• 12/10/2008 02:00

Aprendamos de Margarita

Margarita sobresalió por poseer un cúmulo de buenos hábitos y valores humanos inculcados en su familia: alegría, amabilidad, orden, pers...

Margarita sobresalió por poseer un cúmulo de buenos hábitos y valores humanos inculcados en su familia: alegría, amabilidad, orden, perseverancia, etc., despertando admiración y respeto. En otras palabras: es un digno ejemplo y modelo para los millones de jóvenes de nuestro continente.

Mientras la escuchaba cantar batallando por triunfar, me acordaba de otros casos en cierto modo no parecidos. Pensé en esos jóvenes que a veces vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas cosas que deberían hacer, y cumplir, y nos desespera ver su apatía e indolencia, pero quizá no hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo más de fondo: aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de sus vidas. Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han recibido una educación muy pasiva, o protectora, que no les ha ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado sentimental; o no han aprendido a alzar la mirada y aspirar a valores e ideales más altos; o apenas sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan que son fundamentalmente ellos quienes se juegan su acierto en el vivir.

Me hizo pensar que Margarita es un fenómeno del cambio. Pensaba en que hay decisiones que son fundamentales en la vida, y no siempre están unidas a acontecimientos externos señalados, sino que son fruto de la lucidez de un pensamiento, y a veces tiene día y hora concretos. Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. Si no los asumes, no sirven de nada, es imprescindible el esfuerzo personal. La vida nos carga día a día de rutinas, de adherencias que van entorpeciendo nuestra marcha. A veces hay que pararse y ver qué es lo que queremos, no seguir sumisamente la inercia de todo lo que hemos hecho hasta entonces. No podemos olvidar que esos valores y principios son la trama que da consistencia al tejido de nuestra vida y, por tanto, son nuestro mayor tesoro, el único a salvo de robos, incendios, quiebras, corrupciones o descensos bursátiles.

Todo hombre, para mantenerse en el bien, necesita ayuda para hacer rendir esos talentos latentes que encierra. Es cierto que al final es siempre la propia libertad quien tiene la última palabra, pero sería bastante ingenuo minusvalorar la influencia enorme que tiene la formación. Por eso, educar bien a los hijos en la familia, a los alumnos en los centros educativos, o cualquier otra tarea relacionada con la formación de las nuevas generaciones debería considerarse como uno de los empeños de más trascendencia y responsabilidad en cualquier sociedad que realmente piense en su futuro. ¡Buena ésa!, Margarita.

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