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- 07/06/2020 00:00
Oportunidad para una transformación
La pandemia del COVID-19 provocó una crisis económica y exacerbó rápidamente una crisis de seguridad alimentaria y nutrición. En cuestión de semanas, COVID-19 dejó al descubierto los riesgos, fragilidades e inequidades subyacentes en los sistemas alimentarios mundiales, y los llevó al punto de quiebra. Los sistemas alimentarios han estado sentados en el filo de la navaja durante décadas, con millones de niños a una comida escolar del hambre y millones de familias a un día de la inseguridad alimentaria.
Las interrupciones provocadas por COVID-19 demuestran la flaqueza del acceso a bienes y servicios esenciales. Las cadenas alimentarias reflejan debilidad y el COVID-19 es una llamada de atención para tomar las medidas necesarias a fin de garantizar la producción y el suministro de alimentos.
Pero esta acción debe estar condicionada a desacelerar la producción de comida procesada que impulsa la propagación de enfermedades. El nuevo paradigma supone volver a conectar a las personas con la producción de alimentos saludables y hacer que los alimentos frescos y nutritivos sean accesibles y asequibles para todos, y así reducir las condiciones de salud que hacen que las personas sean susceptibles a las enfermedades.
Existen tres frentes que debemos atender. Primero, la agricultura industrializada debe ser controlada. La pérdida de hábitat es insostenible. Segundo, hay que eliminar los cuellos de botella de las cadenas alimentarias. En algunas partes del mundo, los alimentos no cosechados se dejaron pudrir en los campos, mientras en los supermercados, con su modelo de abastecimiento “justo a tiempo”, luchaban para hacer frente a un repentino aumento de la demanda y una escasez de frutas y verduras frescas. Y tercero, cientos de millones de personas viven permanentemente en la cúspide de hambre, desnutrición y pobreza extrema, y son altamente vulnerables a los efectos de una recesión global. Antes del golpe COVID-19, 900 millones de personas ya estaban desnutridas, con 2 mil millones de personas que experimentan inseguridad alimentaria. Y muchos millones más que viven peligrosamente cerca de la línea de pobreza, carentes de los medios económicos y físicos para obtener alimentos a la luz del aislamiento social forzado, interrupciones de suministro, pérdida de ingresos y aumentos en los precios de los alimentos. En Latinoamérica y el Caribe, más de 10 millones de niños dependen de los programas de nutrición escolar como fuente primaria de alimentos, haciéndolos altamente vulnerables al cierre de escuelas.
La crisis del COVID-19 también ha afectado la calidad de la alimentación. La gente está cambiando hacia un mayor consumo de artículos superprocesados con largas fechas de expiración. Esto podría crear ciclos viciosos: diabetes y otras enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta son factores de riesgo para la mortalidad por virus.
A medida que regresamos a la nueva normalidad, el desafío será convertir las semillas de cambio en fundamento para un nuevo sistema alimentario. Por lo pronto, los Gobiernos deben establecer los mecanismos para proteger a los más vulnerables, incluidos bebés y niños, personas mayores, personas con discapacidades y quienes viven en la pobreza, y ayudarlos con el suministro de alimentos o acceso a bancos de alimentos o comedores comunitarios para mantener la seguridad alimentaria de los hogares. También es esencial tomar las medidas para eliminar las principales barreras para el acceso a los alimentos, procurando que los productores y trabajadores agrícolas tengan las condiciones seguras y dignas de trabajo.
De igual forma es fundamental reequilibrar el poder económico para el bien público. Es decir, se requiere de un nuevo pacto entre el Estado y la sociedad civil, donde la salud y la alimentación son prioridad para que nunca más haya personas abandonadas y dependientes de la caridad y solidaridad de vecinos, a quienes tampoco se les puede exigir para satisfacer las necesidades básicas de una población.
Si bien es cierto que el COVID-19 ha sacado lo mejor de nosotros, también es verdad que ha revelado lo más oscuro de nuestra realidad. El sistema alimentario pende de un hilo. Y por eso los Gobiernos, empresas y la sociedad en general debemos actuar juntos en nombre del bienestar y buscar soluciones efectivas para corregir este problema elemental. Esperamos que los miles de millones de dólares que se inyectan ahora en la economía, a través de rescates y paquetes de estímulos, no se pierdan o malgasten en el camino y se usen efectivamente para reactivar la economía y adecuar las cadenas alimentarias. La verdad es que la economía mundial necesita una reactivación, pero las cadenas alimentarias igualmente merecen una transformación profunda, que impulse el cambio hacia una salud más integral, una alimentación más saludable y un sistema agrícola más sostenible.