré clara y para eso usaré mi ejemplo. Al iniciar mi carrera ganaba $865 al mes. Era soltera, prometedora, sin hijos y me echaba el sueldo encima, de pies a cabeza. Rumbeaba a rabiar y paseaba mucho con mis novios. ¡Uy!
Pero el tiempo me enserió. Terminé la licenciatura, hice postgrados y maestrías en contabilidad y finanzas. Me casé y tuve dos niñas: Jeanette y Marissa. Una salió necia como yo y la otra es un ángel que no molesta.
En la oficina donde yo laboro, cada año me incrementaron el sueldo 2.5%. Yo esperaba más para hacerle frente al costo de vivir, aunque reconozco que después de pelear bastante con mi jefe, aceptó mis solicitudes. Igual siento que con todos mis títulos universitarios, aquello fue solo una migaja. ¡Viejo rufián!
En fin, sudé la gota gorda durante un cuarto de siglo para jubilarme en el 2002, al cumplir 57 y la CSS me brindó, con la fórmula que aplican, una pensión de $930.
En ese lapso aporté $53,192 a la CSS y ese dinero produjo $38,483 adicionales, gracias a un interés anual de 4.5%. Así, mis aportes más los intereses totalizaron $91,675.
Según la esperanza de vida de las panameñas, moriré a los 86 años y hasta ese día habré cobrado $323,000. Son $200,000 más de lo que yo hubiese cobrado si depositara en un banco aquellos $91,675 mencionados en el párrafo anterior y me pagase el mismo interés de 4.5% para que mensualmente yo retire los $930 para vivir. ¡Ojo!, si hubiera hecho eso, la plata me bastaría para pagar solo 11 años de jubilación.
Usted se pregunta quién puso los $200,000 que yo no aporté. Fueron las generaciones jóvenes de cotizantes y dudo que en el futuro se animen a participar en un programa que quebrará si no actuamos ya.
En fin, ¿de dónde saldrán los $1,100 millones anuales necesarios para tapar el hueco que tiene el IVM? Tenemos muchas opciones, pero sé que usted está apurado, no quiere leer mucho y me limitaré aquí a mencionar unas pocas.
Primera: ajustar las “medidas paramétricas”.... Los financistas usan palabras raras.... Los parámetros se refieren a la edad de jubilación, el número mínimo de cuotas para jubilarse y el monto mínimo de la pensión. En esta opción el pueblo paga el pato.
Segunda: aumentar el ITBMS de 7% a 10%, para generar
$700 millones y mitigar el problema. En ese caso, por ejemplo, cuando usted compre una estufa de $300, con el nuevo impuesto le costará $330, no $321. El pueblo paga el pato en esta opción también.
Tercera: incentivar la incorporación del empleo informal a la economía formal. Desde 2019 el empleo formal lo ha generado principalmente el Estado, endeudándose para contratar funcionarios. Hoy la mitad de los empleos son informales. Son 765,000 personas no pagan impuestos ni aportan cuotas al Seguro Social. Reconozco que la informalidad satisface a algunos jóvenes “digitales” de clase media. Son una generación completamente distinta a la mía, sin necesidad ni interés en un trabajo formal, porque hacen plata sin oficina y desde un celular.
Cuarta: reformar profundamente a la junta directiva de la CSS, para que sea conformada por miembros capaces, que logren una administración eficiente, con tecnología que elimine procesos manuales, mejoren el rendimiento de las inversiones y frenen el vergonzoso desfile de botellas y garrafones.
Son opciones que no tienen por qué ser excluyentes. Perfectamente, podemos probar varias a la vez.
La quiebra de IVM arrastraría la economía panameña a un hoyo más hondo que el actual. En nuestra triste cultura de postergación, quiero ver cuál de los candidatos a la presidencia tiene el liderazgo y la voluntad para aplicar las decisiones difíciles.
¿Será valiente y dirá al pueblo verdades duras que yo explique aquí? Si los políticos dan la espalda a la realidad, mis hijas, Jeanette y Marissa, tendrán una vejez mucho menos digna que la mía.