• 16/08/2025 00:00

Panamá, la sociedad del cansancio

Panamá es una tierra pequeña, pero con muchos contrastes. Por un lado, ocupa el puesto 39 en la lista de los países más felices del mundo, según el World Happiness Report 2024, que considera factores como PIB per cápita, apoyo social, libertad individual y percepción de corrupción.

Por otro, un estudio de una reconocida empresa de reclutamiento revela que “el 88% de los trabajadores panameños afirma sufrir del Síndrome de Desgaste Ocupacional (SDO) o burnout” (La Estrella de Panamá, 2024), un aumento respecto al 83 % de 2023. ¿Cómo celebrar nuestra posición en felicidad mientras tenemos uno de los índices de SDO más altos de la región?

El SDO no es una infección, sino una condición psicosocial ligada al entorno laboral. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio (2012), señala que “el sujeto de rendimiento se explota a sí mismo creyendo que se realiza. El resultado es agotamiento, depresión y colapso interior”.

¿Cuántas veces no sentimos que gastamos nuestras vidas en una rueda de hámster, corriendo sin parar, buscando sentido solo en breves lapsos de ocio? Vivimos en un sistema que glorifica la productividad y la búsqueda constante de placer. Según Konzerta, “más del 69 % de los panameños se sienten desmotivados, y el 46 % sufre agotamiento físico extremo”. Esto afecta no solo la salud mental, sino también las relaciones familiares, reducidas a compartir un viaje en medio del atasco. Incluso los horarios escolares se han ajustado a esta lógica, forzando a los niños a madrugar en perjuicio de su desarrollo.

No sorprende que aumenten fenómenos como la “renuncia silenciosa” o el ausentismo, ni que haya más suicidios en el Metro o desde torres de cemento y vidrio que adornan el paisaje citadino. Como indica la psicóloga Patricia Muñoz, “el burnout no es solo fatiga; es pérdida de sentido y desvinculación emocional profunda del trabajo”.

La sensación de que el yo moderno solo existe para producir se refuerza en una cultura laboral donde el ascenso depende más de “palancas” que del mérito. Mientras tanto, las recompensas por excelencia se reducen a “un día de pizza”, aumentando el vacío.

Es imperativo que las organizaciones revisen su relación con los trabajadores. El bienestar no debe ser una moda ni un “plus” para complacer los caprichos de la “generación de cristal”, sino un factor estructural de sostenibilidad empresarial.

Es comprensible que las empresas busquen beneficios económicos, pero ¿cuál es el costo humano de sostener esa lógica sin reformas? ¿Es aceptable que cerca del 70% de los trabajadores sufra estrés laboral, o que el burnout suba casi 5 % anual? Normalizarlo alimenta la desmotivación, el cinismo y la caída de productividad, afectando no solo a la empresa, sino al desarrollo económico y social del país.

Hoy, muchas empresas declaran compromiso desde Recursos Humanos, pero en la práctica prefieren despedir a empleados desgastados en vez de cambiar las condiciones que los afectan. Resulta más fácil —y barato— el despido o “mutuo acuerdo” que cuestionar un modelo de gestión inflexible.

Por otra parte, ¿cómo el gobierno puede pensar en aumentar la edad de jubilación o las cuotas del Seguro Social si el sistema actual impide alcanzar esas metas y exprime a los ciudadanos?

No podemos seguir normalizando una cultura que quiebra al individuo. Es necesario que empresas, gobierno y sociedad replanteen el valor del trabajo, no como desgaste inagotable, sino como oportunidad de desarrollo humano integral.

Hay que cambiar ese paradigma —tanto estatal como privado— que asume que el empleado debe conformarse y que, si no lo hace, “la puerta está abierta”. ¿Cuántos talentos y recursos se pierden así a diario?

Existen soluciones simples: aplicar trabajo remoto o híbrido, reforzar el Código de Trabajo contra el abuso laboral, educar a los trabajadores sobre sus derechos y apoyar la salud mental. Estos cambios permitirían mantener nuestra posición como un país alegre y digno para trabajar.

El cambio es urgente y posible, pero requiere voluntad auténtica. No necesitamos más memorandos fríos e inútiles del departamento de Recursos Humanos que expresen su “preocupación” y se disuelvan en el éter de la inacción.

*El autor es comunicador social y estudiante de derecho
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