• 30/07/2012 02:00

La lucha infinita

El tema de la pobreza y sus razones es de suma complejidad. En el proceso de preparar este escrito, encontré miles de referencias, artíc...

El tema de la pobreza y sus razones es de suma complejidad. En el proceso de preparar este escrito, encontré miles de referencias, artículos, ensayos, libros y conferencias sobre el tema. Una gran parte fundamentada en conceptos religiosos. A lo largo de la Biblia, por ejemplo, se habla insistentemente sobre los pobres. Otras referencias se dan en el marco de filosofías político-sociales. La CEPAL señala que: ‘La noción de pobreza expresa situaciones de carencia de recursos económicos o de condiciones de vida que la sociedad considera básicos de acuerdo con normas sociales de referencia que reflejan derechos sociales mínimos y objetivos públicos. Estas normas se expresan en términos tanto absolutos como relativos y son variables en el tiempo y los diferentes espacios nacionales’.

Por otro lado, el Banco Mundial se refiere a la pobreza como: ‘un fenómeno multidimensional que incluye incapacidad para satisfacer las necesidades básicas, falta de control sobre los recursos, falta de educación y desarrollo de destrezas, deficiente salud, desnutrición, falta de vivienda, acceso limitado al agua y a los servicios sanitarios, vulnerabilidad a los cambios bruscos, violencia y crimen, falta de libertad política y de expresión’.

Estas definiciones pudieran ser intuitivas. Es decir, no hay que ser un genio para entender lo subrayado por la CEPAL o por el Banco Mundial. En consecuencia, se debe actuar de alguna manera para corregirlo; desde el escritorio ejecutivo de los que ostentan el poder económico en todas las esferas hasta el hombre o la mujer común de la calle que cada día más parece inmune ante las necesidades ajenas. Ya anteriormente me he referido a este tema y lo importante de mirar atrás sobre lo planteado es que ofrece la posibilidad de hacer un balance con el objetivo de confirmar o negar las premisas sobre el futuro.

Resumí lo siguiente hace unos cuatro años: ‘En febrero de 2006, en Nueva York, las Naciones Unidas auspició la conferencia titulada ‘Crisis of Governance: The International Stake in Sustaining Democracy in Latin America’. Louise Fréchette, la entonces subsecretaria general de las Naciones Unidas, señaló que: ‘América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo’ y que ‘un aumento en la violencia y el crimen, ligado por algunos observadores a las inequidades y debilidades del Estado, representa no sólo una amenaza a los ciudadanos, sino también al crecimiento...’. En esa misma conferencia, el entonces secretario general de la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, se refirió a la conexión entre crecimiento económico y ‘males sociales’. Señaló que América Latina ha alcanzado grandes avances en términos de libertades (refiriéndose al giro democrático en el hemisferio), y que esto sentaba las bases para el crecimiento económico necesario. Pero identificó ‘la pobreza y la violencia como las mayores amenazas a la estabilidad en la región’.

A pesar del cacareado crecimiento, los problemas sociales están insistentemente presentes. A las clases más necesitadas les asfixian dificultades que no parecen superables por múltiples razones; entre esas, su propia condición de rebaño a disposición de los poderes constituidos. Eso ha generado corrupción, tráfico de estupefacientes, lavado de dinero, proliferación de armas y la violencia que produce. Marcan como normas en estos tiempos. Igualmente, en el seno de los grupos políticos: la lucha por los espacios, el individualismo y el clientelismo. No se fundamentan los programas de los partidos sobre la base de conceptos sociales o ideológicos que de verdad sirvan de plataforma para la formulación de estrategias y programas de desarrollo.

Eso debe llevarnos, en convivencia pacífica, a que se gobierne para todos. Que haya condiciones sociales que hagan justicia a los más necesitados. Que las posibilidades de crecimiento y desarrollo sean iguales para todos. Que haya una justa distribución de las riquezas que genera la Nación y el mundo. Y que acabe el juegavivo. Es más que liderazgo, es cultural. Y la reconstrucción de nuestras psique —elemento fundamental para un verdadero cambio social— es vital para la supervivencia.

Después de publicada la columna de la semana pasada, me quedé con la inquietud de si compartíamos o no un entendimiento claro sobre lo que llamé ‘la lucha infinita’. Esa lucha es por superar la pobreza, la inequidad y el desamparo en los que vive a diario la mayoría de la población mundial; y que se encuentra en esa constante todos los días, desde el inicio de los tiempos.

Esa lucha que no termina nunca, tiene que ver con los que, consciente o inconscientemente, se enfrentan a las dificultades, generación tras generación. Rodeados de tanta riqueza y despilfarro; pensando que algún día todo será mejor o que su existencia deben aceptarla sin reparo por designio de algún ser divino. Es la lucha de los despreciados por gente que creen que una mejor condición humana depende de los vestidos, del carro, de la casa, del lugar en donde viven, de los clubes que frecuentas, del celular que tienes, de si estás o no en Facebook o Twitter o de la lista de supuestos amigos que se tiene.

Estos y mucho otros factores (los males sociales a que se refirió Insulza), han creado el presente deterioro de la conducta social y humana; esa que no parece tener remedio, que no ayuda para que podamos convencernos, colectiva o individualmente, de que como sociedad podemos ir revirtiendo la lucha infinita para iniciar un proceso de convivencia hacia un entorno culturalmente superior.

COMUNICADOR SOCIAL.

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