• 07/03/2015 01:01

Con el motete al hombro

‘Luis Barahona González nuevamente... rinde (homenaje) a ese hombre que de ‘sol a sol’ labra la tierra para lograr su sustento...’

El campesino santeño, principalmente el tableño, diariamente cuando se dirige a ‘la huerta’ o a la ‘rosa’, va con el motete al hombro. En el recoge ‘melones’ o zapallos, yuca, ñame, una ‘cabeza de plátano’, de guineos, naranjas, mangos o guayabas y cualquier otro fruto producto de su trabajo.

Es un recipiente artesanal confeccionado con bejuco de diseño único diferente a la ‘Java’; también es de uso múltiple, indispensable para un hombre que siembra en tierra fértil para cosechar lo ‘del gasto’, o sea, para alimentar a su familia que generalmente es numerosa. En las faenas de cosecha de arroz y maíz, es por decirlo así, parte integral del campesino de la Región del Canajagua.

Como un homenaje similar al de sus dos obras anteriores (Entre zurrones y enjalmas y De cutarras y machetes), mi pariente Luis Barahona González nuevamente se lo rinde a ese hombre que de ‘sol a sol’ labra la tierra para lograr su sustento; gracias a su notable buena memoria, a sus conocimientos como campesino auténtico que es, de los elementos clásicos de uso campesino. En este artículo sobre la obra utilizo el término pariente, porque aunque personalmente no conozco al autor, su abuelo materno, don Manuel González González, es hijo del ‘manito CHENTE’. A don Manuel lo conocí durante mi niñez, mucho antes de su triste enfermedad, pero junto con mi padre lo fuimos a visitar 15 años después, cuando se recuperó totalmente. Era un verdadero placer conversar con un auténtico ‘alegador’ como él. Mi abuela paterna, Carmelita (María del Carmen) González González, era hija de ‘Manito CHU’. Ambos ‘manitos’ eran dos de los cuatro varones hijos de los fundadores de La Tiza, Felipe González Domínguez y Concepción González Tejada; por lo tanto, nuestros abuelos eran primos hermanos. Con estos elemento entonces podemos ‘sacar la cuenta’ del parentesco al que me refiero.

De Luis Barahona, quien es un hombre joven, profesional de la ingeniaría civil, con maestrías en esos temas, puedo afirmar que se ha dedicado en los últimos años a la enseñanza y actualmente es el secretario general de la Universidad Tecnológica de Panamá; puedo afirmar, sin temor a cometer errores, que representa al muchacho campesino que aprovechó las oportunidades que sus padres y familiares le brindaron; situación que, en proporciones guardas; es muy similar a la de quien hilvana estos comentarios.

A Luis Barahona tampoco le ha sido posible olvidar aspectos de la niñez que fundamentaron su personalidad de niño campesino inteligente que hoy desde su perspectiva de profesional consagrado, con la notable habilidad y claridad para recordar, retrotrae y nos cuenta con ese lenguaje sencillo, diáfano y puro todas esas vivencias, relatadas con la sencillez necesaria para ‘saborear’ cada una de ellas; complementándolas y situándolas en las épocas y fechas exactas; cualidades de verdadero escritor responsable.

La recopilación de esta serie de relatos de 185 páginas, con prólogo de Guillermo Cedeño Barahona, consta de ocho relatos en su primera parte, bajo el título de: ‘En Cañita’. En esta sección, refiere vivencias y hechos ocurridos en Cañita de Chepo y aledaños. Hace referencias a los ‘trabajos’, a las penurias sufridas por los santeños colonos de estas lejanas tierras. La segunda parte, recoge con el título: ‘En la ciudad de Panamá’, una serie de otras ocho narraciones. Refiere con ‘pelos y señales’ lo que vivió cuando estudiaba en el Nido de Águilas, por ejemplo, durante el golpe militar de 1968. Los detalles de cómo se trabaja y se administra una ‘tienda de abarrotes’ ejecutada por sus tíos, pioneros de esta rudimentaria industria que por muchos años los ‘ticeños’, mis paisanos, mantuvieron hegemónicamente en la capital de nuestro país por tres décadas; solo superada por los asiáticos, en su totalidad.

Encontramos atinados comentarios del profesor Ariel Barría Alvarado y de Héctor Collado respecto a este magnífico libro, que forma parte de la maravillosa colección a la que hicimos referencia al inicio del presente artículo.

La portada, como las anteriores, es un diseño propio del autor en donde utiliza magníficos claro-oscuros, destacando la silueta del campesino en laboriosa faena, con vistoso color. Aunque su material no es lujoso, su diagramación, presentación e impresión es de impecable calidad.

Finalmente, expreso mi satisfacción de haber leído este libro y confieso haberlo disfrutado de ‘cabo a rabo’, razón por la cual espero disfrutar una próxima obra de este típico y auténtico escritor.

Ojalá esta colección de relatos catalogados como cuentos, se convierta en obras de lectura recomendadas a los estudiantes por parte del Ministerio de Educación.

COMPOSITOR, ESCRITOR Y FOLCLORISTA.

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