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- 03/09/2020 00:00
Nuevos corregimientos, distritos y provincias… ¿para qué?
La reciente aprobación por la Asamblea Nacional de nuevos corregimientos en Bocas del Toro, muy criticada por la opinión pública hasta de los bocatoreños, obliga nuevamente a una reflexión sobre la división político-administrativa de Panamá, su pertinencia y funcionalidad.
La arquitectura territorial de un país responde a la evolución histórica y su adaptación a cada época y situación. Panamá es un país viejo en el Nuevo Mundo que tiene que modernizarse con urgencia. A principios del siglo XX heredamos provincias y distritos que venían de un entramado colonial que correspondía a una tecnología del transporte y comunicaciones y las necesidades de otra época.
La República nació en 1903 con seis provincias: Panamá, Colón, Coclé, Los Santos, Veraguas y Chiriquí y ese año se añadió Bocas del Toro. En 1915 se creó la provincia de Herrera y en 1922 la de Darién. Todas con un gobernador que representaba al presidente de la República. Ninguna cabecera provincial estaba a menos de un día de viaje, por mar, de la capital. En 1904 apareció la Zona del Canal sometida a una jurisdicción extranjera, que desapareció el 1 de octubre de 1979, gracias a los Tratados Torrijos-Carter. Entretanto, han proliferado las comarcas indígenas, más bien reservas de miseria y atraso para 10 % de los panameños.
Mientras, en la década de 1920 se construyó la carretera central con su ramal en Azuero que puso a todas las cabeceras provinciales del interior a pocas horas en automóvil de la ciudad de Panamá. Colón estaba a una hora de la capital por el Ferrocarril desde 1855 y por carretera desde 1942. En esa primera parte del siglo XX comienzan a ser obsoletas las provincias panameñas y sus gobernadores. Sin embargo, en acto alucinante y perverso la clase política creó, en 2014, la provincia de Panamá Oeste, cuya cabecera, La Chorrera, está a media hora por carretera del Palacio de las Garzas. La única motivación fue obtener más espacios de burocracia y prebendas para los políticos parroquiales.
En 1972 se creó la Asamblea de Representantes de Corregimiento con 505 miembros. Hoy, según los mapas censales, completamos 681 corregimientos en 79 distritos. Ahora y en medio de la terrible pandemia, con ciudadanos confinados, se pretende añadir 11 corregimientos en Bocas del Toro. La motivación parece ser solamente politiquera y clientelista y crear más espacios burocráticos y presupuestarios para gamonales locales. Ojalá el Ejecutivo no refrende semejante despropósito que abre, además, la caja de pandora para otros lugares.
Entretanto, se advierten apetitos renovados que buscan crear un nuevo distrito, llamado Panamá Norte, con las mismas motivaciones clientelistas y electoreras. Repetiríamos el mismo error al crearse, en 1970, el distrito especial de San Miguelito que debió desaparecer hace ya mucho tiempo, porque dejó de cumplir su objetivo fundacional, tiene menos recursos que el de Panamá y obstaculiza el buen funcionamiento de toda el área metropolitana de la capital.
Es hora de sentarnos para pensar en una división político-administrativa de Panamá más coherente y moderna, que corresponda a la realidad actual y a las necesidades de la población en un Estado del siglo XXI. Hoy, más que provincias arcaicas, necesitamos regiones de planificación y acción como la Interoceánica (Panamá y Colón), Oriental (Darién y San Blas), Central (Coclé, Veraguas, Herrera y Los Santos) y Occidental (Chiriquí y Bocas del Toro). Necesitamos articular mejor el principal centro urbano y suburbano, el Gran Panamá, que debería integrarse en una suerte de distrito capital con los municipios de Panamá, San Miguelito, Arraiján y La Chorrera, con recursos administrativos y presupuestarios mucho mayores, a la altura de sus nuevas responsabilidades. Allí hay dos millones de habitantes, casi la mitad de los panameños y se produce el 85 % de la riqueza nacional. Sería una mejor manera de descentralizar el país, con administradores profesionales, verdaderamente competentes y honestos.
Esa propuesta ya ha sido ejecutada con éxito en otros países, ciudades y capitales que nos pueden inspirar. Por ejemplo, lo vemos cerca, en Colombia, en el distrito capital de Bogotá desde 1991 y más lejos, cuando se fusionaron en 2001 varios municipios suburbanos en Ottawa, Canadá. Lo vemos en Francia, con tradiciones bien arraigadas, en donde los gobernantes han tenido el valor y la lucidez de cambiar desde 1982 la estructura nacional para modernizarla y de 96 departamentos crear 22 regiones más operativas.
En tiempos de crisis surgen oportunidades. Es hora de aprovechar el clamor de toda una sociedad herida por la pandemia y sus secuelas. Debemos lograr que en el gran diálogo nacional que el presidente Cortizo convoca se discuta modernizar el ordenamiento territorial de nuestro país, integrando las informaciones y los conocimientos de los expertos, más que las apetencias de la desgastada clase política tradicional que nos ha llevado al descalabro institucional, político, económico y social.