La nutricionista Vanessa Leone contrasta los beneficios, mitos y realidades del alimento
- 17/06/2025 00:00
Panamá y la geopolítica

¿Qué es la geopolítica? Según Yves Lacoste, principal experto francés del tema, “el término designa de hecho todo lo que se refiere a las rivalidades de poderes o de influencia sobre territorios y las poblaciones que los habitan”.
Muchas páginas se han escrito sobre la geopolítica desde que un académico sueco, Johan Rudolf Kjellen, acuñara en 1899 el término consagrado en su libro “El Estado” como forma de vida publicado en 1916.
En geopolítica hay primero geografía y luego política. La geografía es un dato fundamental para comprender la historia del istmo panameño y su valor geopolítico. El sitio y la situación son óptimos en Panamá. La mayor estrechez en el centro del continente americano, sólo 50 kilómetros entre el Pacífico y el Caribe en su parte más angosta atrae, desde el principio, a gente que quiere pasar de un océano a otro. Utilizan el valle del Chagres, ruta principal de paso interoceánico, río que desembocará en los dos mares y se convertirá, en el siglo XX, en el Canal de Panamá que permite el paso de naves entre ambos océanos por 80 kilómetros entre sus fondeaderos extremos en las bahías de Limón y de Panamá. La alta cordillera de más de 1.000 metros de altitud desaparece en el istmo central de Panamá, ocupado por un paisaje de pequeñas planicies y colinas bajas que apenas superan 100 metros de altitud. Es así el mejor lugar para pasar del Atlántico al Pacífico.
El istmo de Panamá fue un sitio clave en el control del imperio hispánico del océano Pacífico y de las líneas de comunicación y transporte entre Sudamérica y Europa del siglo XVI a principios del XIX. Luego, se convirtió en lugar también de control regional y global de Estados Unidos mediante el primer ferrocarril transcontinental inaugurado en 1855 y del canal interoceánico construido entre 1881 y 1914, comenzado por los franceses y terminado y controlado por los estadounidenses. Ahorra 12.600 kilómetros de navegación entre San Francisco y Nueva York. Además, en el centro del istmo hubo importantes bases militares que facilitaron el triunfo de Estados Unidos en la guerra del Pacífico que terminó en 1945 y lo convirtió en la superpotencia actual.
La geopolítica dominó igualmente la historia de Panamá. Los protagonistas de la independencia de Panamá de España en 1821 se unieron enseguida a la República de Colombia de Bolívar por las debilidades geopolíticas del istmo con solamente 5 % del territorio y la población de la Gran Colombia, frente a las apetencias de las potencias europeas. Por ambiciones geopolíticas Teodoro Roosevelt apoyó la creación de la República de Panamá en 1903 con la que enseguida celebró el Tratado Hay-Bunau Varilla, para terminar la construcción del canal interoceánico entre 1904 y 1914 en la Zona del Canal, enclave extranjero en el corazón de nuestro país, bajo su entera jurisdicción a perpetuidad, generando así nuestro principal problema existencial. Fue una República de Panamá que trató Estados Unidos como protectorado hasta 1939, con un canal interoceánico que cambió el mapa geográfico y geopolítico del continente y del transporte mundial.
La geopolítica también actuó para sentar en la mesa de negociaciones bilaterales a representantes de Panamá y Estados Unidos, como consecuencia de los trágicos acontecimientos de enero de 1964. La imagen más desacreditada de la superpotencia como líder de la libertad y la descolonización, obligaron al presidente Lyndon Johnson (1908-1973) a negociar con representantes del presidente Roberto Chiari (1905-1981), para resolver definitivamente las causas de conflicto con Panamá. Después de 13 años de complejas negociaciones y de un primer proyecto de acuerdo en 1967 que naufragó por la inestabilidad interna llegamos, finalmente, a los Tratados Torrijos-Carter de 1977 celebrado por un gobierno panameño más estable. Adoptamos dos tratados: el Tratado del Canal de Panamá, mediante el cual desapareció el 1 de octubre de 1979 la Zona del Canal y Panamá reasumió toda la jurisdicción sobre ese territorio, convenio que se extinguió el 31 de diciembre de 1999 cuando el mismo canal interoceánico fue transferido a nuestro país y cesaron todos los derechos de Estados Unidos en nuestro país. Igualmente, el Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal y del Funcionamiento del Canal que no es más que el régimen de libre tránsito en tiempos de paz y de guerra, sin discriminación alguna por la bandera de la nave. A su protocolo depositado en la sede de la OEA se han adherido 40 Estados de la comunidad internacional, incluyendo Argentina, entre ellos las mayores potencias marítimas.
