• 03/02/2023 00:00

Mal uso de términos

“El rumbo actual nos lleva a la pérdida de aquello que lograron panameños de otros tiempos, con sangre y sacrificio”

Resulta evidente que la mayor parte de las personas que habla un idioma, lo hace porque ha nacido en un lugar en donde lo aprendió por repetición, a fuerza de escucharlo y no necesariamente porque ha decidido ilustrarse y aprenderlo más a fondo. En nuestro caso, hablamos un Español más fonético que académico.

Como parte del proceso educativo, muchos hemos asistido a clases de español en la escuela. Fuimos de lo más básico, como las vocales, hasta niveles de complejidad en los que se nos mostró una lengua rica en maneras, conjugaciones y tiempos, pero que tristemente solo estudiamos para pasar de curso. El resultado salta a la vista, o a las orejas, cuando lo escuchamos.

Hemos confundido términos y les hemos adjudicado significados errados a las palabras. Los medios de comunicación audiovisuales han tenido un impacto enorme en nuestra sociedad. Nos presentan con sonidos e imágenes, pero muy poco o nada de contenido escrito. Así, nos hemos acostumbrado a ser adoctrinados lingüísticamente por personas que no necesariamente son autoridades en los diversos temas que tratan, cual si fueran eminencias académicas.

Cuando en un canal de televisión quieren llamar nuestra atención hacia cualquier dádiva promocionada con la cual se venden como benefactores, suena una musiquita de violín triste y aparecen tomas de algún paraje alejado, donde la pobreza se muestra impúdica. Y aquí comienzan los errores de significado.

“Estamos en casa de humildes ciudadanos...”. Humildad no significa pobreza. Tampoco debe ser considerado como algo negativo, todo lo contrario. La humildad es un valor moral, no una condición circunstancial. Se define como “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, y obrar de acuerdo con ese conocimiento”. Ninguna connotación socioeconómica en esa definición.

Otro caso frecuente, y muy en boga en la actualidad, es el término justicia. Tenemos la costumbre de pensar en Ley cuando hablamos de justicia. Tristemente, una cosa no trabaja con la otra. La justicia es “un principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde”. Vaya, vaya. Moralidad, verdad, temas que no brillan demasiado en nuestro sistema judicial ni en la mente de muchos de los que se ganan la vida con las leyes.

Pero esto tan solo se pone más interesante cuando buscamos la definición de Ley. Todo se vuelve falible desde el momento en que se les permite argumentar a aquellos que no poseen valores morales. Llama la atención que Ley aparezca con dos significados parecidos, pero diametralmente opuestos al analizarlos.

1. “Regla o norma establecida por una autoridad superior para regular, de acuerdo con la justicia, algún aspecto de las relaciones sociales”.

2. “En el régimen constitucional, disposición votada por las cámaras legislativas y sancionada por el jefe de Estado”.

Bingo.

En la primera definición, que es la que prefiero, se habla de justicia. Se trata de una norma que cumple con las disposiciones y valores morales de la sociedad.

La segunda definición es un acuerdo entre personas, sin consideración alguna de la moralidad que puedan o no tener las disposiciones que aprueben. Queda claro cuál de las definiciones prefieren en el hemiciclo. Yo agregaría algo más a la definición criolla. “Parodia de la justicia dictada por aquellos que, si bien han sido electos en un sistema democrático, no poseen el conocimiento para gobernar, y solo les interesa perpetuarse en un sistema implosivo que destruye economías y multiplica la pobreza”.

La educación tiene que ser el primer interés de cualquier sistema político que realmente tenga como visión el desarrollo social. Sin educación no sabemos comprender lo que se nos dice, y caemos en el letargo inactivo de creer cualquier cosa, por el simple hecho de que lo vemos en los medios de comunicación. Así, nos venden héroes y bienhechores que reciben el apoyo de miles de ilusos, mismos que después sufrirán las consecuencias de haber apoyado a alguien, solo porque se los vendieron como “buena gente”, y resultó ser un superdelincuente.

Hitler era un tipo carismático, amante de los perros. Pero también era un sociópata capaz de matar millones de personas sin el menor remordimiento.

Chávez era “el presidente de los pobres”. Murió multimillonario, y su familia vive rodeada de lujos y abundancia, sin haber trabajado jamás. Eso sí, empobreció a una nación rica, así que cumplió su advertencia. Fue el presidente en un país de pobres.

Sin educación no nos podemos comunicar, no nos podemos entender. Y si no nos entendemos, damos varios pasos hacia atrás como sociedad. Nos alejamos, en vez de unirnos con un fin común.

Que alguien sea pobre no significa que sea humilde. Que algo sea legal, no significa que sea justo, ni moral. Que alguien sea elegido democráticamente no garantiza que ame la Democracia.

En la actualidad, los antivalores colman los puestos que deberían estar ocupados por la justicia, la moral y la Ley. Vemos casos muy cercanos de países desahuciados por sus propias decisiones. Aún estamos a tiempo, y la decisión también es nuestra.

El rumbo actual nos lleva a la pérdida de aquello que lograron panameños de otros tiempos, con sangre y sacrificio.

¿Será que nuestros nietos tendrán que sacar visa para entrar a la Zona del Canal?

Dios nos guíe.

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