• 30/03/2020 04:00

Los malvados y la desinformación

A lo largo de los años he examinado el tema de la difusión de información falsa, a veces evidente para algunos, pero que, igualmente, tiene la facilidad de atrapar a grandes sectores de la comunidad, a fin de crear dudas y causar alarma.

A lo largo de los años he examinado el tema de la difusión de información falsa, a veces evidente para algunos, pero que, igualmente, tiene la facilidad de atrapar a grandes sectores de la comunidad, a fin de crear dudas y causar alarma. Solo gente malvada puede dedicarse tan tranquilamente a crear y difundir estas amenazas sociales (sí, la desinformación es una amenaza social) con fines dudosos y mezquinos por encima del bien universal humano. Hoy, en medio de la crisis mundial que vivimos sobre el COVID-19, retomo el tema.

Los que estudiamos los asuntos relacionados con la comunicación en sus diferentes contextos, nos vemos enfrentados a su evolución y su consecuencia en el desarrollo actual y futuro de la sociedad. Es decir, estamos en un periodo crucial que pareciera retar las conclusiones tradicionales con respecto a la relación comunicación/desarrollo, mucho más que antes y nos obliga a buscar nuevas perspectivas para el futuro.

Lo que estamos experimentando con relación a la divulgación de noticias falsas (“fake news”) ha alcanzado niveles sin precedentes en los procesos de comunicación masiva. Es cierto que en décadas pasadas se daba el fenómeno; pero, ante todo, era eso: un fenómeno (tomando en cuenta que, sin la presencia de los nuevos medios digitales, la divulgación de noticias falsas tenía sus limitaciones). No existía la inmediatez de ahora; por ejemplo, ni la facilidad de difundir o de reenviar en cuestión de segundos una información recibida.

En tiempos de urgencia nacional (o mundial) habría que considerar el bien general por encima del bien individual en materia de comunicación. Cuando se trata de salvar vidas, evitar los efectos devastadores de una pandemia (como en estos momentos se trata de hacer), los Estados deben, por lo menos, discutir el derecho a la libertad de crear y reenviar información, evidentemente, peligrosa para la sociedad versus el derecho a la libertad de opinar (comunicar lo que se me ocurra). En sociedades y sistemas políticos como la nuestra (democracias tolerantes), entre los interminables límites de esa “libertad de opinar”, es en donde los malvados operan para contrarrestar los esfuerzos oficiales, hacer oposición o simplemente crear caos.

Lo vivimos a diario en este tiempo de pandemia. La información oficial del Estado se ve cuestionada una y otra vez por los que fabrican desinformación todo el día o minutos después de los anuncios oficiales. Se crean y emiten varias versiones de un evento, a favor, en contra o sencillamente para enredar las cosas. Y la sofisticación con que se prepara una noticia falsa, o el descaro con que la presentan hasta las más alta figuras públicas (Donald Trump, Jair Balsonaro o López Obrador), y sus organizaciones de comunicación política o gubernamental, amenazan la conciencia pública sobre lo que debemos creer o no.

El tema de la comunicación en estos tiempos es un asunto de seguridad nacional e internacional. Amenaza la vida tal como la conocemos. No se puede ni se debe creer lo que se publica o circula en esos escenarios. Si examinamos el proceso comunicativo que sale de la boca de algunos de estos líderes del hemisferio, “hechos alternos” (“alternative facts”), como lo definen en la Casa Blanca, debemos entender los peligros que representa para nuestro hemisferio y lo que puede exponer una información falsa y las posibilidades desastrosas para nuestros pueblos. Aquí, en el patio, el juego de los “memes” y la “vaciladera” con información que se debe tratar cuidadosamente, también amenaza la estabilidad y la seguridad social. Publicaciones deficientes o erradas transgreden los procesos educativos de las capas más desventajadas por la baja calidad de la información que circula en el entorno mediático. Al confundir los avances tecnológicos con desarrollo social, la tan cacareada “sociedad de la información” se está convirtiendo en la “sociedad de la desinformación”.

¿Qué hacer? Pareciera que no hay fórmulas para detener la conducta presente de fabricar y circular información falsa versus los derechos individuales a la libre expresión, ¿o si la hay? En eso hay que trabajar. Muchas veces la realidad es innegable, incluso por el razonamiento lógico, pero se ignora. A falta de información validada, sugiero cordura. Recurramos a la comunidad académica local e internacional. A los científicos para esclarecer nuestras dudas. Allí encontraremos quiénes piensan en el futuro y que en verdad se preocupan por la salud de la humanidad.

Comunicador social.
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