¿Cómo logramos ese éxito diplomático y político en negociaciones asimétricas, entre potencias tan desiguales, en las que Estados Unidos debía entregar todo y Panamá recibir todo? La realidad geopolítica sustentan las acciones del general Omar Torrijos (1929-1981) quien adoptó la idea pionera de recabar apoyo internacional para la causa de Panamá frente a la superpotencia estadounidense, ocupada en otros asuntos tan graves como la guerra de Vietnam y la crisis del Medio Oriente. Gracias a consejos del canciller Juan Antonio Tack (1934-2011) y su equipo de asesores, del que formé parte, y de su embajador en Naciones Unidas Aquilino Boyd (1921-2004), Torrijos aceptó el diseño y la ejecución de un plan de internacionalización del problema con Estados Unidos. Primero, para lograr respaldo de América Latina y el Caribe; luego, del pujante Grupo de Países No Alineados, y también de las principales potencias de Europa Occidental además de Israel, aliado influyente de Washington.
La toma de conciencia en Panamá y en Estados Unidos de que el pequeño país de América Central era objetivamente una pequeña potencia geopolítica permite explicar en gran medida el éxito final de las negociaciones bilaterales y sus impresionantes resultados en los Tratados Torrijos-Carter.
La descolonización de la Zona del Canal fue una causa panameña que triunfó en la década de 1970 gracias también al apoyo de muchos países como Argentina cuyo canciller intervino en favor de Panamá en la reunión del Consejo de Seguridad en nuestra capital en marzo de 1973. Ahora respaldamos con vigor los esfuerzos de Argentina por lograr la recuperación de las islas Malvinas, extraordinaria causa latinoamericana. Recordemos la vehemente defensa en abril de 1982 del representante de Panamá, el canciller Jorge Illueca, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de los derechos de Argentina sobre las islas Malvinas insistiendo en el paralelo de dos modelos de colonialismo: en Panamá que había sido vencido y en Argentina que todavía se mantenía por la fuerza militar británica. En febrero de 2022 se celebró en Panamá en la sede del Parlamento Latinoamericano y Caribeño (Parlatino), el seminario “La Cuestión Malvinas, una Causa Latinoamericana”, al que asistí, como parte del grupo de apoyo creado en mi país para respaldar a Argentina en sus esfuerzos por la descolonización de las Malvinas.
Permítanme hacer un alto para recordar nuestra experiencia histórica y sus resultados. En un tema con menos de 30 % de aceptación popular en Estados Unidos, nos preguntamos primero: ¿cómo pudieron los más eminentes responsables políticos estadounidenses crear las condiciones para la celebración de dos tratados impopulares en su país y su ratificación en un Congreso tan adverso? Lo hicieron principalmente por razones geopolíticas. El secretario de Estado, Henry Kissinger (1923-2023), al conocer los resultados de la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en nuestra capital en marzo de 1973, descubre realmente a Panamá y el gran problema de las negociaciones bilaterales paralizadas. Aconseja al presidente Richard Nixon (1913-1994) ocuparse seriamente del asunto.
Entretanto, llegaron a la conclusión los jefes del poderoso Estado Mayor Conjunto del Pentágono que el Canal era indefendible con un pueblo hostil a su alrededor, una América Latina disgustada y un mundo en desarrollo más desconfiado, y con aliados que no aprobaban su presencia cuasi colonial en el istmo. Esos militares estadounidenses nos confesaban más tarde a los negociadores panameños que Estados Unidos necesitaría al menos 100.000 soldados para defender al Canal de amenazas cercanas, sin seguridades de éxito. La elite gobernante norteamericana, encabezada por Jimmy Carter, entendió el problema de fondo y decidió resolver rápidamente el diferendo bilateral, lo que sucedió con la firma de los Tratados Torrijos-Carter en Washington el 7 de septiembre de 1977 y su ratificación por el Senado en marzo y abril de 1978, por un solo voto de dos tercios indispensables, para entrar en vigencia el 1 de octubre de 1979.
