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- 17/09/2025 00:00
Han transcurrido algo más de tres cuartos de siglo desde la creación del Festival Nacional de La Mejorana, el evento folklórico que idearon Dora Pérez y Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate. Por aquellas calendas corría el año 1949 y América Latina apenas se sacudía del lastre del período colonial. Y me arriesgo a afirmar que el aludido proyecto vernáculo, si no es el primero, está entre los zapadores del continente, ya que no he podido precisar otro del mismo tipo y naturaleza, en una época cuando los estudios científicos del folklor apenas asomaban su faz.
Los panameños tenemos sobradas razones para sentirnos orgullosos del cónclave tradicional que tiene como escenario la población de Guararé, en la provincia de Los Santos. Resulta curioso, pero no casual, que se organice en un escenario como el que ofrece la pequeña ciudad santeña, porque la virtud de pueblo chico, en el que las relaciones interpersonales son más estrechas y de tipo primario, contribuye a darle al festejo ese aire de cosa propia y familiar, de mágico hechizo en el que todos nos sentimos abrazados en la panameñidad. Y no podría ser de otra manera, porque en Guararé el evento vernáculo y el poblado hablan el mismo lenguaje sociocultural.
Algunos han afirmado, para explicar la génesis del festival, que el cónclave se debe a una promesa que los esposos Zárate tenían que cumplir a la virgen de Las Mercedes, debido a la enfermedad y posterior sanación de la hija. En lo personal, sin negar el relato, creo que esta es la versión romántica sobre el origen del festival.
Las verdaderas razones son más de tipo estructural y se vinculan con los procesos de cambio que vivía la nación y la región peninsular. En el país el empuje de la modernidad iba haciendo que retrocediera el proyecto social colonial, como queda dicho, apabullado por el arribo de médicos, enfermeras, maestros, carreteras y otras manifestaciones del cambio social, como aquellas de tipo jurídico que arrinconan la guapería de los campos, ya que el derecho positivo se impone al de tipo consuetudinario. Sin olvidar que en el plano económico el Estado amplía el mercado interno e introduce otra racionalidad económica, muy diferente a la cultura campesina.
Desde esta perspectiva analítica, se comprende que el festival guarareño nace en la encrucijada de dos mundos. Expresa una preocupación y dolencia por la sociedad campesina que está difuminándose y simultáneamente llama la atención por la pérdida de identidad cultural que ello implica. Por eso podemos decir que el evento es al mismo tiempo congoja y presagio de un mundo nuevo.
Esta cualidad a que hago referencia, vale decir, lo antiguo que se somete al impacto de lo nuevo, ha acompañado a la fiesta guarareña desde su creación, porque ella misma encarna la encrucijada en la que vive atrapada. Es decir, quiere e intenta fomentar las expresiones más antiguas, mientras la sociedad evoluciona y es sometida a los requerimientos del mercado y al encuentro con otras culturas.
Tal es el dilema en el que vive el Festival Nacional de La Mejorana, en una época contemporánea que desacraliza la concepción y filosofía de sus fundadores. Porque el punto es que el folklore de antaño dista mucho de ser el de una sociedad de redes sociales, con música y modismos diferentes; e incluso con una teoría del folklore cuya definición y sujeto social se quedó petrificado en el ayer.
Todo esto es lo que explica la transformación de la pollera, de las camisillas, canto y toque de la mejorana, abanderados, conjuntos y todo un cúmulo de expresiones que hace tiempo dejaron de ser folklóricas y que subsisten como folklore adulterado.
Lo maravilloso y extraordinario del festival guarareño radica en continuar, por tanto tiempo, exclamando como Juan el Bautista: “Yo soy la voz que clama en el desierto” En un contexto istmeño en donde las políticas de Estado no brindan el apoyo necesario para fomentar y defender el folklore nacional, por la sencilla razón de que la cuestión folklórica ha devenido en mercancía que se vende en el mercado. Así están las cosas en este país de Justo, Belisario, Manuel y Dora.