• 14/04/2022 00:00

El fin del mundo

“[...] Tierra del Fuego, [...], atrae a miles de turistas anualmente, [...] por estar muy bien promovida como destino turístico [...], lección que podemos aprender los panameños [...]”

Tocar el fondo de algo, más aún si es el punto final de un horizonte lejano, siempre ha inspirado en la mente humana descripciones o nombres fantásticos para estos singulares lugares.

Uno de esos maravillosos nombres topónimos es “el fin del mundo” para nombrar el final de un largo camino, por ejemplo, el último punto del Camino de Santiago de Compostela en Galicia (España), lugar que en tiempos del Imperio romano se llamaba “Finis terrae” o “final de la tierra conocida”, porque esas rocas gallegas miraban altivas hacia esa dimensión atlántica de dicho imperio, región tan poco explorada y explotada por sus gobernantes romanos.

Otro punto geográfico en la actual Inglaterra, al extremo occidental del continente europeo, mirando hacia nuestra América, se llama “Land's End” (“Fin de la Tierra”), llamativa designación inglesa que también señala el lugar donde, desde siempre, se ha podido ver diariamente la última desaparición física del sol poniente europeo, tan ligada a esa mítica significación de los atardeceres precristianos, cuando todavía ese astro celestial era considerado el padre universal, venerado como un dios enoteísta, precursor del monoteísmo.

En el otro extremo oriental de esa enorme masa territorial euroasiática, en el cabo Dezhnev de la Siberia rusa, también existe otro simbólico “fin del mundo”, porque allí terminan los dominios rusos. Ahora bien, al estar en Oriente, este punto ruso más que “fin” debería llamarse “comienzo del mundo”, por situarse en tierras donde se ven los primeros rayos del sol naciente.

Ese cabo Dezhnev mira hacia el estrecho de Bering, por donde, milenios atrás, migraron desde Asia al continente americano nuestros pueblos originarios, lo que nos trae con cierta exactitud literal, al “fin del mundo” sudamericano, tema principal de este artículo.

Al extremo sur de la República Argentina existe una enorme isla, hoy compartida pacíficamente con la vecina República de Chile, bautizada Tierra del Fuego en 1520 por Fernando de Magallanes. Su capital actual es Ushuaia, también conocida como “el fin del mundo”, por ser la ciudad más austral del planeta, con vistas al canal de Beagle, cercano al desierto blanco de la disputada Antártida argentina e islas Malvinas del Atlántico sur, ambos territorios argentinos controlados actualmente por el Reino Unido.

Esa lejana provincia de Tierra del Fuego, fría, desolada y dramática, atrae a miles de turistas anualmente, no solo por su belleza paisajista y montañosa, sino por estar muy bien promovida como destino turístico por sus autoridades, lección que podemos aprender los panameños para aprovechar mejor nuestras bondades istmeñas.

Ese turismo fueguino se beneficia de su legado histórico, incluyendo el de sus primeros habitantes de las etnias Yámanas y Onas, víctimas de una catástrofe demográfica a finales del siglo XIX, tras su contacto con inmigrantes europeos, y el de la historia de su origen como colonial penal. Ambos legados han motivado el Museo del Fin del Mundo y el de los 5 pabellones de su antigua Cárcel de Reincidentes y Presidio Militar que hoy albergan el Museo Marítimo y Galería de Arte Marino; el Museo Antártico; el Museo del Presidio, Policial y Penitenciario; y el Museo de Fauna Austral.

Su Parque Nacional Tierra del Fuego, con 63 mil hectáreas, cobija el extremo sur de la cordillera de los Andes, con glaciares, lagos, turbales y múltiples senderos bien señalizados y su Tren del Fin del Mundo, antiguo tren de los presos, otro ejemplo de promoción a seguir por nuestras autoridades de Turismo.

En todo esto hay una relación indudable que vincula nuestra humanidad a ese proceso creador de la historia y de la geografía que, con apariencia de pura casualidad, nos llevan a valorar nuestra propia felicidad como parte del espectáculo abigarrado y extraño, ofrecidos por lugares como estos del fin del mundo argentino.

Ex funcionario diplomático.
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