Después, ocurrirán fenómenos económicos políticos y sociales extraordinarios a lo largo de varias décadas, que alterarán el paisaje geopolítico del planeta. ¿Qué efectos tienen en Panamá las transformaciones de la geopolítica mundial y regional en nuestro continente? ¿Cómo puede Panamá hacer valer todavía su peso geopolítico en este mundo rápidamente cambiante e inestable?
Panamá sufrió desde 1968 hasta 1989 un régimen militar autocrático, dictatorial, que terminó con una cruenta invasión militar de Estados Unidos a finales de diciembre de ese año para desalojar del poder al general Manuel Antonio Noriega. Luego, se instaló una democracia liberal, defectuosa, populista, plagada de corrupción pública impune, parecida a la de otros países de la región, defectos que dificultan una presencia geopolítica mayor acorde con la realidad de nuestra función internacional transoceánica mediante el más importante centro logístico y portuario de Latinoamérica y un Canal que duplicó su capacidad de transporte desde 2016. En adelante, Panamá será un aliado incondicional de Estados Unidos. No obstante, establecimos relaciones diplomáticas con la República Popular China en 2017, pero nos encerramos de 2021 a 2022, más que ningún otro Estado del continente, por la pandemia del COVID-19, acción que nos empobreció y aisló de la comunidad internacional. Sufrimos, además, el peso de una enorme inmigración ilegal, más de un millón de personas desde 2022 (en nuestro país de sólo 4 millones de habitantes) que huían de la tiranía y la miseria sobre todo en Cuba, Venezuela y Haití, llegaban desde Colombia por un sector del tapón del Darién y atravesaban el istmo para pasar a Estados Unidos por tierra, migración que ha disminuido 98% este año.
Mientras, mejoramos el Canal de Panamá, principal instrumento de uso de nuestra posición geográfica y elemento central del peso geopolítico del istmo, que permitía, desde 1914, el paso de naves de hasta 60.000 toneladas de peso muerto. Sin embargo, desde el año 2000, ya en manos enteramente panameñas, el Canal se modernizó aún más y amplió su capacidad con un nuevo juego de esclusas mucho más grandes inauguradas en 2016 que permiten el paso de naves de hasta 160.000 toneladas de peso muerto. Así, para comprender mejor este avance, pasamos de naves que pueden llevar 5.000 contenedores a 17.000 hoy. Ese proyecto fortaleció el valor geoestratégico del istmo y también el valor económico de nuestro principal activo, ahora bajo la activa mirada de nuevos depredadores internacionales. El canal de esclusas construido por los franceses y estadounidenses terminó valiendo aproximadamente 11.000 millones de dólares cuando fue traspasado a Panamá a finales de 1999, mientras que Panamá ha invertido, desde entonces, más de 15.500 millones de dólares en las nuevas esclusas, la modernización de las antiguas y ampliar y profundizar todo el cauce de navegación.
Panamá podría ser nuevamente una pequeña potencia geopolítica, pero no sucede aún por nuestra relativa ausencia internacional y por una reputación maltrecha. Debemos practicar la autocrítica, tan ausente en una Latinoamérica con tendencia por culpar al exterior de nuestras fallas. Nuestros desafíos de política interior y exterior son colosales. Primero, asegurar el desarrollo económico y social sustentable e inclusivo y mejorar la institucionalidad democrática. Luego, replantear nuestra relación con potencias en principio más amigas: Estados Unidos, Canadá, China Popular, Corea del Sur, Japón, India, Reino Unido, Unión Europea (con diferentes naciones), Colombia, Costa Rica y los otros Estados democráticos de Latinoamérica y el Caribe, incluyendo, naturalmente, a Argentina.
En muy poco tiempo, sólo cinco años, el panorama internacional ha cambiado mucho, con mayor multilateralismo y conflictos regionales más agudos. Se ha disparado en 2022 la cruenta guerra de Rusia contra Ucrania (con su antesala en la ocupación ilegal de Crimea en 2014), la cual ha afectado gravemente la paz en Europa y amenaza la del planeta. Conflicto al que se ha añadido la terrible guerra de Israel contra los palestinos en Gaza y mayor inestabilidad en el Medio Oriente. Ha arreciado el problema del cambio climático provocado por el calentamiento global con consecuencias económicas, políticas y sociales cada vez más intensas, con sus efectos, igualmente, en el recrudecimiento de las migraciones internacionales que deberán aumentar en un futuro de mediano y largo plazo. Podríamos vislumbrar hasta guerras futuras por el acceso al agua, bien cada vez más escaso en vastas regiones del mundo.
