• 17/12/2020 00:00

¿Qué le pasó a la ciencia?

¿Qué es el Informe Flexner? El magnate visionario y genio en meganecios, John D. Rockefeller, siguiendo un método alemán, contrató a Abrahm Flexner, a inicios del siglo XX, para realizar, tipo censo nacional en Estados Unidos, un estudio terminado por el contratista en 1910, luego de cinco años de labor, donde usó hasta mulas para parajes rurales sin carreteras.

¿Qué es el Informe Flexner? El magnate visionario y genio en meganecios, John D. Rockefeller, siguiendo un método alemán, contrató a Abrahm Flexner, a inicios del siglo XX, para realizar, tipo censo nacional en Estados Unidos, un estudio terminado por el contratista en 1910, luego de cinco años de labor, donde usó hasta mulas para parajes rurales sin carreteras. De ese informe surgió “un antes y un después en la Medicina”.

Flexner visitó cada escuela médica del país, incluso escuelitas rurales y anotó cada doctor de esa nación y sus datos personales. En esa época, estaban parejos los médicos inclinados a las prácticas químicas, biológicas y basadas en fármacos con otra gran parte inclinada a atender con naturopatía, quiropraxis, botánica, homeopatía, etc. Estos últimos, más apegados a la bioética y el humanismo, reales alumnos del “maestro de la medicina”, nacido en Grecia 460 años antes de Cristo. Ese llamado “Padre de la Medicina” y por el cual juran su misión los doctores que se inician, se basaba en lemas doctrinarios como “no dañar”, al igual que sus consejos de oro: “que tu alimento sea tu medicina y tu medicina tu alimento”, obviamente apegado al poder de curar de la naturaleza.

John D. Rockefeller y su grupo mercantil, apuntaban a la antípoda: “hacer de la medicina un enorme negociado”. Y lo logró: se ocupó de dar “donaciones con retorno de capital a las escuelas médicas e inventó visitadores médicos y muestras gratis”. Amarró a los médicos a la industria farmacológica. Ocurrió el antes y el después de la medicina. Con la millonaria inversión y nexos políticos, se armó una real “cacería de brujas” y se persiguió a la enorme cantidad de doctores que creían en el poder curativo de la naturaleza -incluso se les quitó la licencia- y se negó la íntima conexión de la mente en los procesos fisiológicos, algo que hoy maestros médicos mundiales avalan y confirman. Un solo ejemplo, y nada menos que en Harvard, el reputado cardiólogo e internista, doctor Herbert Benson, en lucha contracorriente, logró hace más de 30 años crear el Instituto de “Psiconeuroinmunoendocrinología”, sintetizado como Instituto de Medicina Mente Cuerpo, que comprueba que somos una unidad que vincula lo mental y emocional totalmente a lo fisiológico.

¿Cuál es el punto para hoy? La industria farmacológica mundial ha sepultado el poder de la naturaleza en la curación de enfermedades; ha hecho una separata total entre mente, sentimientos y emociones, con lo fisiológico, y de este modo cada estudiante de medicina actual ignora totalmente lo que no sea químico, biológico, quirúrgico, y los recursos interiores que tenemos para “autosanarnos”, no en base en “milagritos”, sino como confirman el Dr. Benson y docenas de maestros médicos, en que las emociones nos curan o enferman y que las patologías, según dicho médico en un libro con título aparentemente “evangélico” -“Curados por la fe” (Benson es de origen hebreo), y, luego de más de 40 años de investigaciones tan osadas como visitar India y el Tibet, y de su práctica clínica en Harvard, afirma y sustenta que “entre el 60 a 90 % de toda patología” -según cada paciente- tienen un origen emocional.

En nuestros países estamos en prekinder en esa materia que confirma que las emociones logran increíbles cambios bioquímicos internos, capaces de lograr autocuraciones hasta de “enfermedades terminales”, producto de la autosugestión positiva del enfermo, por vía de neurotransmisores y otras sustancias internas, ordenadas misteriosamente desde la mente.

Vayamos a “la crisis sanitaria mundial de hoy” y el fracaso obvio de la medicina química, que, a 10 meses de iniciada la pandemia, no logra producir una cura definitiva del virus que nos azota. Y, además, con las entidades de mandatos inapelables (OMS, FDA) se castraron otras posibilidades “alternativas” de curaciones con el remoquete de “no tener evidencias científicas”.

Revisemos la Convención de Helsinski (1964), firmada por la Asociación Médica Mundial -hoy Ley de la República de nivel constitucional (por ser país signatario) y leamos el artículo 37 de esa convención:

Intervenciones no probadas en la práctica clínica

37. “Cuando en la atención de un paciente las intervenciones probadas no existen u otras intervenciones conocidas han resultado ineficaces, el médico, después de pedir consejo de experto, con el consentimiento informado del paciente o de un representante legal autorizado, puede permitirse usar intervenciones no comprobadas, si, a su juicio, ello da alguna esperanza de salvar la vida, restituir la salud o aliviar el sufrimiento. Tales intervenciones deben ser investigadas posteriormente, a fin de evaluar su seguridad y eficacia”.

¿Lo entenderá algún día el Minsa?

Abogado, coronel retirado.
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