• 22/06/2010 02:00

La verdad sobre nuestra agricultura

Para ayudar a los agricultores de Panamá es necesario enfatizar una mejor participación de los propios agricultores en la solución de su...

Para ayudar a los agricultores de Panamá es necesario enfatizar una mejor participación de los propios agricultores en la solución de sus problemas, extirpar de la agenda agrícola los planteamientos ingenuos y demagógicos que actualmente están confundiendo y desorientando a los productores, y proponer soluciones basadas en medidas realistas y eficaces.

El Gobierno no sabe el mal que le hace al agro con el bien que quiere hacer. Ya sea con buenas intenciones o con lamentables propósitos demagógicos, está causando un enorme daño al sector. Las autoridades siguen diciéndoles a los productores aquello que les es agradable oír, como, por ejemplo, que las causas que originan sus problemas están en los gobiernos de los países desarrollados que subsidian a sus agricultores. Y que, consecuentemente, las soluciones no deben ser adoptadas por los agricultores, sino por los gobiernos de los países ricos que distorsionan el comercio internacional.

El Gobierno no dice a los agricultores lo que ellos deberían oír, como, p. ej., que en el corto y mediano plazo, son remotas, por no decir nulas, las posibilidades de que esos factores externos sean eliminados. Y explicarles que las razones para esta afirmación son que, pese a que digan lo contrario, los gobiernos de los países industrializados están demostrando que seguirán, hasta donde puedan, protegiendo y subsidiando a sus agricultores. Y aunque no lo reconozcan públicamente, los debilitados y endeudados gobiernos de los países chicos están demostrando que no disponen de fuerza política para impedir que los países grandes sigan haciéndolo; y, lo que es peor, no disponen de recursos financieros para imitarlos subsidiando a sus propios agricultores. Mientras nuestros productores no tengan plena conciencia de la absoluta inviabilidad de estas realidades, seguirán perdiendo tiempo y oportunidades, porque sus atenciones estarán dirigidas a supuestas causas externas que ellos no pueden eliminar, siendo que en ciertas circunstancias, sería mucho más fructífero que se dedicasen a las causas internas que ellos mismos pueden y deben eliminar. Igualmente, seguirán preguntándose ‘¿qué es lo que el Estado puede hacer por nosotros?’; en vez de preguntarse ‘¿qué es lo que nosotros mismos podemos hacer para no necesitar del Estado?’.

Estos factores externos, aunque no deban ser subestimados, están muy lejos de ser las principales causas del fracaso económico de muchos agricultores. Por esta razón, su eliminación no sería eficaz en la solución de sus problemas, pues significaría combatir la fiebre en vez de eliminar la infección y, especialmente, las causas que la originan. Estas realidades serían hasta prescindibles si nuestros agricultores eliminasen las ineficiencias tecnológicas, gerenciales y organizativas que ocurren en los distintos eslabones del negocio agrícola, porque debido a ellas sus costos unitarios de producción son innecesariamente altos y los precios de venta de sus cosechas son innecesariamente bajos. Y es exactamente en esta diferencia —entre costos de producción y precios de venta— que se origina la falta de rentabilidad y competitividad. Y es en esta diferencia también que se origina el exceso de dependencias y vulnerabilidades a los factores externos que les son, y seguramente seguirán siendo, muy adversos. En definitiva, son las ineficiencias del sector los principales enemigos de la agricultura; y deben ser corregidas con conocimientos y no premiadas con subsidios; y su corrección depende mucho más de la capacidad de los agricultores, que de la elocuencia de los políticos o de la generosidad de sus gobiernos.

Cuanto mayor sea la eficiencia técnica, gerencial y organizativa de la agricultura, mayor será su rentabilidad y menores serán sus dependencias y vulnerabilidades ante aquellos factores externos que los agricultores no pueden controlar; este debe ser el punto de partida, si queremos enfrentar los problemas con realismo y objetividad.

Es evidente que los agricultores no son los culpables de los errores que cometen. En realidad ellos son víctimas de nuestro obsoleto, disfuncional e ineficaz sistema educativo rural, desde las escuelas básicas rurales, escuelas agrotécnicas y facultades de ciencias agrarias, hasta los servicios de extensión rural. Estas instituciones no están proporcionando a los agricultores la autosuficiencia técnica, teórica y práctica que ellos necesitan, para corregir las ineficiencias y solucionar los problemas de la agricultura. Es decir, la mala calidad de la enseñanza agrícola es la gran causa del subdesarrollo rural y la mejora en su calidad deberá ser la gran solución.

Y lo más interesante es que los agricultores eficientes logran tener rentabilidad sin necesidad de viajar a Bruselas, Ginebra o Washington, pues lo hacen directamente en sus fincas y comunidades. Tampoco tienen tiempo para quejarse de la falta de créditos y subsidios o para solicitar que el gobierno prohíba la importación de productos agrícolas; pues prefieren dedicar ese tiempo a mejorar su eficiencia técnica y empresarial y, gracias a ésta, convivir con la falta de esos artificialismos o sencillamente prescindir de ellos.

*EMPRESARIO.

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