Se han arraigado más las tendencias autocráticas en algunos países, con menoscabo creciente de los derechos humanos de sus poblaciones, en nuestra región especialmente en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Han crecido las tensiones en Asia con su epicentro en una República Popular China y una Corea del Norte más agresivas, una gran perturbación en el África con golpes de Estado militares y desencuentros de algunos países del Sahel con Francia, amenazados por el activismo de bandas yihadistas musulmanas. Continente del África negra penetrado cada vez más por una nueva presencia imperialista y depredadora de sus recursos naturales por parte de la Federación de Rusia que se añade también a una influencia creciente, política y económica, en verdad global, de la República Popular China.
Se ha afianzado el carácter multipolar de la geopolítica mundial con la emergencia del grupo de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India y China), que se inició en 2006 como BRIC, pero que se transformó en 2010 en BRICS, al añadirse Sudáfrica, que en conjunto representan, hoy, más de 51 % de la población mundial y 40 % del PIB del planeta. A pesar de la fragilidad de los BRICS ampliados, a causa de las enormes diferencias culturales de sus poblaciones, la diversidad de sus regímenes políticos y los fuertes conflictos entre algunos miembros, además de la evolución dispar de la política interna de otros. Sabemos que Argentina se retiró de dicho grupo.
Después de ayudar a lograr la paz en Centroamérica en la década de 1980 con el Grupo de Contadora, ahora Panamá se ha comprometido a fondo para rescatar la democracia en Venezuela cuyo régimen dictatorial-mafioso ignora los resultados de las últimas elecciones que perdió de manera arrolladora. De hecho, según nuestro interés nacional deberíamos abandonar enseguida el envilecido Parlamento Centroamericano (Parlacen), refugio de políticos corruptos, y unirnos pronto, como lo hacen países vecinos, a entidades internacionales como la APEC, la Alianza del Pacífico y la OCDE. Fuimos el primer país de América Central en integramos como Estado Asociado al Mercosur, donde también está Argentina. La formalización de Panamá se dio con la participación del presidente José Raúl Mulino en la 65° Cumbre de Jefes de Estados del Mercosur que se realizó en Montevideo el 6 de diciembre de 2024 cuando firmó junto al canciller Javier Martínez-Acha los acuerdos pertinentes. Panamá ofrece al Mercosur su plataforma logística y comercial para que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay tengan una mejor facilidad para entrar al mercado de Centroamérica y el Caribe. “Somos complementarios con el Mercosur y debemos potenciarnos”, dijo Mulino. El Consejo de Gabinete de Panamá adoptó el 28 de enero de este año el acuerdo que convierte a Panamá en Estado Asociado del Mercosur.
Panamá ocupa, desde el 1 de enero de 2025, por sexta vez y por dos años, un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Inspirados en nuestro apego a los valores democráticos y la defensa de los derechos humanos universales empleamos nuestra capacidad de diálogo y concertación para contribuir a afianzar la seguridad y la paz en el planeta. Sucede en un mundo en vilo con la actuación desaforada del nuevo presidente de Estados Unidos que en muy poco tiempo ya maltrata a sus mejores aliados y amigos como Panamá y amenaza la soberanía sobre nuestro Canal que es y será siempre panameño. Mundo marcado por graves conflictos bélicos que hasta amenazan gravemente el corazón de Europa que comienza finalmente a armarse frente al imperialismo ruso, por las guerras del Medio Oriente, por las tensiones de los ribereños del océano Índico y del Extremo Oriente, y también las de un África más inquieta, presa de nuevos colonialismos depredadores.
La pregunta clave es: ¿podremos repetir, esta vez, en provecho de nuestros intereses afines a los de la comunidad internacional más responsable, la hazaña de 1973 cuando nuestro peso geopolítico, aunque limitado, se impuso para relanzar la fase final y exitosa de las negociaciones sobre los Tratados Torrijos-Carter que resolvieron el problema existencial de Panamá? ¿Sabremos rescatar el lugar que nos corresponde según nuestro valor geopolítico en una nueva realidad continental y mundial y luchar con éxito contra las nuevas amenazas externas, existenciales? Sólo puedo responder: ¡Seamos optimistas!