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- 14/11/2017 01:00
Negros: chombos y comecocos
Unas interesantes reflexiones aparecieron en las redes sociales con motivo de la presentación y reconocimiento de la labor de la excelsa educadora Gwendolyn Grinion.
Las ponderaciones de su figura fueron correctas. No obstante, algunas apreciaciones generaron reacciones, puesto que —a juicio nuestro— entraban en el terreno de la vieja contradicción entre el afroantillano y el afrocolonial, aún cuando no quiera reconocerse la existencia de ella y aún cuando ilusamente la considerábamos superada.
El afroantillano, conocido como ‘chombo' (principalmente), ‘merolo' o ‘cuacuco', y el afrocolonial (hispano), nombrado como ‘comecoco' (principalmente), ‘buchí' o ‘spanisch', solapadamente en algunos casos y abiertamente en otros, mantuvieron posiciones contrarias que pudiera haber ido deslizándose hacia una ubicación preferencial para un grupo y una subalterna para el otro sector.
De manera que uno de los planteamientos realizados por un participante en los términos, casi de reclamo, de afroantillanos que aspiraban a ser latinos (afrocolonial), no parece feliz y menos oportuna.
Y es que, acéptese o no —sin descalificar—, el afroantillano, por su cercanía al norteamericano por razones laborales en el canal y además por el idioma inglés que le permitió una fluida comunicación, obtuvo algunas prerrogativas salariales y de otro tipo que hubo de ubicarlo ante el afrocolonial en una ‘aparente' ventaja. Situado así, estuvo el afroantillano no junto al afrocolonial, sino frente a él.
Esto condujo al ‘chombo', por razones muy concretas, a estrecharse en su propia realidad y de pronto a no ver en un plano de igualdad al ‘comecoco', venido de las costa atlántica.
El afroantillano nunca aspiró a ser latino. Más bien, pudiera reconocerse el esfuerzo por manejar un idioma distinto al suyo, en una sociedad en donde el peso histórico lo tenía la lengua heredada de los españoles.
Muy por el contrario, a pesar de la renuencia con que fue recibido en la ciudad, el ‘comecoco', para muchos, señalado que con su llegada ensuciaba la urbe, sí aspiró a hablar inglés, y sí hizo suyas algunas costumbres afroantillanas, principalmente las referidas a la comida. No he visto la misma actitud del afroantillano, por ejemplo, por el baile congo mayormente practicado por el afrocolonial.
Y si cada grupo tuvo sus ‘héroes', como se señaló en la exposición, no debió tratarse de la descalificación, por ejemplo, al afrocolonial Juan Materno Vásquez, propuesto por nosotros para que una escuela llevara su nombre, ante la moción de que otra llevara el de Gwendolyn Grinion, en los términos de que él renegó sus orígenes, según afirmaban, por no haber producido nada referido a las raíces negras, por haber rechazado un ‘supuesto homenaje a su persona con congos', y por la campaña en ‘Defensa del idioma español' cuando fue ministro de Estado.
Ningún bien hace a la etnia negra un debate sobre la contradicción entre el negro panameño que, teniendo uno, el idioma español y la religión católica como parte de su ser, y otro el inglés y el protestantismo como su esencia, son uno solo, porque el cabello: ‘cuscú', ‘tócame la puerta', ‘pikinana', ‘de pimienta' o ‘clavo enredado', los labios gruesos y la nariz chata, no pueden esconderse cuando del negro se trata, sea afroantillano o afrocolonial, todos con un origen común.
DOCENTE UNIVERSITARIO.